El pueblo quedó sitiado un año por las fuerzas revolucionarias; allí permanecieron inmovilizadas las tropas federales de Victoriano Huerta, y, como siempre, la gente pobre pagó el pato de aquella espantosa guerra fraticida.
Fueron doce meses de diarios duelos de fusilería y artillería con el pueblo jugando a fuerzas el papel de jamón del sangüich…un día de aquéllos, cundió la alarma porque corrió la noticia de que un poderoso contingente de los alebrestados, estaba entrando a la población por el cerro “Cabezón”…concurrieron muchos pelones a detenerlos, y, por la calle del Comercio y la 28, emplazaron un gran cañón.
Como siempre sucede por desgracia, se congregó allí una gran cantidad de curiosos a estorbar, y lo más grave, a arriesgar la vida con estúpida temeridad…los oficiales, a gritos ordenaban a la gente que se retirara, que el combate era inminente y el peligro tremendo, pero nadie los obedecía…hasta Tulita andaba allí haciendo mosca.
Gertrudis era entonces una muchacha ya: idiota de nacimiento y para colmo de su desgracia a su hablar balbuceante sumaba una sordera total; era, la pobre, una tapia de sorda.
El primer cañonazo logró lo que no pudieron las órdenes y las súplicas de los desesperados oficiales: muchos se empezaron a retirar dando muestras de dolor en los oídos y cubriéndoselos con sus manos; sólo la tonta permaneció inalterable y luego dijo viendo a todos con extrañeza:
-¡Che chebó…!
Nota: En Mèxico, para decir que una cosa no resultò, se dice: Se cebò, pero como Tulita era idiota en su hablar, dijo Che chebò...
Ventura: Hace tiempo que no entraba a la página y me encuentro con tu cuento, que está muy bien. Recordé la época de mi niñez, cuando íbamos todos los chiquillos a la casa de una vecina a ver el Chavo del Ocho. Era la única televisión en la colonia, por lo que llegábamos temprano para agarrar localidad preferente. Me gusta tu forma de escribir porque me haces recordar momentos bellos de mi niñez. Te felicito. Lourdes