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Cuando Ramón escuchó en su móvil el sonido de un mensaje nuevo y tardó en darse cuenta de que algo no iba bien. El mensaje era de su hermana María, que en ese momento dormía en la cama de al lado, en la misma habitación. Entonces, si estaba profundamente dormida, ¿cómo era posible que le hubiese escrito un mensaje?
Alguno de los amigos de Ramón eran sonámbulos, pero ella no, María no lo era. De hecho, María era la primera en irse a la cama en casa. Después de cenar, ayudaba a su hermano a fregar los platos y a barrer el suelo del comedor. Después se iba con su taza de leche con cacao a la cama a leer un rato. Lo raro era que ese día no se había llevado la bebida a la cama y sobre la mesita no había ningún libro.
La cosa se puso aún más complicada cuando, intrigado tras recibir el mensaje, Ramón se levantó y se acercó a la cama de su hermana. Tocó el edredón y al momento se dio cuenta de que María no estaba debajo. Su hermana siempre se tapaba mucho, hasta la nariz o más incluso. Por eso mismo, Ramón retiró totalmente la manta. Nada, ni rastro. Sólo los calcetines de lana que le había hecho la abuela y que se ponía en invierno para dormir.
Ramón miró en el baño y en la cocina, en el balcón y en los armarios. No había ninguna pista que le indicase qué había podido pasar con su hermana María. Como ya había empezado a ponerse algo nervioso, corrió a la habitación de sus padres. Fue tan rápido que al entrar tropezó con la alfombra y cayó de bruces a los pies de la cama. Su madre se despertó de golpe y su padre algo después.
-María no está, no la encuentro y sólo veo sus calcetines- les dijo casi sin respiración.
-No entiendo, ¿cómo que no está? No son horas para andar jugando al escondite, Ramón- le dijo su madre algo molesta.
-No estamos jugando mamá, de verdad que no la encuentro.
Pronto sus padres se dieron cuenta de que no era ninguna broma y llamaron a la policía. A la media hora aparecieron dos agentes, pero no venían solos. Les acompañaba María. Estaba vestida con un chándal y con sus rizos despeinados.
-Ha aparecido en el colegio, señores, estaba sentada justo a la entrada del patio.
El colegio estaba cerca de su casa, así que el recorrido que había hecho María era corto. Explicó algo avergonzada que había ido en plena noche al colegio para practicar con el potro. Al día siguiente tenía la prueba en la clase de gimnasia y quería hacerlo muy bien, porque además le daba algo de miedo caerse.
Aunque sus padres la regañaron, estaban muy aliviados de que hubiese aparecido, así que el castigo no fue muy severo. Ramón entendió que María le había mandado el mensaje desde el colegio para que no le dijese nada a sus padres si no la veía en la habitación. No le dio más vueltas porque él también estaba muy aliviado.
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