Wolfgang Stimmt tenía por aquel entonces 37 años. Moreno y de complexión atlética, era un detective de la Interpol asignado a Alemania y Austria, lo que le había permitido establecer su residencia en su ciudad natal, Berlín. Desde hacía un año se ocupaba de vigilar una organización paramilitar de ultraderecha arraigada en ambos países, cuyos miembros iban y venían de Europa constantemente y que recientemente había mantenido contactos con un par de grupos neonazis de EE.UU.
Aquella lluviosa mañana del 23 de febrero se encontraba en el dormitorio de su apartamento, preparando una bolsa de viaje. Acababa de llegar de la jefatura de policía desde donde había envíado un fax a la sede de la Interpol en Europa. En el documento, había pedido a sus superiores permiso para seguir a varios elementos de la organización neonazi que salían en breve de Alemania.
Como su labor había sido eficiente durante los últimos años y su expediente intachable, se le concedió el permiso sin pega alguna.
Así pues, iba a salir de viaje. Pero no tenía ni idea de a dónde.
Después de acabar los preparativos, cogió algo de dinero, lo suficiente para pagar el billete por muy lejos que estuviese el destino, y poniéndose su vieja cazadora vaquera, salió del piso. En la calle, la gente corría de un lado a otro con sus paraguas, y casi no había coches circulando. Como un discreto testigo, la Puerta de Brandenburgo se alzaba solemne al fondo, entre la lluvia.
Stimmt echó a andar hacia la estación de tren, cubierta la cabeza con una gorra de las que se llevaban en los años 30.
Tras un rato caminando, al fin llegó. Disimuladamente, echó un vistazo al andén. No había demasiada gente; sería fácil distinguir a los terroristas.
Se sentó en un banco y comenzó a esperar.
Unos dos minutos después aparecieron. Eran dos hombres y una mujer, que llevaban un par de maletas Samsonite. A ella no le conocía, ni le esperaba.
Los tres se pusieron en la cola de una de las principales líneas ferroviarias, mientras que Stimmt, para no levantar sospechas, se puso dos lugares más atrás.
- Por favor, señorita-dijo a la taquillera cuando le llegó el turno- déme el mismo billete que les ha dado a los jóvenes de las dos maletas rojas.
- ¿De ida y vuelta a Estambul?.....
Al oír esto a Stimmt se le encogió el corazón.
- Ss...sí, eso es.
En ese momento una voz de megafonía anunció que su tren iba a salir en un minuto.
Stimmt pagó el billete y corrió al borde del andén, justo donde estaban los terroristas. Subió a bordo después que ellos y se dirigió a su coche-cama, situado a pocos metros de los suyos. Tumbado en su cama, se puso a pensar en cómo acabaría todo.