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Rubén quería ir de vacaciones Luna. Sus padres le decía que eso era imposible, que solo los astronautas podían viajar a la Luna. Pero Rubén estaba convencido de que eso era una excusa de sus padres, que se lo habían inventado todo para ocultar el verdadero motivo por el que no querían llevarlo a la Luna.
Así que Rubén seguía queriendo ir a la luna a pasar las vacaciones y se puso a pensar en todas sus opciones.
Construir una nave espacial le llevaría tiempo, y no contaba con recursos suficientes. Además también tendría que hacerse con uno de esos incómodos trajes de astronauta que no te dejan moverte cómodamente. Pero no parecía una buena idea. Si los selenitas, los habitantes de la Luna, no necesitaban traje espacial, sería por algo.
Rubén llegó a la conclusión de que tendría que pensar en otra solución. ¿Tal vez subirse de polizón en el próximo vuelo lunar? No, no parecía buena idea. Tendría que encontrar el dichoso traje para salir al exterior.
Pero un día, a Rubén se le ocurrió una idea: contactar con los selenitas para que le ayudaran. Si les convencía de que no quería hacerles nada malo, que solo quería conocerlos, seguro que le echaban una mano para llegar hasta allí.
Aunque había un gran problema: Rubén no sabía cómo contactar con ellos.
Sin embargo, en ese momento, alguien apareció en su ventana. Era una especie de bola blanca con dos pies y dos manos, aunque sin brazos ni piernas, una especie de tubo encima y un ojo. Por el tubo, salió una voz.
- Hola Ruben. Soy un selenita. ¿Quieres venir conmigo? -dijo.
- ¡Vaya! -dijo Rubén, sorprendido-. Pero, ¿de dónde has salido tú?
- Los selenitas vivimos ocultos en la Luna -dijo el extraño ser-. Tenemos telepatía, y podemos escuchar lo que los demás piensan, incluso a miles de años luz.
- ¡Increíble! -dijo Rubén, sin salir de su asombro.
- Ah, y también podemos teletransportarnos -dijo el selenita-. Si me coges de la mano, apareceremos en la Luna.
- ¿Necesitaré traje espacial? -preguntó Ruben.
- Tranquilo -dijo el selenita-. Los selenitas vivimos ocultos en casas bajo la superficie de la Luna, donde no es necesario traje espacial.
- Pues entonces, ¡vámonos! -dijo Rubén, abrazando a su nuevo amigo.
Inmediatamente después apareció en la Luna, conociendo a un montón de nuevos amigos.
De pronto, Rubén se acordó de sus padres. Estarían preocupados. Se había marchado y ni siquiera les había dejado una nota para explicarles lo que había pasado.
-Necesito volver a casa -le dijo Rubén a su amigo selenita.
- Si te llevo de vuelta no podré volver a por ti hasta dentro de un año. Son las normas -dijo el selenita-. ¡Quédate, ya se lo explicarás todo cuando vuelvas!
Rubén dudó. Era su gran oportunidad. Pero tenía que pensar en la preocupación de sus padres, en el dolor que sentirían al pensar que le podría haber pasado algo grave.
- Gracias, amigo, pero tengo que volver -dijo Rubén-. Mis padres no se merecen que les haga sufrir.
Rubén volvió a casa antes de que nadie le echara en falta. Esa misma noche su padre le dijo:
- ¿Hoy no vas a preguntarnos otra vez cuándo nos vamos de vacaciones a la Luna?
Rubén lo miró durante unos segundos y le dijo:
- A vosotros nos os gustaría ese lugar. Sois más de sol y playa. Además a mí lo que de verdad me apetece es pasar las vacaciones con vosotros.
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