Acariciado por la brisa, calentado por el sol, regado por la lluvía el sauce se sentía bien era feliz. Le gustaba que los pájaros anidaran en sus ramas, le hacía sentir útil, que las ardillas corretearan y darles cobijo, le hacía sentir fuerte, que pequeños animales se alimentaran de sus hojas, le hacía sentir bondadoso, el calor de la tierra, su madre, que albergaba sus raices, le hacía sentirse amado...
Admiraba a la luna y soñaba con las estrellas, le parecian curiosas luciernagas esparcidas en un manto negro. Al caer la noche se sentía dichoso, cuando las hadas volaban a su alrededor entonando bellos cantos y bailando.
El sauce, no siempre tubo el aspecto triste que luce ahora, no siempre sus ramas cayeron hacía el suelo, no siempre lloró, como lo hace ahora...
Llora por un amor imposible, llora porque no puede llegar a él, porque no puede acariciar sus piel, porque no puede besar sus labios, no puede abrazarla... no puede amarla. Le gusta pensar que es una de esas luciernagas, que estan cerca de la luna, que desde algun lugar ella lo mira...
Cuando la vió, y se sentó ella bajo su copa, mordisqueando una manzana, le deslumbró tanta belleza. Y dejo de admirar a la luna y a las estrellas, de cantar con las hadas... Solo ella apoyada en su tronco era lo que deseaba, pero ella parecía que lo ignoraba, no escuchaba sus versos ni las canciones que le dedicaba.
Una noche le preguntó a la reina de las hadas, quien era aquella criatura de cabellos dorados como el sol, tez blanca como la luna y ojos verdes como la hierba y le confesó que la amaba. El hada, entonces le explicó, que no podía amarla, que no pertenecia al bosque, porque era humana, que ella no lo escuchaba, que la naturaleza no le hablaba, y la tierra era su madre tambien, pero los humanos la habían herido y ya no la respetaban.
El sauce siguió amando a la muchaca en silencio, deseaba que llegara el amanecer, porque con él regresaba su amada, y se sentaba junto a él , se apoyaba en su tronco, se dormia bajo sus ramas...
Pasaron los años, y el sauce seguia amandola, muchas tardes al verla alejarse intento correr tras ella, para retenerla a su lado, pero sus raices se lo impedian. Pero siguió amandola, y esperando a cada amanacer para volver a verla.
Pero una mañana, ella no regresó, y el sintió mucha tristeza. Pasarón los días y los años y el siguió esperando a su amada, pero no regresaba, y el sauce lloraba y lloraba, ni su madre la tierra, ni sus amigas las hadas podian conseguir que no llorara...
Y cuando mira al cielo ve una estrella que brilla sobre todas y piensa que es su amada que desde el cielo lo mira... y él le dice en susurros que la ama...
Mia: Me alegra que "buscacuentos" refresque o muestre de nuevo en su página principal un cuento sano y bonito. Se ve que alguien los escoge bien. Yo quiero (aunque un par de meses después)felicitarte por escribir algo tan bello. Joaquín