Está ahí sentado, sólo puede pensar en la manera de decirlo. ¿Cómo hacer? ¡Nunca lo entenderían!
Ni él mismo lo comprende, pero siente tanta necesidad de expresarlo. Ya no quiere reprimirse. No soporta ese silencio que lo encierra. Si encontrara la forma de abrirse, si pudiera gritar...
Sigue tomando de cada vaso que dejan sobre la mesa, los oye hablar, reir, pero sigue aturdido en ese silencio que ya no lo deja respirar; que lo sumerge en su opresión. Se desepera, se sirve otro vaso y otro más y se pierde en la cuenta esperando el momento sin poder decidirse.
Ya es demasiado tarde. Con cada trago se va olvidando, se va entregando a su vacío. Luego se despierta, no consigue recordar, sólo sabe que estuvo ahí a punto de decidirse, pero no se siente liberado. Sólo siente miedo al reconstruir imágenes aisladas que no tienen conexión ni siquiera con la realidad.
No puede esperar. Toma otra botella y así continúa olvidando, hasta olvidarse de sí mismo.