El sol caía a plomo sobre el litoral egipcio, cerca de la península de Sinaí.
A unos centenares de metros tierra adentro, siete hombres estaban de pie, inmóviles, a expensas del salvaje clima. A su derecha, una caja metálica relucía como un diamante bajo la intensa luminosidad.
Dos camiones con la parte trasera cubierta de lona verde aparecieron tras una duna. Con un ligero traqueteo, fueron hasta donde estaba el grupo de hombres y se detuvieron. Los conductores, que iban solos, se apearon y echaron a andar hacia ellos.

- Salam Aleikun, hermanos-dijo el que parecía ser el cabecilla del grupo. Estrechó la mano de los dos conductores y añadió:
- Bien, ya tenemos la Gram. ¿Cómo llegaremos al punto de encuentro?.

Uno de los hombres sonrió y haciendo un solemne gesto indicativo hacia el camión que había quedado a la derecha dijo:

- UNESCO.

El cabecilla le miró perplejo:

- ¿UNESCO?.

El complacido conductor les pidió que le siguieran. Enseguida lo comprendieron: en ambos lados del camión, impresos sobre la lona, había sendos anagramas de la UNESCO.

- Sois tres inspectores turcos que están realizando un nuevo estudio de los yacimientos arqueológicos de Egipto y Oriente Próximo. Cuando acabéis vuestro trabajo, regresaréis a Turquía.

- Perfecto, ¿y los pasaportes?.

El conductor echó mano a uno de los bolsillos de su pantalón y sacó tres libretitas. Luego se las entregó a cada uno de los que iban a viajar en el camión.

- Tened cuidado, y no falléis.

- No lo haremos-le respondió el otro- La integridad de nuestro mundo depende de ello.

Tras despedirse cordialmente y haber cargado la caja en el remolque de lona, los tres elegidos montaron en el camión y se pusieron en marcha. El resto se subió al otro y desaparecieron tras la misma duna por la que habían aparecido los dos vehículos minutos antes.