Con sus ojos grandes e inquietos dibujó en el aire el vuelo de aquella mariposa. Sus colores, amarillos y verdes, eran como los de su traje de lino, aquel traje de lino que ella odiaba pero que su madre le hacía vestir cada domingo. Pero a ella, a la mariposa, le quedaba mejor. Se recogía brevemente sobre algún brezo para luego desplegar sus alas y acercarse perezosa hasta otro, más allá.
Ella, la niña, la seguía con sonrisa infantil.
- ¡No te alejes, Raquel ! - gritó la voz que ponía aquel horrible traje de lino sobre su silla.
Ella, la mariposa, ignoraba a su espectadora y continuaba con sus quehaceres, con sus vuelos escasos, con su baño de sol en aquella mañana de abril. No hace mucho, en la estrechez de su crisálida, olía a brezo, pero el olor era distinto allí fuera. En el campo, cada brezo es el lugar donde se juntan todos los vientos ; en el campo, cada brezo huele distinto.
Ella, la niña, corría descalza sobre la hierba verde, atenta a cada requiebro de mariposa bajo aquel cielo de primavera. No quería oír a su madre ; no quería escuchar esa voz que le obligaba a tomar sopa, no quería escuchar esa voz que hacía brillar sus ojos... Echaba de menos a la otra voz, la voz que le reía historias de bandidos, la voz que en las noches de tormenta le hacía dormir tranquila... Corrió más deprisa.
Ella, la mariposa, no tenía mayor ambición que su próximo brezo. Una vez quiso conocer el mar impulsada por historias que escuchara del pico de una pareja de cigüeñas blancas, pero el mar estaba muy lejos, mucho más lejos que aquella amapola roja. Ya no se acordaba del mar, es lo bueno que tiene el ser mariposa.
Ella, la niña, estaba llorando. Dos lágrimas caían de sus ojos de cinco años reflejando los colores de la mariposa, reflejando los colores de su traje de lino. Ahora, sentada sobre la hierba, había olvidado a la mariposa y lloraba mirando las flores. Lloraba por sus pies desnudos, lloraba por aquel cielo azul de abril, lloraba por cosas que los adultos siempre olvidan, pero, sobre todo, lloraba por aquella voz perdida.
Ella, la mariposa, vio a la niña sentada entre los brezos y se acercó hasta allí mostrando muy claros sus colores. Se vio hermosa en una lágrima y, agradecida, se posó en su mano. Allí durmió tranquila, amigando en silencio con la niña de colores mariposa.
- ¡Raquel !, estás aquí. ¿Te ha pasado algo ?, ¿estás bien ? - dijo la voz entre un millón de besos - Ven, ya estoy aquí - una mano acariciaba el pelo rubio de la chiquilla - Mi niña, mi niña...
Ella, la niña, rió. Ya no tenía miedo, por fin había regresado la otra voz.
Ella, la mariposa, desplegó sus alas y reemprendió el camino hacia su mar olvidado.