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Categoría: Terror

"El Cofre"

En su estudio, bajo la lóbrega luz de un candelabro, Antoine Bauldere aún lloraba la misteriosa desaparición de su amada Isabel. Ese era el nombre de la princesa que lo inspiraba a componer tan bellas melodías; a pesar de haberla perdido hace 2 años, su recuerdo se mantiene firme en su corazón. Latente en su memoria, claramente puede saborear el angelical rostro de la dama, sus dedos acarician con tanta fuerza la tez de la fantasmal figura enjuagando su sed de pasión por todo su cuello y extasiado lamiendo el exquisito aroma que envuelve su cuerpo de flores silvestres; como si bailara para a él, fantasea con la lubricidad que le provocaba desatar cuidadosamente los nudos de su corpiño mientras tocaba suavemente sus dorados cabellos. Como prueba del amor que quería renacer, los dos desnudos ante el centelleo constante de las estrellas, unían sus cuerpos en un sentimiento mutuo de amor. Copas de fino vino los envolvían en un manto invisible. Pero esa misma noche, el destino los separaría para siempre. Perdidos de las miradas, en el bosque se escondían como dos jóvenes buscando privacidad. Los únicos testigos del pecado eran 2 lechuzas que moraban el sitio con sus extraños ojos incrustados en la pareja. Al igual que la pasión del amor, el fuego se consumía rápidamente y no teniendo más capacidad para ofrecer calor, el frío lo venció. El amante notó la presencia del congelante ardor y maldecía la vaga llama de la fogata. No tenía intenciones de buscar leña por que su fogosidad se lo impedía pero no le quedó más remedio que adentrarse al siempre misterioso bosque para mantener caliente el lecho de su ilusión. Tomó un trozo de leña que ardía para alumbrar su camino dejando sola a su bella flor en el campamento rogándole lo acompañara con dulces cantos mientras recolectaba un poco de maderos y así se alejaba de nuevo enamorado perdiéndose a través de los árboles. Las 2 lechuzas observaban atentamente el desvanecimiento de la llama conforme ésta perdía visibilidad.

Antoine camina un buen tramo del bosque en compañía de una de las lechuzas que lo sigue calladamente, esta se postra en cada árbol que rodea al lugar como estudiando los actos del enamorado autor. Antoine se olvida por un momento de Isabel mientras saborea la fama de la que es objeto pensamiento muy común en esa etapa de su vida, pero de pronto se ve perdido en el bosque, ha comenzado a llover y la llama de la antorcha expiró en el acto, no sabe a donde dirigirse, se preocupa solamente por encontrar la salida del laberinto. Le pregunta de forma burlesca a la lechuza el camino de vuelta pero esta no le da respuesta. Completamente ciego destina unos pasos en recto, por tal motivo se tropieza con una roca y queda en el suelo. No muy lejos de allí, Isabel sigue cantando pero parece que Bauldere no piensa en ella y sus pensamientos están en el desenlace de la travesía sin percatarse que la voz femenina le podría ayudar a salir del aprieto. Estaba perdido por completo, vagueaba por los alrededores sin punto de referencia que le indicara a donde dirigirse. casualmente, Su atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos que se aproximaban hacia él, ¿acaso serían las pisadas de algún leñador, cazador, o habitante del bosque?, alentado por preguntas como esta se tranquilizó un poco pero esa sensación de alivio se convirtió en un repentino terror al escuchar claramente un rugido, al parecer era un habitante del bosque como pensó en un principio pero era claro que no era humano. rotundamente, un animal se aproximaba a donde Antoine se encontraba, un oso o un lobo según el sonido del rugir. Era evidente que la supuesta bestia podía guiarse a través de la oscuridad por medio del olor de su presa, Antoine no contaba con armas para defenderse del ataque que le produjera el animal, desesperadamente tanteaba el terreno en busca de alguna roca o madera lo suficientemente fuerte para herir a la bestia pero sus esfuerzos eran inútiles, no encontró nada que le ayudara a salvar su vida. La lechuza desde lo alto de un árbol observaba el recorrido de la extraña bestia alrededor del lugar. Antoine no podía concebir la idea de perder todo lo que tenía por una muerte tan atroz, toda la fama que adquirió por medio de sus melodías la perdería al instante que la bestia lo devorara. Entonces, un sentimiento de rencor hacía el mundo le arrebató la ultima señal de humanidad que tenía en su ser. Lanzó un clamor tal que a los guardianes de su alma les hizo abandonarlo. La bestia se fue dejando a su presa sola en medio de la negrura del bosque. Antoine, misteriosamente salvo su vida. Atribuyó todo a un terrible sueño y a la luz del día encontró el campamento pero para su sorpresa, Isabel había desaparecido creyendo que lo había abandonado.

Un objeto debajo de la mesa, de forma ovalada, perecía olvidado por el transcurso de los meses sirviendo de apoyo a varios libros; decidido se levantó de su silla después de varias horas de contemplar el hallazgo. Colocó cuidadosamente el candelabro sobre la mesa y se arrodillo en el suelo. Retiró los libros que impedían la correcta distinción del objeto colocándolos a un lado. Cubierto en su totalidad de polvo, parecía ser una pintura. No había sido terminada por lo que mostraba la vaga imagen. En el acto, Antoine procedió a retirar la fina capa que obstruía el lienzo. No tenía idea sobre el tema de este, la falta de luz se lo impedía, con sus manos retiró un poco de suciedad y mágicamente un rostro salió a relucir, femenino según las líneas del dibujo. ¿Acaso sería el rostro de Isabel? Pasmado se detuvo aterrado por el resultado del descubrimiento. Acercó la luz hacía el cuadro encontrando lo que había imaginado. Inmortalizado en una tela, el rostro joven de su bella mujer. Un repentino frío le hizo retroceder del cuadro apartando de su mirada la pintura. La visión le propició un leve asombro cargado de un inmenso miedo, no podía creer la perturbadora imagen. Temblorosamente acercó un nuevo candelabro para poder admirar el rostro, pensando quizá se tratara de una alucinación. No cabía duda, era el rostro de Isabel; bellamente dibujado al óleo, el trazo era tan perfecto que no encontraba en ellos el posible autor de la pintura. Retiró de manera impaciente la restante capa de polvo que borraba el resto de la obra confiando en encontrar algún signo que le indicara la escuela procedente de esta. El cuadro no había sido terminado, en él, aparecía Isabel de pie en un fondo negro con algunos detalles no muy bien definidos. Suntuosos adornos embellecían el ambiente del cuadro, al parecer, el autor trataba de mostrar a Isabel en pleno apogeo de su juventud, rodeada por lujos y elegancia. Después de inspeccionar cuidadosamente el cuadro, Antoine encontró una serie de figuras que simulaban una firma con caracteres muy extraños que no le decían nada, eran garabatos no muy entendibles. Ciertamente, no conocía al artista cuyos trazos eran casi perfectos y la supuesta firma se lo demostraba. Sin embargo, no se detuvo y mejor decidió ver el reverso de la tela. Unas oraciones resaltaban sobre el color blanco de paño, con tinta negra, el hallazgo de nueva cuenta, pasmó la sanidad de Antoine.

“Con todo mi amor para la estrella que ilumina mi vida y le da a mi alma tranquilidad; felicidades por otro aniversario juntos, te amo.” Isabel. (16 de Octubre de 1825).
La inscripción le daba cierta tranquilidad, al parecer, el cuadro era un obsequio de aniversario especialmente para inspirar al compositor, de igual manera su musa lo acompañaría cuando la imaginación lo abandonara tal vez una larga noche de trabajo. Antoine se sumergió en recuerdos, se remontó al día en que conoció a Isabel y como la conquistó. Teniendo como publico a cientos de Nobles, su corazón palpitó con tremenda fuerza cuando interceptó a una bella mujer que lo escuchaba atentamente; desde la tercera fila en el centro, la dama le arrojaba besos imaginarios. Fue entonces al interpretar la cuarta pieza de la noche, que se propuso improvisar un tema inconcluso para aquella mujer. El compositor le dedicó la siguiente melodía a la dama. Majestuosamente interpretó la nueva obra y ante el asombro de todo el mundo presente Bauldere lloró frente al piano del éxtasis que le transmitía la música. Al finalizar el concierto, la mujer se presentó tímidamente con Antoine para agradecerle la dedicación, ruborizado por su presencia, el joven músico sonrió. El “flechazo” los hirió repentinamente quedando profundamente enamorados uno del otro. A partir de esa noche, no podrían vivir sin la compañía mutua.4 meses después se casaron en una majestuosa boda.

Las mejores composiciones de Antoine vieron la luz gracias a la felicidad que le causaba el amor de Isabel, sirviendo como buen amuleto. Fue entonces que su talento le permitió amoldar una pequeña fortuna misma que se acrecentaba conforme presentaba nuevas obras. Se rodeó de gente fina, acudía a bailes y banquetes siempre acompañado por su mujer. Al poco tiempo, gozaba de una posición desahogada que le permitía cumplir sin fin de caprichos de su esposa. Su casa asemejaba un palacete lujosamente decorado, contaba con distintas obras de arte; estas comprendían entre otras cosas, pinturas, esculturas, antigüedades, etc. Isabel sentía amplia predilección por la pintura siendo su artista favorito Rafael del renacimiento. A pesar de su afición por el pintor, su pequeña galería no alojaba una sola obra del pintor. Antoine conocía la obsesión de su esposa por el arte y en sus constantes viajes solía sorprenderle a su regreso con alguna rara figura que terminaba por enloquecerla.

Como era de esperarse, la fama abrazó casi como de rayo al talentoso músico ganando adeptos por toda Francia y Europa; siendo solicitado por infinidad de personalidades a tocar en los teatros más selectos del país. En sus giras por diferentes países de Europa, le era imposible la compañía de su esposa, esta se quedaba en casa atendiendo otros compromisos y por medio de cartas, los enamorados se mantenían en contacto plasmando en papel, el amor que se profesaban. Generalmente, las giras duraban poco más de 1 mes, en ese tiempo, la imagen de Isabel no desaparecía de su mente. Todas las noches, tratando de dormir dibujaba en el aire la femenina silueta dueña de su vida.

Las ovaciones de pie no se hacían esperar cada vez que interpretaba su repertorio, los teatros generalmente se caían de aplausos atiborrados de conocedores de música; al finalizar uno de esos conciertos y estando sentado en un sillón observando cautelosamente un hermoso piano, explotó de rabia pues no cabía en su mente la idea de experimentar tanta emoción por el éxito del que era participe fácilmente comparado con el sentimiento que lo orilló a llorar cuando logró cautivar a la mujer que lo observaba en uno de sus primeros conciertos y que después se convertiría en su esposa; esa madrugada, mientras transcurrían los minutos, Antoine fue dejando atrás la humildad para vestirse con los suntuosos trajes del orgullo. Añoraba más fama, seduciendo con sus actitudes, a extrañas fuerzas y olvidando lentamente la necesidad de amar convirtiéndose en un ser avaro, envidioso y hasta cruel. La única persona que le inspiraba compasión era Isabel. Recluido pasaba varias noches escribiendo y componiendo; su esposa lo esperaba ansiosa en su cama pero este no se presentaba, amaneciendo tendido sobre el piano en su estudio sin noción de lo acontecido la noche anterior, varios trozos de papel con diversas anotaciones musicales descansaban en el suelo. Antoine despertaba gracias a la ayuda de un criado anonadado por la cantidad de composiciones que lógicamente no recordaba haber hecho. Y todas las noches acontecía la misma historia, una botella de vino, el desmayo sobre el piano y despertando con gran cantidad de papeles a su alrededor. Era maravilloso el genio de este artista.

Desde la desaparición de Isabel, sus composiciones no volvieron a satisfacerle como antes, sin embargo, su publico admiraba con mayor fanatismo sus obras. Estas, recorrían grandes salones, teatros, cortes. Repletos de gente deseosa por ver tocar sus virtuosas manos. Pero sin más explicaciones, se desterraba por días de los escenarios, el monstruo de la melancolía se escabullía entre las sombras para alojarse en la vida de Antoine, invisible otorgaba largas horas de insomnio acaudillando a la arpía de la depresión.

Bauldere levantó la cabeza quedando frente al retrato, la inscripción llenaba sus ojos de rabia y buscaba en sus bolsillos algo, algún instrumento cortante o filoso, todo parece indicar que se proponía destruir el cuadro. No encuentra nada que le pueda servir, se levanta y del escritorio toma una navaja para abrir cartas. Vuele a desafiar el retrato que se encuentra recargado en la mesita, lo observa y duda por segundos. Camina hacia la pintura dispuesto a destruirla completamente, se arrodilla cautelosamente leyendo la inscripción varias veces, con melancolía vuelve a dudar por instantes. Se pone de pie llevándose consigo el retrato; lo voltea, admirando por última vez el dibujo que su mente había olvidado por concentrarse en la leyenda posterior, al instante, deja caer al piso el filoso objeto, abandonando con esto la destrucción del lienzo. Inmediatamente su corazón reconoció a Isabel. Coloca encima del piano la tenebrosa pintura y prosigue por tocar una melodía; sus dedos inmersos en las heladas teclas del instrumento, se desangran vigorosamente arremetiendo contra el viento las notas más siniestras que se puedan apreciar. Las llamas que nacen de los candelabros danzan al ritmo de la tocata. La música turbaba los cantos de los grillos escondidos en los muros de la habitación. Tocaba irrefrenablemente con tanto odio hacia el cielo conjurando infinidad de maldiciones, calladamente, el retrato lo observaba como único testigo de su dolor, enfrascado totalmente en su música no se percataba de que llamaban a la puerta de su casa. Las notas cambian de ritmo drásticamente manifestando el comienzo de un tema diferente, no obstante, una melodía ampliamente conocida; apasionadamente destroza sus manos en el piano. Exhausto, enfurecido, triste, muerto; suspira la idea de invocar a su amada. Deleitarse con la bella sonrisa que la caracterizaba, sus ojos color miel, la tersura de su piel.

El sudor baña sus carnes, la respiración que lenta y pausada se vuelve desesperada al experimentar una extraña sensación de locura, una helada ráfaga de aire ha tocado su hombro. De inmediato percibe que no se encuentra solo en el estudio, las sombras ocasionadas por las velas bailan al compás de la música, un ratón come un poco de alfombra; pero hay algo más, un ser lo espía con tremenda curiosidad quizá no de carne y hueso pero velando se haya en los rincones de la oscura morada. No era la primera vez que notaba la presencia de “algo” que lo vigilaba, anteriormente, solía clavar fijamente sus ojos en un rincón de la habitación que constantemente le atraía a hacerlo estando seguro de no deleitarse con lo que hallaría. Con mayor fuerza sus dedos presionan las teclas del piano arrebatándoles lastimeros sonidos de sus cuerdas. Sin embargo, el “ser” no sale a la luz y permanece escondido tras la negrura. Toca con más ganas, la sangre en sus dedos se vierte sobre las teclas haciendo resbaladizas e incomodas de presionar, con esto, obligaría a salir de su escondite al “ser”, enfrentarlo de una vez por todas y expulsarlo de la habitación. El ambiente ocasionaba una sensación lúgubre, los elementos necesarios para clasificarlo como tal eran más que claros. El desconsuelo, la tenue luz, el miedo, la soledad. Todo era respirable y aunados a una pena envenenadora le daban vida al lugar.

Era tarde, el cielo cerraba sus ojos para cubrirse de nubes, las ventanas azotaban con estrepitoso poderío y una fiera tormenta rugía envilecida por escapar de su jaula.

A pesar del esfuerzo tan grande por tocar, cae exhausto en el piano quedando su rostro manchado de sangre. Pero una extraña visión le hace volver rápidamente a olvidar por un momento el cansancio y levantarse de su asiento pues no ha fallado del todo en su cometido. En lo negro de la habitación, unos brillantes ojos aparecen de la nada, rojos como si de fuego se consumieran y observaban fijamente a Bauldere quien sorprendido los retaba de igual forma. Quedaba con eso resuelta su macabra hipótesis, ahora tendría que descubrir la naturaleza de dicho “ser” si acaso provenía del cielo o tal vez de las mismas fauces del infierno. Camina hacia la mesita, tomar un candelabro e iluminar su caminar, de la chaqueta toma un pañuelo para limpiar la sangre que pinta su cara pero atónito no pierde de vista esas dos esferas llameantes, no tarda en encontrarse frente a ellas alumbrando al instante dicho rincón.

Bauldere grita despavoridamente cayendo hacia atrás y tapando sus ojos para no ver más, “no puede ser” repetía una y otra vez. El candelabro se apagó al momento que el extraño “ser” se abalanzó violentamente sobre la ventana. Una lechuza blanca, con ojos grandes y plumaje extenso era el pavoroso “ser” que vigilaba todas las noches a Bauldere, este no podía creer lo que veía ya que juraba que el ave era la misma que lo acechaba aquella noche en el bosque.

Retiró sus manos de los ojos solo para ver si el horrendo animal seguía allí, este postrado en la ventana lo miraba fijamente. Lo retaba, se burlaba del muñeco en que se había convertido, y como comunicándose por medio de la mirada, una visión le invadió el cerebro. Fue entonces que Antoine Bauldere comprendió todo el infierno que había estado viviendo todos esos años. La desaparición de Isabel, las composiciones tan virtuosas que aparecían como por arte de magia, la fama tan repentina que había adquirido; todo esto lo llevaba a imaginar cantidad de teorías descabelladas provenientes de la misma fuente de acontecimientos. Inconscientemente, Antoine Bauldere había vendido el alma de Isabel por recuperar la suya. No cabía en su cabeza tanto dolor, había perdido a su amada por la avaricia que lo cegaba ampliamente. Se había convertido en un títere del destino, la lechuza era solamente un sirviente que supervisaba los pensamientos de Antoine para recordarle el pago de su contrato y que no se olvidara que siempre tendría que vivir con esa pena.

De nuevo, tocan a la puerta, insistentemente golpe tras golpe la puerta retumba en la tranquilidad de la noche. Los sirvientes están profundamente dormidos en sus respectivas habitaciones. Como anteriormente se ha dicho es tarde y cae una estruendosa tormenta; ahogado en tristeza Antoine sale de la habitación para abrir la puerta principal de su casa y ver de quien se trata. En su mente, una revolución de culpas lo atormenta al grado de explotar en llanto maldiciendo su persona. Abre la puerta y bajo la constante caída de agua, una persona se encuentra completamente empapado, Antoine se compadece de la persona invitándolo a pasar para que se aloje esa noche y se proteja así de la lluvia. En compañía del huésped se dirigen al estudio para tomar una copa mientras se secan los ropajes. Al entrar en la habitación, Antoine busca a la lechuza en la ventana y en los rincones de la habitación pero no encuentra nada, el ave se fue volando por los cielos. Sentado en una mesita, el huésped toma una copa de vino, por su aspecto parece ser oriental, estatura baja, piel morena, acento proveniente de oriente. Esta persona le comenta a Antoine que es comerciante y que tiene en sus manos una finísima obra de arte con incrustaciones de piedras preciosas y elaborado con una tela muy peculiar. Gracias a la hospitalidad que Antoine tuvo la delicadeza de proveer al visitante, este estaría dispuesto a regalarle tan maravillosa obra de arte. El comerciante saca de una bolsa un pequeño cofre de color claro y con cantidad de piedras preciosas impresionante, rubíes, esmeraldas, perlas, etc. En realidad era una pieza hermosa tan finamente elaborada que parecía celestial. Antoine quedó impresionado por tanta belleza recordando con eso la imagen de Isabel, de estar presente, le hubiera gustado tanto la pieza que no habría cantidad de oro que no estuviera dispuesta a pagar por adquirirla. Antoine preguntó el precio de la reliquia pero el comerciante deseaba regalarle el artefacto sin costo alguno, pero la necedad de Antoine le impidió recibirlo sin antes dar una buena suma de dinero por el pequeño cofrecito. Le pregunta al comerciante el valor original de la pieza, contestando este que su valor es tan alto que se necesitaría una fuerte cantidad de riqueza para adquirirlo ya que ese cofre aparte de su belleza, cuenta con un hechizo mágico pero es un hechizo engañoso pues puede traer la desdicha a quien lo posee. El comerciante le entregaba el cofre sin costo alguno para que disfrutara sin problemas de su beneficio, por otra parte, Antoine insistía en pagar cierta cantidad de dinero por hacerlo suyo, ofreciendo lo que estuviera en sus manos para lograrlo sin hacer que el extraño personaje se fuera a su vez con las manos vacías. Era en cierta forma una redención a los tormentos que en su cabeza se gestaban. La lechuza había desaparecido lo que significaba que estaba haciendo lo correcto. Se sentía aliviado, recordaba satisfactoriamente la felicidad que le causaba ver el gesto de emoción que se dibujaba en el rostro de Isabel cuando veía una nueva pieza de arte para embellecer aún más su casa, Antoine sabía que Isabel lo miraba quizá en el cielo y que sería lo correcto a efectuar, además le dedicaría un aposento a manera de altar para honrar su memoria con la pintura y las obras favoritas de Isabel. Por primera vez en mucho tiempo se sentía plenamente emocionado por hacer algo provechoso.

Antoine busca desenfrenadamente como pagar al comerciante, este no tiene deseos de recibir nada a cambio pero es tal la insistencia que termina por ceder. el misterioso comerciante pregunta ansiosamente por cierta composición de Antoine que le parece maravillosa y que sería perfecta para cubrir el costo del peculiar Tesoro. Dicha composición es la misma con la que Bauldere conquistó a Isabel hace años, un tesoro para su persona pero al encontrarse maravillado ante el pequeño cofrecito este le pide que no se marche de la habitación mientras va en busca de lo que pide, era un truque justo ya que representaba un gran valor sentimental. Antoine sale rápidamente a otro aposento de la casa donde se encuentran los recuerdos de su amor, después de revolotear en el lugar encuentra lo que busca, la famosa composición. Con prisa regresa a donde el comerciante espera su pago, con los papeles en mano y 100 monedas en oro se topa en el estudio. La puerta se encuentra cerrada pero la abre sin problemas, entra al interior de la habitación encontrándole completamente vacía, el comerciante se había ido.

El cofre descansa en la mesita pero no hay señal del huésped, Antoine regresa rápidamente a la puerta principal para ver si dicho personaje no ha ido lo bastante lejos como para detenerlo y pagarle. Al no encontrarlo en el frente, recorre toda la casa en su búsqueda despertando a su paso a los criados para preguntarles si lo han visto rondar por los pasillos pero encontrando puras negativas regresa al estudio. El cofre sigue en su lugar, Antoine llena una copa con vino mientras observa sorprendido la belleza de la pieza. Se acerca a la luz del candelabro para admirar la estructura que envuelve el objeto. En verdad es maravilloso. Lo toma, lo acaricia, lo huele. Queda pasmado ante el aroma del cofre, le recuerda la deliciosa fragancia a flores silvestres que usaba Isabel. De pronto, a su cabeza le vienen las palabras que el comerciante le dijo antes de abandonar la casa. el cofre estaba hechizado.

Se le ocurrió una morbosa idea, tomó la pintura de Isabel que no apreciaba bien por la poca luz que alumbraba el lugar y lo colocó enseguida del cofre, solamente sus pensamientos sabían que se proponía hacer. cerró los ojos un momento para aclarar su mente, los abrió tomando el cofre con sus manos. Se dio cuenta por su peso, que alojaba algo en su interior, no tenía idea de que podría ser. Pero agitaba la caja y algo se movía levemente. No le quedó más remedio que abrir el cofre acercando la luz hacia el objeto para ver el interior, de adentro sacó una extraña tela muy parecida a la que formaba parte del cofrecito y que cubría el exterior, era suave y tersa, de igual manera estaba impregnada a una rica fragancia de flores silvestres.

Le interesó el pedazo de tela que tenía en sus manos, lo acercó a la luz para ver de que se trataba, inmediatamente después de analizarlo, de extenderlo y de acariciarlo sorprendidamente lo arrojó al suelo, al momento, la habitación se cubrió de una extraña pesadez, los ojos rojos volvieron a aparecer en aquel olvidado rincón. No faltaba mucho para que amaneciera pero aún estaba oscuro. Antoine, observa horrorizado el rincón donde los ojos descansan y toma otra vez el pedazo de tela que tiró tan asustado. Lo ilumina con la vaga luz del candelabro y explota en llanto, no puede creer lo que sus ojos ven, en sus manos tiene extendido un rostro, es femenino y si, si es el rostro de Isabel. Centra su completa atención al cuadro para comparar el pedazo de carne pero se sorprende al ver que la pintura ha cambiado drásticamente y la figura que solía contener a tan bella mujer, ahora solo retrata un cuerpo femenino. Sin rostro. La pintura se transformó, el fondo ya no era negro sino estaba completamente lleno de figuras fantasmales al parecer sufriendo, el cuadro permutó completamente como también la leyenda en la parte posterior. “El destino te jugó una broma, por haber preferido la fama y la riqueza, por comprar el perdón con monedas de oro, te dedico esta pintura; te amo, aún estando en el infierno” Isabel. Volteando a su parte frontal el cuadro, Antoine se desmayó al ver el horrendo dibujo que lo acosaba. Alucinantemente los garabatos se amoldaban para formar una clara firma... MEFISTÓFELES.

Luis Gelain
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.56
  • Votos: 73
  • Envios: 3
  • Lecturas: 7702
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
miriam cordoba
invitado-miriam cordoba 27-07-2004 00:00:00

El cuento es espectacular, me gusto muchisimo, espero que sigas escribiendo mas cuentos para seguir deleitandonos con tus escritos. Atte. Miriam Cordoba

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