Sin saber cómo, en ese momento me encontré en una sala llena de libros. Miré a mi alrededor, un poco extrañado, tratando de recordar porqué estaba allí.
En el lugar no había nadie más que la recepcionista y yo. Ella estaba sentada seriamente en el mostrador, con la mirada fija en algún punto y las manos cruzadas. Estaba vestida graciosamente y al mirar el letrero que había en uno de los vidrios de la entrada me di cuenta que estaba en una “Biblioteca del siglo XX”. Tenía puesto unas ropas muy extrañas, y como esto me llamó la atención, consulte con un robli acerca de aquello.
El robli era una especie de robot muy viejo –comparados con los de la actualidad- que tenían la simple capacidad de recordar hasta mil libros. La forma de cargarlos era dándole el libro -en la mano metálica que él extendía- que se deseaba que recordase y él sabía qué hacer, mediante un proceso químico por el cual convertía al libro en un líquido en su totalidad, que contenía toda la información necesaria para luego utilizarla. Además, generalmente cada robli sabían la información que tenían los otros para poder indicar a los desconcertados a cuál de ellos consultar.
En mi caso, el robli era de color verde, eso significaba que sabía sobre el área de ciencias naturales, ya que los rojos eran de matemática; azules de ciencias sociales... cada color con su tema. Me acerqué hasta el robot y le coloqué una moneda. Éste encendió sus luces laterales y presentándose con esa voz metálica, me preguntó:
-¿Qué desea saber?
Le contesté que quería saber dónde estaba y porqué la recepcionista estaba vestida tan graciosamente.
-Hoy se conmemora el siglo XX –respondió-, y por eso todo esto está ambientado de tal forma. La vestimenta de la recepcionista es: un jean azul intenso, una camisa rayada y en la cabellera, un recogido llamado “media cola”, vestimenta característica de la década del '90 en adelante, incluso después del 2000 –terminó de explicar el robli.
-¡2000! –grité sorprendido-, ¡pero si eso pasó hace 1500 años ya!
-Exactamente pasaron 1542 años, 8 meses, 24 días, 21 horas, 55 minutos, 32 segundos...
-¡No quiero saber acerca de eso! ¡Quiero saber qué hago yo acá, en medio de todo esto!
El robli enmudeció, y un ruidito constante me hizo comprender que buscaba una respuesta a mi pregunta. Al no encontrar nada, se alejó de allí gritando:
-¡Debo comer más libros! ¡Debo comer más libros! –exclamaba lastimosamente, ya que eran unos robots muy sensibles y no soportaban ningún tipo de humillación.
Confundido por la novedad, me acerqué a la recepcionista y le pregunté:
-Me gustaría leer acerca del siglo XX, alrededor del año 2000 en adelante.
-¿Qué área? –preguntó con un acento extrañadamente acentuado.
-Todas... o mejor dicho... culturales y sociales...
-Pasillo 356 C, tercer piso.
-¿Cómo llego? –mi voz sonó sorprendida y quizá, asustada.
Levantó su mano y, apretando la pequeña cadenita que colgaba de su muñeca esperó una respuesta. Estaba llamando al sillón móvil, mediante un sonido inaudible para el hombre que atraía a este curioso artefacto.
Sin hacer ruido, una silla de aspecto reconfortable se acercó por mis espaldas; y sentándome agradecí a la recepcionista antes de partir.
Me llevó por largos pasillos, altos y escalofriantes. Había tantos libros a mi alrededor que se me hacía imposible mirar nada sin marearme. En pocos segundos estuve en el tercer piso, donde la recepcionista me había indicado.
Miré la uña de mi pulgar y, apretándomelo debajo de la misma con la yema del otro pulgar, observé la hora. Las 22 y 18 minutos. Pensé que ya era hora de comprarme el reloj nuevo, hacía mucho tiempo que tenía éste. Me lo habían instalado unos 3 años atrás. No me incomodaba, pero había nuevos modelos y más novedosos, que no utilizaban tanta energía del cuerpo como éste, ya que para que funcione correctamente tenía que tomar cada semana una pastillita roja llena de energía especialmente pensada para relojes pulgares.
Cuando llegué y me acerqué a uno de los estantes, tomé un libro grande, de color negro, que tenía en la tapa únicamente el título, en letras grandes y blancas. Se llamaba “¿Porqué?”
Me pareció muy pesado y pronto me di cuenta que era porque no tenía el SELP (Sostenedor Especial de Libros Pesados), que tanto me ayudaba en las noches de cansancio. También noté que las hojas del libro eran muy gruesas y tenían una asquerosa capa grasosa dada por el tiempo. El libro era del 2001 y había sido escrito por un conjunto de periodistas que analizaban la actualidad.
“Actualidad –pensé- ¡qué actualidad!” y me reí mientras comenzaba mi lectura.
Hacía años que no leía tanto, estaba en la página 12 cuando sentí cómo me ardían los ojos. Saqué de mi bolsillo el RCC (Reproductor de Cualquier Cosa) y traté de enchufarlo en el lomo del libro. Pero me había olvidado que el libro tenía más de 1500 años, y que todavía no se habían inventado los RCC para entonces. Tendría que seguir leyendo.
Estaba en la página 28 cuando no pude más y cerré el libro. Hasta allí había leído de cuestiones políticas inentendibles, acerca de personas que se llamaban “Presidentes” que gobernaban a millones de personas más, a veces injustamente y otras... otras peor... Según esos periodistas un 99,9% de los políticos eran corruptos y obligaban a “su” pueblo a vivir en condiciones inhumanas, incomprensibles para mí que estaba acostumbrado a vivir en una civilización en donde no había tantos límites.
Me puse a pensar, mientras descansaba mis ojos, en la organización de mis días. Nosotros no teníamos a nadie que se hiciese llamar presidente, sino que cada uno se gobernaba a sí mismo o por lo menos, intentaba hacerlo. Pensé que bueno hubiera sido tener un presidente que obligase a su prójimo, con su ejemplo, a actuar de forma honrada. Lo único que teníamos era un RCDBE (Robot Capaz de Dar Buenos Ejemplos), un robot que no sabía mentir que organizaba algunas cosas más importantes.
Busqué en el área de geografía y encontré un libro que se llamaba “América”. Abrí en la página 122, sin querer, y encontré allí un mapa. Me sorprendí al encontrar esas divisiones extrañas que marcaban por separado los países que hoy conformaban un solo bloque. Leí algunos nombres y comprobé que eran los mismos de ahora, sólo que ahora todo eso conformaba una masa uniforme.
Me aburrí de aquello y busqué otro libro, uno más pequeño y rojo, lleno de extraños dibujos que se llamaba “El hombre en su burbuja”. Me divirtió el título y comencé a leer y encontré cosas muy interesantes y me quedé allí, leyendo todo el libro a pesar de los intensos ardores.
Volví a mirar la hora en mi pulgar y comprobé que ya era medianoche. Me quedé sentado en una pequeña banqueta, o eso creía que era, porque cuando apoyé mis nalgas en ella, el pobre robli marrón salió disparado gimoteando, dejándome en el suelo.
Me puse a pensar en lo que había leído mientras encendía mi MRI (Memoria Recordadora de Ideas) y me lo puse en la cabeza para que grabe lo más importante de mis pensamientos. Cerré los ojos y empecé a pensar en lo que había leído: las costumbres de aquel tiempo, la organización política de los países, los problemas que enfrentaban, los trabajos que realizaban...
Mi pensamiento se detuvo en esto último... la gente salía a trabajar cada mañana, trabajaba en muchos lugares, haciendo muchas cosas diversas y algunas más difíciles que otras, volvía al mediodía y luego de unas pocas horas volvía a salir al trabajo, todo aquello para tener una vida digna...
En estos días las cosas no eran así. Las labores humanas, desde los más insignificantes habían sido reemplazadas por máquinas, quienes realizaban el trabajo de manera más eficaz y rápida que los hombres.
Pensé en alguna razón que me confirmara que la actualidad era mejor que la de aquellos años, sin embargo no encontré ninguna buena. Al contrario, me di cuenta que la vida que llevaban las personas que habían vivido en el año 2000 aproximadamente, tenía más sentido que mi propia vida. Aquellas personas tenían razones para su existencia, vivían con preocupaciones que los ocupaban en sus tiempos libres, que los mantenían sujetos a la realidad, vivían pensando en conseguir sus metas, tratando de alcanzar sus sueños, vivían inmersos en una sociedad difícil pero necesaria, en un lugar descuidado pero reconfortante, vivían situaciones complicadas pero que le daban sentido a sus vidas al fin. Vivían quejándose de las corrupciones de los demás pero sonreían y gritaban jubilosamente cuando algo les salía bien, perdonaban y pedían perdón... sus vidas giraban alrededor de un eje central que los mantenía llenos de esperanza: alcanzar la felicidad. Ésa era la meta principal, y debían conseguirla a través de sus esfuerzos.
Pensé cuál era el eje de mi vida y también comprendí que era la felicidad. Pero también me di cuenta que a medida que los tiempos pasaban muchos problemas encontraban soluciones rápidas, como por ejemplo el trabajo. Los hombres ya no trabajábamos, sino que lo hacían máquinas por nosotros, máquinas y robots eran los que nos servían la comida, los que leían por nosotros, los que pensaban por nosotros... ¿y yo qué?
Mi vida estaba solucionada desde antes de mi nacimiento. En mi vida no tenía nada que hacer. Me hubiera gustado tener algún trabajo para realizar, pero ya existían máquinas para hacerlo... y entonces me pregunté si el extraño en esa situación eran las máquinas o yo. Las máquinas habían ganado terreno y todo el papel que antes cumplía el hombre, ahora le había sido robado por los propios hombres. Los únicos que hacían algo aún, eran todos aquellos que seguían buscando nuevos avances en la tecnología, para invalidarse aún más.
Pensé como me hubiera gustado vivir en el año 2003, aún sabiendo los difíciles problemas a los que se enfrentaban los hombres. ¿Pero qué peor que esto que estaba viviendo ahora? Envidié con locura a cada persona que había vivido en ese tiempo, por más desdichada que hubiese sido su vida, porque por más que mi vida era larga y llena de cosas nuevas, estaba totalmente vacía. Era como una burbuja, brillante y atrayente por fuera, pero llena de aire en su interior, vacía.
Me levanté y revoleé por el aire, con mucha furia, mi MRI. Vi cada pedazo volar entre los libros que había a mi alrededor y me sentí mejor; sin embargo, pronto entré en razón. No cambiaría nada haciendo eso, al contrario, estaba destruyéndome a mí mismo.
Salí de la biblioteca pocos minutos después. En el medio de la calle respiré el aire purificado por los “Aires limpios”, purificadores especiales que absorbían los residuos y todo aquello nocivo para la salud. Caminé en medio de aquel mundo extraño en el que vivía, en medio de todas aquellas cosas que me rodeaban y que nunca terminaría de conocer. Y me di cuenta que no podía volver el tiempo atrás, que lo pasado había pasado y ya no volvería, que el pasado servía para aprender de los errores y tratar de no cometerlos otra vez.
Y sonreí, cuando advertí que lo que estaba viviendo era lo mejor que podía pasarme y que tenía que disfrutarlo, porque, ¿quién sabía lo que iba a pasar después?, el pasado ya no volvería, el futuro no existía sino hasta hacerse presente y el presente era cada una de las sensaciones que sentía mi corazón.
Y seguí caminando, dispuesto a entender el mundo y todo en él, porque, al fin y al cabo, yo también era parte de ese mundo tan extraño.