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"Muerte Abierta"

PARA ELCURA666 MI LUZ…
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Siempre me habían hecho mucha gracia las personas. Se paseaban a mi lado, casi implorando con los brazos abiertos que les recogiera en mi lecho, como si yo fuera su única salvación. Las calles de las ciudades estaban siempre repletas de individuos vociferantes, abstractos matorrales de apariencia humana que tan solo eran capaces de fagocitarse unos a otros, y después su entorno.

Las luces estaban encendidas, alumbrando tenuemente los callejones mas alejados y siniestros de la ciudad, y mujeres bellas, casi desnudas me ofrecían sus carnes por un puñado de dinero. "Ay ven papacito, yo te voy a hacer muy feliz", "¿Quieres saber lo que es una verdadera mujer mi amor?", "Te la voy a mamar tan a fondo que no te van a quedar fuerzas para cojer en una semana"... sexo... recuerdos abruptos y alejados de una vida que ya no me pertenecía. Noches de lujuria que olían a cansancio y a nostalgia. Un olor a azufre indescifrable emanado por miles de sexos en celo.

Me alejé de allí y me dirigí hacia la gran avenida. Las luces eran mas fuertes, y mucha mas gente poblaba el asfalto. Un hombre harapiento con un insoportable aliento, me pidió limosna. Otro mejor vestido, pero podrido hasta la médula me ofrecía mujeres, droga, alcohol o lo que quisiera. Detrás de el, apoyadas en la pared, dos mujeres jóvenes, apenas unas niñas, me miraban con ojos golosos, esperando mi asentimiento. Cruce al otro de lado de la calle. Los coches me tocaban el claxon, desfogados conductores borrachos me injuriaban, pero inevitablemente, casi como un susurro alcance la otra acera. Un letrero de neon me invitaba a comer en un lugar tradicional, que en realidad no era sino de comida rápida para turistas. Entré y me senté en una mesa cerca de la ventana. Una muchachita me pidió que deseaba tomar, le dije que nada de momento y asintiendo volvió al otro lado de la barra.

Nadie me avisó nunca que ocurriría con el mundo, ni con la gente. Nadie me dijo que las cosas iban a terminar siendo como eran. El mundo estaba podrido, y la gente se echaba a mis escuálidos brazos con tanto desenfreno que apenas era capaz de abarcarles. Yo, que en mis tiempos lejanos solo había pretendido tener una vida feliz, llena de alegría, con una familia unida y mucho cariño, me encontraba solo y desamparado. Sucio y repugnante. Nunca debí aceptar aquel trato.

Temía cada persona que se me acercaba. No por mi… por ellas... A mi lado, en las mesas que me rodeaban iban a caer desplomados en menos de cinco minutos al menos tres personas que se encontraban tranquilamente cenando. Deseché aquellos pensamientos, pues sabia que eran inevitables. Pero no me resignaba, no había terminado nunca de admitirlo.

Una mirada estaba posada en mi espalda. Notaba su aliento entrecortado y sus ojos fríos en mi, intentando escudriñar a través de mis vértebras. Era uno de ellos, uno de los pocos que eran
capaces de verme tal como realmente era. Pero no eran peligrosos, nadie podía vencerme, tal era mi destino y nada podía ya remediarlo. Aquella mujer que me observaba veía mi túnica negra, mi capucha y mi cinturón de cuerda sujetándome los hábitos. Se que si me daba la vuelta la fulminaría en el acto, caería desplomada, sino por mi culpa, si por la impresión de tener delante suya a semejante monstruo. Me levanté de la mesa y salí de nuevo a la calle.

El ruido era aun mas ensordecedor que antes, y los neones mucho mas cegadores. Oí toser convulsivamente a lo lejos al muchacho que estaba antes sentado a mi derecha. Un grito, dos, y un revuelo más, confundido entre miles de otras situaciones extrañas, se unió a la noche cálida del lugar. Este mundo me producía nauseas, por permitir que gente como yo existiera, respirara, anduviera como en su casa, amo y señor de los dominios de Dios. La gente se agolpaba en torno al sexo y al dinero fácil, al vicio, a la droga, a la suciedad. ¿Donde estaba el amor, la ternura, los sentimientos puros en todos ellos? Alargué mi brazo, y así, como si nada, toqué el hombro de un transeúnte. Se volvió y al entrar en contacto conmigo, me vio tal y como era, sin la mascara humana. Cayó fulminado, escupiendo babas por la boca entre retorcijos sobre el asfalto. Nadie se paró a ayudarle. Alargué de nuevo mi brazo y toqué a una señora mayor, que inmediatamente comenzó a sangrar por la nariz y a delirar cantando en una lengua inteligible, antes de ser atropellada por un coche. Abrí los brazos y una chica joven cayó entre ellos y mi abrazo le hizo reventar los oídos y sangrar masivamente por las orbitas de sus ojos. En un arrebato de ceguera me deslicé por el medio de la calle, con los brazos abiertos, envueltos en mi capa abierta, oscureciendo la vida de todo aquel que encontraba a mi paso.

En menos de una hora ya no quedaba nadie vivo en la vieja Zona Rosa. Desolado, entre el silencio de los centenares de cadáveres que yacían en todas partes a mi alrededor, lloré, y al saberme condenado me alejé apresuradamente de allí.
Datos del Cuento
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