Son las 10 de la noche, me quedan 2 horas de vida. Estoy sentado en un sofá azul, con cojines verdes, frente a un televisor en blanco y negro. La sala es pequeña, no más de 6 o 7 metros cuadrados, las paredes son de color sepia y de ellas sólo cuelga un único cuadro que escenifica un barco con pescadores. No hay puertas ni ventanas.
Me quedan 4 minutos de vida. El televisor emite una imagen imprecisa, en mi rabia inicial le pegué demasiado fuerte, creo que se ha estropeado el sintonizador. De todas formas no hace falta que me comuniquen nada, se lo que va a pasar y mi reloj me indica exactamente el tiempo que llevo aquí y el que me queda. Tres minutos, es cruel saber con exactitud el momento de tu muerte.
Siento el tacto del sofá, es aterciopelado y agradable, si fuera real sería un sofá muy cómodo. No se quien escogió el color, creo que fué al azar para probar la cromacidad, me hubiera gustado un color crema. El cuadro tampoco se de donde ha salido, supongo que será cosa de Ana, siempre le ha gustado el mar. Serán las últimas cosas que vea en mi vida, cuando acabe dentro de dos minutos.
Todo está en el más absoluto silencio, supongo que a esto le llaman la llamada de la muerte. Soñaré? sería hermoso que la muerte fuese un bello sueño eterno. No tengo miedo, con total frialdad vuelvo a consultar el reloj y veo que llega el último minuto.
Imagino la señal de alarma final del sistema de alimentación de emergencia, Ana derramando una lágrima mientras se apaga su monitor... es triste que la inteligencia artificial más compleja jamás creada muera por un simple apagón.