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"EL LADRÓN"

La noche estaba desierta y fría. Sólo se escuchaba el paso de un coche con sus luces prendidas por la húmeda pista...

Estaba aburrido. Aquel día no pude encontrar a mi chica ni a mis amigos. Paseaba como un perro sin dueño que seguiría a cualquier cristiano que lo llamase. De pronto, vi un precioso auto que pasó a mi lado, y se estacionó casi al frente de mí... Era un auto nuevo, del color que más me gustaba: el rojo. Un gordo gigantesco bajó del carro rojo y, apurado, se dirigió hacia su casa, y, observé que dejó la puerta entreabierta de la belleza roja...

Sentí un fervor en todo mi cuerpo, desde la uña del pie hasta la punta del cabello más largo... Luego, como un tirón, un impulso, un curioso brillo me atraía hacia el coche rojo...

Entré al auto con el corazón y el aliento en mis ojos y mis manos. Una maleta de cuero fulguraba como oro viejo, y sentí que era como una deidad y yo un apóstata... Aquello, me impulso a decidirme, y ahorqué el hielo de mi duda. Cogí el maletín y me sentí tan exaltadamente vivo que no sentí que una nerviosa y sudorosa mano me cogía el cuello. Mientras más apretaba el maletín, aquello apretaba más fuerte mi cuello...

Los gritos de mujeres me sacaron de aquel estado, y entendí que aquellas manos eran las del propietario del coche... Solté el maletín como si quemara, pero, las manazos del gordo no me soltaron.

Empecé a ver la realidad en que me hallaba, al ver que el gordazo pedía a su gente que llamara a la policía. Siempre cogido por este sujeto, comencé a observar que todos me miraban asustados, con asco y a punto de vomitar... Me sentí por primera vez como una rata asustada, y atrapada...

- ¡No te muevas o te mato! - Me gritaba el gordo, y yo, asustado y ahogándome, obedecía sin poder moverme aunque quisiera, pues el viejo parecía tener un alicate en las manos.

Cuando llegaron los policías me sentí como muerto. Pensé en mis padres, mis amigos, mi chica... en todos. Me sentí tan deprimido que me puse a rezarle, silenciosamente, a Dios, prometiéndole que si me sacaba de esta, no volvería ni a pensarlo...

Ya dentro del carro patrullero, arrepentido, empecé a llorar como una plañidera. Sin entender el por qué, seguía llorando, mientras le rogaba a los policías que me dieran una oportunidad, que no lo volvería a hacer... pero, éllos, no me soltaron, mas bien parecía que mi escena les molestaba pues, con una vara, comenzaron a golpearme sin piedad, como si se tratase de un perro rabioso y chillón... Callé, y trate de no hablar, ni llorar...

Dentro de la comisaría, traté de convencerles que fue un desliz, que yo era un estudiante y que aquello fue como si estuviera poseído por otra persona; les hablé del sonido que escuché, de la noche fría, y, nuevamente, les pedí que me perdonasen... Era sincero. Dentro de mí, juraba que no lo volvería hacer. Imaginaba la vergüenza que tendría cuando los polis llamaran a mis padres, que mi chica se enterase... ¡Era horrible! Pero los polis no parecían que me iban a soltar... Sus rostros, opacos, serios como si fueran piedras disecadas reflejaba a personas cansadas de escuchar siempre lo mismo…

Un oficial superior llegó a la comisaría, y cuando me vio, llamó a uno de los polis a averiguar por mí, y lo que había hecho... Luego de escucharlos, se me acercó y con la cara opaca y llena de fastidio ordenó que me soltaran, pero antes les dijo que me registraran... Me llevaron a un cuarto que apestaba a pichi y a mierda, y vi una puerta enrejada al final del cuarto. Era el calabozo. Lugar en donde encerraban a los malhechores. Me acerqué hacia la reja y noté que el olor nauseabundo provenía de allí, aun así, seguí acercándome... De pronto, vi a dos seres oscuros y asquerosos acercarse tras la reja y, me pidieron unos cigarrillos... Aquel espectáculo fue grotesco. Uno de ellos, que era un viejo enano, grueso, barbudo y sucio, estaba con la bragueta del pantalón abierta, mostrando sin pudor sus genitales; el otro, era un muchacho, blanco, desgreñado y, también, sucio y sin ropa que, me miraba con lujuria... Los dos me sonrieron y, el flaco, casi sin dentadura me mandó un beso volado... Si no fuera por un poli, quedaría hipnotizado por aquella escena. El oficial me cogió del hombro y me llevó a otro salón a tomarme una foto, y dejar mis huellas digitales... Luego, me soltaron.

Ya libre, y, en las calles, volví a sentir mi respiración, y percibí que mi alma retornaba a mi cuerpo y, como si fuera la salida de una tempestad, empecé a sonreír. No era tarde, por lo que recordé de mis amigos. Pensaba en narrarles toda esta aventura. Sería muy gracioso... Claro que no les diría que había llorado, ni que había rezado. No. Eso, quedaba sólo para mí.

De pronto, sentí el vacío, el silencio de la fría y desierta noche, el sonido de un coche con sus luces prendidas... y vi un hermoso carro que pasaba frente a mí...


JOE 31/03/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 8104
  • Fecha: 02-04-2004
  • Categoría: Policiacos
  • Media: 4.58
  • Votos: 48
  • Envios: 22
  • Lecturas: 2888
  • Valoración:
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