Mi jefe me había mandado que fuera a su casa para trabajar durante la noche. Yo sabía que era un pendejo, pero, a mi me gustan los tipos así.
Cuando llegué a su casa, una sirvienta que parecía su madre, me hizo pasar como si yo fuera la gran invitada de la noche. Caminamos por casi todos los cuartos y cuando me sentí agotada, mi jefe apareció como un fantasma, vestido con una camisita blanquita y semiabierta, el pendejo, era buenazo... La vieja se fue y mi jefe cogió mi brazo y me hizo pasar a su inmensa oficina.
Yo me senté frente a la computadora mientras él preparaba un par de tragos. Dentro de mí, ya lo veía calato, esperando que de una vez me agarre las piernas, es que, me encanta la brutalidad... esos tipos delicados, mejor que se busquen a una princesa.
Lo cierto fue que el tipo me invitó un buen trago mientras cogía mis piernas, recién afeitadas, y se sentó como un niño de cinco años en mi regazo... Para hacerme la interesante, me hice la concentrada en el trabajo, pero, mi tercer ojo estaba clavado en ese bultazo que tenía entre las piernas.
Fue bestial cuando al fin se puso como bestia, pues puso esos ojos rojos como diablo y empezó a abrazarme como un pulpo... "¡Noooo!", le dije. Pero, quién lo iba a parar, pues hasta mis manos le ayudaban a desgarrarle sus ropas... ¡Uf!, como destrozamos los muebles, los tragos, la computadora, parecíamos dos perros salvajes buscando chuparnos la vida a través de la boca...
Lo malo de todo fue cuando cogió mi piña. Allí, el tipo se desenchufó del morbo, y de mi cuerpo… y se puso a gritar como vieja violada. Luego, cogió un bastón y empezó a corretearme por toda la casa. Felizmente, salté por la ventana como un gato y caí, como siempre en dos patas al borde del jardín…
Eso de no cortarme esta piña, es una tontera... Pero, claro, soy travesti, y, a mucha honra ¡hijo de puta!...
Lima, enero del 2005.