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¿DÓNDE ESTARÁS?

¿DÓNDE ESTARÁS?


¿Cuanto tardaste?; no más allá de sesenta minutos; poquísimo si piensas que ocupaste ese tiempo entre ida y vuelta a esa cercana oficina a la que fuiste a poner un sello indeleble a la manera tan marcadora que elegiste para echar a perder tu vida.

No puedo comprender como ni por qué, pero “te acompañé”; vi como lo hacías, y aunque el dolor y la rabia me explotaban en los oídos no encontré como impedirlo o más no fuera postergarlo en espera que la cordura alojara nuevamente en ti. Ya de vuelta, sólo por instantes me percaté realmente de lo que estaba ocurriendo; me parece que compartía la conversación dicharachera que pulsaba en nuestra casa. Todo me era como extraño, sorprendente; y no lo podía creer cuando comprobé que sí, era yo una participante activa en eso, escuchaba mi voz, mi risa, me di cuenta de las atenciones que hice a tus invitados; incluida por supuesto, aquella amiguita tuya, tu preferida, la de infancia; la que mas insidia y burla sembró a lo largo de lo que fue: la celebración civil; así como también a ese chico que te amó por años, el que descalificaste desde siempre por ser "demasiado serio" Todo lo observó mi dolor, desde ese rincón pequeño donde fue a acurrucarse, intentando pasar desapercibido. El gentío te felicitaba, te auguraba dichoso futuro, te alababan la elección que habías hecho. Te sentías tan feliz por sus palabras, tal vez porque no quisiste ver que mientras te lo decían se miraban entre ellos guiñándose un ojo.

Después que cada invitado sació su ponzoña, su sarcasmo, su apetito, su sed; se despidieron de ti, de tu marido recién adquirido y; creo que hasta de mi. No tengo la capacidad ni la condescendencia mínima para comprender como pudiste no percatarte de todo eso; ¡si hasta te emocionaste!, cuando ya a punto de subirse a los distintos vehículos que los retiraba de nuestra casa, entre gritos y sonrisas maliciosas te decían estar ansiosos por la llegada del sábado próximo, para verte recibir la bendición celestial por tu “acertada elección”.

Mucho antes de lo que me hubiese gustado, llegó el famoso sábado; y con él tu entrada a la iglesia envuelta en metros y metros de encaje blanco, deslizándote parsimoniosamente por la alfombra puesta especialmente para ti. Ese acontecer, el de la gran fiesta a continuación, tu partida hacia la luna de miel y todo lo más que hubo, lo presencié como entre brumas, en las que he seguido viviendo desde entonces, ya que en cumplimiento a nuestro acuerdo no volviste a acercarte a mi.

Por más que lo he intentado no me ha sido posible eliminar de mi memoria las palabras que nos dijimos en esa última conversación aclaratoria y determinante que decidimos llevar a cabo para llegar por fin al final de nuestras rencillas. No fue posible que me entendieras, no fue posible que yo aceptara tu pasividad o tal vez ceguera al lodazal que te amenazaba; opinaste que me creía ser la única persona sabedora de la verdad y que solamente yo veía que él era ignorante, que estaba enamorado de otra, que se interesaba solamente en el poder adquisitivo de nuestro hogar y; para mayor abundancia, inútil fue hablarte de sus deudas, de sus “amistades”, de su drogadicción e irresponsabilidades varias. Me gritaste como con odio que no me metiera en tu vida, que no te interesaban mis ideas arcaicas y que te casarías porque “ambos” estaban muy enamorados; “y” además querías zafarte de mi, que estabas harta de mis apreciaciones, de mis puntos de vista siempre distintos a los tuyos. Inútil fue mi intento de mostrarte cualquiera prueba que apoyara lo expuesto. Hasta quise carearme con él en tu presencia; pero no aceptaste y nada te sacó de tu tozudez. Sin atinar ya a que más exponerte; con mis lágrimas y dolor tragados di por terminada la conversación, dando la venia a tu matrimonio; te prometí una muy buena celebración de ceremonia civil y la mejor fiesta que permitiera el dinero dejado por tu padre, para festejar la bendición religiosa ... “a condición”... de que no te despidieras de mi cuando partieras a tu luna de miel y; una vez de vuelta, trajeras borrada de tu mente la existencia de mi persona. - Está bien; acepto - fue tu respuesta. Al menos podrías haber intentado cambiar, o siquiera atenuar las condiciones que te impuse; pero no; me quedó claro que te acomodaron demasiado bien, para mi pesar.

¡Pero por Dios!; aún no me es posible entender ni el por que, ni el como, ni el cuando se le borró todos los años de amor, comprensión, compañerismo, confianza y hasta complicidad que había reinado siempre entre ella y yo. Era tan especial, tan hermosa y relajada la vida que compartíamos; ¡ cómo me hace falta, cuánto añoro su juventud, su risa siempre fácil, (hasta que apareció él), sus picardías, sus confidencias!. Se veía siempre tan feliz que tenía la convicción y el ferviente deseo de que fuera así el resto de su vida; me daba confianza la inteligencia y madurez que la inundaba. ¿Como pudo él matar todo eso; y en un plazo tan breve?. Tantas veces que entre seriedad y entre risas nos entreteníamos divagando respecto a su futuro; -a lo mejor- decíamos, un día se querría casar... sería con alguien a su altura espiritual al menos, se amarían mucho y; sin descontar las vicisitudes de la vida, serían mutuamente felices; se irían a vivir no tan lejos y cuando ella pudiera acomodarlo a su tiempo, seguiríamos compartiendo esa amistad “indestructible” entre ella y yo.

Si tan solo me hubiera sido posible amarla menos, habría podido permitirle sin condiciones ese paso al fracaso; pero no pude, y solo logré reunir fuerzas para dejarla ir (ya que no me quedó otra opción); pero como un ente cobarde tal vez, no tuve el coraje para probar ser testigo del cuadro patético que a diario iría mostrando su fracaso; sabía que sería demasiado para mí, simplemente no lo soportaría. Pero... ¿es que acaso estoy soportando su ausencia, el no saber de ella, el no poder hablarle?. Muchas veces me he preguntado si no habría sido mejor intentarlo, al menos la podría haber sostenido cada vez que desfalleciera, secado las lágrimas cuando lo necesitara; y, a lo mejor en una de esas, la razón la tenías ella, a lo mejor; o, a lo peor, no sé; era un gran pánico a perderla el que me hacía ver tan sumamente inadecuada su elección; pero desgraciadamente no, no pudo haber sido eso; habían muchas pruebas concluyentes que me apoyaban; ¡ si tan solo hubiese querido verlas !.

¿Que será de ti?.

En forma disimulada, como por casualidad he preguntado a quien he podido por tu persona; realmente no sé si nadie sabe nada, o has encargado no informarme. Solamente una vez alguien dijo, sin ni siquiera tener la certeza, que te habías ido a otra ciudad u otro país, no lo sabía bien. Ya no sé como resistir tu ausencia; necesito saber de ti, ansío tanto abrazarte, quiero pedirte perdón; siento que te fallé. Ahora pienso que ha pesar de tu error debí haber seguido contigo, debí apoyarte; me angustia pensar que puedes estar necesitándome tanto o más de lo que yo te estoy necesitando. Deberé buscarte abiertamente; te encontraré a como de lugar, te pediré perdón y te daré sin condiciones el apoyo, el amparo, o lo que necesites de mi. Lo haré de inmediato.

Desechando sin contemplación mi orgullo, voy a casa de cada una de las amistades que te conocí, paso por alto todo indicio de sarcasmo, crueldad o desconocimiento que casi todos manan; espero con avidez algo concreto sobre tu paradero.

Ella no quiere que te le acerques -, dice alguien; - dicen que dejó a su marido y se marchó sola a buscar otros rumbos, ya que tú la despreciaste-, dice otro, – no, fue el marido el que la dejó, agrega un tercero. - ahí tienes su nueva dirección - me dice otro, con tono casi compasivo, mientras me extiende un papel. ¡ Por fin algo que me sirva!

No es tan lejos; con el pulso acelerado corro al aeropuerto, me bastará poco mas de una hora de vuelo ¡ y ya !; de nuevo junto a ti.

La lluvia y el viento que reciben mi llegada no logran impedir mi paso acelerado y, por trechos, mi correr jadeante; el papel con tan preciosa información chorrea en mis manos, pero no importa, aprendí de memoria tú dirección; por fin llego ya, es la calle correcta, el número me parece destellante, golpeo con fuerza; me tirita la boca y la barbilla de pura ansiedad por verte, que dicha, ¡ ya muy, muy pronto te podré abrazar otra vez!.

Un flash inoportuno de mi memoria reproduce algo muy cruel, escuchado no hace mucho:
- Ella no quiere que te le acerques-.

No lo acepta mi corazón, no puede ser verdad ... ¿o si?... no, ¡claro que no!. Por fin la puerta se abre; un joven frente a mi que no se quien es; talvez un amigo de ustedes, visiblemente sorprendido por mi intento descarado de mirar por sobre su hombro, insiste en saber a quien busco ...- Temo que hay una equivocación, nadie de ese nombre ha vivido nunca aquí –

Aterrizo en el aeropuerto de nuestra ciudad; estoy de vuelta, desesperada, con dolor; de pronto una idea ilumina mi pena : ¡Núñez !; el pelado detective que conocí hace ya tanto.
Todo ha sido inútil; no ha habido averiguación que sirva. Si tú idea era quedar absolutamente fuera de mi alcance: ¡felicitaciones!; éxito total.

¿Como estarás ?

Ya es de noche y tan tarde, por hoy no pensaré mas en ti, voy a seleccionar de entre los últimos libros que compré el que me parezca más levantador de ánimo y lo leeré en mi cama, en esa misma a la que fuiste tú tantas veces a acompañarme, en busca de regaloneo, consejo, o simplemente un rato de conversación.

Un ding-dong anormalmente tímido del timbre me interrumpe en el prólogo, no tengo curiosidad, pero sí mucho desgano; igual tendré que abrir. En el umbral hay una pálida, ojerosa y mal vestida jovencita, con un inquieto bebé en sus brazos y una roñosa maleta en el suelo ... el asombro me enmudeció... Escucho una voz como de tan lejos y a punto de llorar...

- ¡Mamá, mamita, tenías razón!, ¿podrías perdonarme?, te necesito.
Datos del Cuento
  • Autor: Irismo
  • Código: 6953
  • Fecha: 03-02-2004
  • Categoría: Tradicionales
  • Media: 6.22
  • Votos: 64
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2683
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