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"Malos Instintos..."

Eran más de las seis de la tarde y frente a mi mesa se encontraba un anciano de más de ochenta años que, al igual que yo, tomaba una taza de té acompañado de un mendrugo de pan, mientras no dejaba de hablar porquerías acerca de los homosexuales. “Tigre, son de lo peor… Deberían de meterle un barrote al rojo vivo en el culo para que dejen de hacer sus escándalos. Fíjate pues hermano, eso de casarse entre hombres… ¡Hasta donde pues tigre…!"

Le escuchaba pero internamente rogaba que aquel trozo de pan se le atorase en el cuello y tapase su apestosa cloaca. Detestaba escuchar y oler el tormento que cada persona esconde adentro se sí mismos… De pronto, calló. Se paró de la mesa y caminó hacia la dueña del negocio que estaba detrás de un mostrador. Sacó unas monedas del bolsillo y las echó sobre el tablero. Se puso su sombrero de lana y salió del local, no sin antes mirarme de reojo y despedirse: “¡Tigre!... Hasta mañana.”

Volví a mirar mi reloj, eran más de las siete de la noche. No había nadie más que la dueña y yo en el café. La señora era una vieja de más de sesenta años. Tenía una revista leyendo mientras fumaba y fumaba, como esperando que a que yo me parase, le pagase y me fuera. Aquella visión me hizo sentir muy mal, pues sentí como si le estuviera haciendo un favor al sentarme en su apolillada mesa y tomar una taza de té. Indignado, me paré y, sin mirarla, dejé unas monedas en el borde del mostrador, mientras ella no dejaba de fumar ni leer… “Hasta luego y gracias”, le dije. No respondió. Comencé a caminar y mis pasos se hicieron pesados, mis manos sudaron, mi cabeza ardía, aquello, fue la gota que derramó la copa de mi paciencia.

Detuve mis pasos. Metí mi mano en el saco, y sentí el frío placer al coger el puñal. Volteé y caminé hacia la mujer, mientras ella despertaba de su cloaca, mirándome y presintiendo que la muerte se le acercaba a través de mí. “¡Que hace!”, gritó, mientras mi mano sacaba el puñal del saco (era un cuchillo grande, brillante, de hoja fina y mango negro de madera), y se lo hundía una y otra vez en su garganta, cayendo su sangre como pato degollado por todo el mostrador… Mi mano se detuvo cuando vi que el cigarrillo, manchado de sangre, se apagaba. Lo cogí, lo limpié, lo encendí y salí del café fumando el cachito.

En la calle todo era silencio, eran más de las ocho de la noche y parecía que toda la gente fue testigo de la obra de arte que dejé en el café… Era el segundo día que paseaba por el pueblo, nadie me conocía, y, con los ojos de la vieja en mi saco fui a buscar al anciano de más de ochenta años que odiaba a los homosexuales…

“¿Por qué no respeta a los demás?”, me preguntaba mientras mi cabeza ardía al no encontrar respuesta… Toqué la puerta del cuarto del anciano y escuché: “Ya voy, ya voy, un momento…”. Mis manos comenzaron a sudar mientras cogía el puñal escondido en mi saco…

“¡Tigre!”, me dijo el viejo… Eran más de las nueve de la noche mientras botaba el cachito y sacaba el puñal de mi saco…



Paris, 02/12/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 12025
  • Fecha: 04-12-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.76
  • Votos: 66
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2224
  • Valoración:
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