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Categoría: Románticos

El hombre que temió a su violín

Las lágrimas no le salen de los ojos aunque no para de llorar. Le es imposible conciliar el sueño. No es a causa del frío, ni de dormir entre cartones en medio de la estación de tren, junto a una vía. Es por el recuerdo, el recuerdo de aquella mujer. Ese largo sueño del que le es imposible despertar. Aunque más que un sueño se haya convertido en una pesadilla.
Los sucios cabellos rizados y grasientos le cuelgan por los hombros. La ironía de lo que un día fue una hermosa cabellera, hoy es una mata de pelos invadida por piojos inmundos. Tiene la cara sucia y viste viejas ropas andrajosas que encontró en un vertedero. Tirado junto a su esquina, se aferra a una botella de vodka. Su único consuelo. Y el único amigo que le ayuda a olvidar. La agarra con fuerza entre sus manos, que a pesar de su suciedad y del descuido de sus uñas, siguen pareciendo esbeltas, sutiles y delicadas. Aunque no dejan de ser un vago recuerdo de lo que antaño fueron. Capaces de estremecer a miles de personas. O de poner la piel de gallina a una mujer tan solo con una sutil caricia.

Junto a él, descansa su pequeño violín. En todos los recuerdos siempre está él presente. Y por eso le teme. Le teme como al peor de sus enemigos, como al más vil y cruel de todos ellos. Le atemoriza volver a tocarlo, volver a oír su música, a sentir el vibrar de sus cuerdas y acariciar con su cuello la suavidad de su madera. Y teme también abrir los ojos, levantar la mirada y contemplar el auditorio lleno. Todo lleno excepto una butaca. Vacía entre la multitud. Llorando el recuerdo de acoger a la más bella y dulce de entre la mujeres. Teme no volver a encontrar esa mirada y teme no encontrar una razón para seguir tocando. Detenerse y ver como todas las personas que llenan el auditoria queden sorprendidas preguntándose qué es lo que le ocurre.

Pero sin lugar a dudas, lo que más teme es el olvido. El olvido de aquel borroso recuerdo. El recuerdo de un joven en Viena tocando para más de mil personas. Y al levantar la mirada, contemplar en las filas próximas al escenario aquellos suaves labios. Aquella tímida sonrisa, y aquellos dorados cabellos que le cubren los hombros. Aquel rostro angelical, que inspira toda la ternura del mundo. Aquellos pómulos enrojecidos después de hacer el amor. Y sobre todo aquella mirada que le permitía adivinar hasta el más recóndito de sus deseos.

Ya hace dos años que ella falleció. Hace dos años que sus ojos se cerraron y se sumió en un profundo letargo. Ya hace dos años que él comenzó a llorar. Pero hoy todo ha cambiado. La sonrisa ha vuelto a aparecer en su rostro. Ha subido al edificio más alto de la ciudad y en la azotea ha tocado la más bella de todas las melodías. La melodía que ella le pidió que le tocara la primera noche que consumieron sus más cálidos deseos. Sonaba igual que el día que él la tocó exclusivamente para ella. Mientras observaba su cuerpo desnudo en la habitación de un parador junto al bosque. Él sostenía su mirada, mientras interpretaba la más bella de todas las melodías.

Y siguió tocando y tocando hasta que llegó el último acorde. Entonces sin dejar de pensar en aquellos ojos, se lanzó al vacío, y cayó con el rostro tranquilo y calmado. Sabiendo que pronto estaría junto a ella. Y entonces ya nada importaría. Su recuerdo le había vencido. Aunque él había aceptado la derrota.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 5.07
  • Votos: 73
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