El gran faraón de Egipto había sido brutalmente asesinado. A los pocos días, la reina viuda, la bella Nicrotis, aceptaba el trono que sus súbditos le ofrecían. Ocurría esto en el viejo Egipto, en Menfis, la capital del Imperio Antiguo, hace muchos cientos de años.
Los festejos para el día de la coronación prometían ser muy espléndidos; parecía como si la reina Nicrotis hubiese olvidado por completo al joven esposo, vilmente asesinado.
Para celebrar en forma solemne su coronación había dado la orden de construir un gran salón subterráneo, donde ofrecería los grandes personajes del reino un suntuoso banquete, y se decía que más tarde se dejaría que el pueblo presenciase el espectáculo.
Llego el día señalado para el gran festín y los invitados empezaron a llegar luciendo sus más exquisitas, bellas y espléndidas galas. Antes de que estuvieran todos reunidos, comenzó la comida. La bella Nicrotis aparecía mucho más hermosa que nunca, y una extraña mirada brillaba en sus ojos. Todos se realizaban con la mayor magnificencia ante los absortos invitados.
Cuando el banquete estaba en el punto más álgido y los asistentes, con la euforia de una abundante comida bien rociada del mejor vino, más contentos se mostraban, se produjo un gran ruido. De los cuatro lados de la sala comenzaron a manar abundantes chorros de agua.
De momento los comensales creyeron que se trataba de algún efecto de tramoya para amenizar la fiesta y siguieron degustando tranquilamente los alimentos y bebidas mientras continuaban las charlas y bromas entre ellos.
Empezaron a alarmarse cuando vieron que el agua subía y subía sin parar. Ya les estaba cubriendo los pies y, presos de terror, buscaron las salidas para evitar morir ahogados.
Las puertas estaban cerradas y nadie las abrió, con lo cual el agua seguía manando e iba aumentando el nivel. A muchos de los comensales ya les alcanzaba hasta la cintura, con lo cual las escenas de pánico se fueron sucediendo cada vez con mayor frecuencia.
En aquel instante comprendieron la trágica realidad y vieron que sólo estaban presentes los que habían sido traidores, así como también los asesinos. Habían caído en el lazo que la Reina les tendiera para llevar a cabo su venganza.
Ninguno de los invitados pudo alcanzar una salida y murieron ahogados y sorprendidos por lo que había sucedido. El agua siguió saliendo, hasta anegar por fin todo el subterráneo.
Sobre los cadáveres flotantes de los cortesanos se dejó oír la voz de Nicrotis que decía:
--Los traidores deben morir a traición.
En efecto, Nicrotis había concentrado allí, precisamente, a todos los que participaron en el complot para asesinar a su esposo.
Al día siguiente, según Nicrotis había prometido, todo el pueblo de Menfis pudo contemplar el lugar del convite. Y nadie dejó de sentir admiración por la reina, que no había vacilado en perder la vida con tal que los traidores la perdieran también.