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Categoría: Hechos Reales

!Resucita... ! ¡Resucita!

Aun puedo recordar con un hondo sentimiento de nostalgia aquella historia que me contaba mi abuelo cuando todavía en vida se animaba a contarnos algún cuento en nuestro lecho y bajo la promesa de dormirnos después. Aquella historia que me enternecía por la fuerza del amor. De aquel amor genuino entre dos personas. Tan fuerte era ese sentimiento que se tenían que parecía que sus almas hubieran quedado fundidas en una sola. Y aunque físicamente eran dos, espiritualmente era imposible separarlas, y por el contrario tanto era el poder del amor que se profesaban que aquello los llevó hacia un mismo camino. Estar juntos por la eternidad.
A la hora de acostarnos, el abuelo se acercaba a nuestra alcoba y luego de abrigarnos bien a mis hermanitos y a mí nos empezaba a contar algún cuento que durante el día se había encargado de elaborar su aún fresca memoria. La fantasía del cuento quedaba atrás bajo la emoción y realismo que ponía el abuelo al relatarnos la historia. Aquella noche, como siempre solía hacerlo, se acercó a nuestro lecho, acariciándonos, y acurrucándome yo, empezó su bella historia luego de afinar su garganta con unas garrasperas:
Cuenta esta bella historia que en el cono sur de Lima, en el antiguo distrito de Villa María del Triunfo existe un pueblito llamado San Francisco de la Tablada de Lurin, cuya existencia data de allá por los años de mil novecientos veinte. Lugar en donde los políticos y militares de ese entonces habían construido sus casitas de descanso, semejantes en lo que hoy en día se conoce como Cieneguilla o Chosica. Llegando a ese lugar antes por medio de un tranvía perteneciente a la fábrica de cementos Lima cuyo campamento en Atocongo, se encontraba a unos pocos kilómetros de la Tablada. En ese tranvía también se podía viajar cómodamente, aunque ya estaban apareciendo los carros que los dias Domingos y feriados desfilaban por sus polvorientas calles de arenales y tunas, así como los ómnibus de la Línea 30-30 Atocongo-Surquillo, que en un itinerario de cada hora pasaban por la curva de Nueva Esperanza, desde donde tenían que caminar hasta su destino. Algo así como media hora de infatigable caminata.

Por los años de mil novecientos sesenta y cinco ya la gente de provincias estaba invadiendo Lima, quedando pequeños los barrios de ese entonces como Maranga, Magdalena, Rimac, Surquillo y La Victoria. No había en donde vivir, produciéndose como consecuencia de ese desplazamiento en masa las invasiones, siendo también La Tablada de Lurin un lugar en donde los grandes corralones y casonas cuyos dueños habían dejado semi abandonadas fueron tomados en posesión por los invasores, amparados a la vez por el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas, cuyo presidente el General Juan Velasco Alvarado avalaba este tipo de posesiones.
Entre esas familias que invadieron un corralón de seiscientos metros cuadrados plantando sus chozas y su bandera Roja y Blanca se encontraban Pedro y Josefina. Una pareja muy joven de recién casados quienes habían decidido unir sus vidas bajo el sagradísimo vinculo del matrimonio jurándose amor eterno. El de 22 años y ella de 19 quienes también luchaban por lo que consideraban suyo, con el sueño no muy lejano de poder construir en ese lugar lo que iba a ser su vivienda y hogar de los hijos que vendrían después.
El amor que se manifestaba esta pareja era digno de imitar. ¡Cómo se amaban! ¡Cómo se atendían el uno al otro! Si tal pareciera que no vivían para sí, sino para satisfacerse mutuamente. Y es que al provenir de familias cristianas habían sido enseñados por sus padres que el amor es sacrificado; es paciente; no hace nada indebido; no busca lo suyo y no guarda rencor. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, y todo lo soporta. Bajo estas enseñanzas impartidas en el hogar paterno habían decidido no hacerse daño, sino cultivar su matrimonio como si fuera un altar dedicado a Dios.
Eran felices. Aun en la pobreza en que vivían ella no se quejaba nunca de la economía del hogar; y por el contrario, ayudaba a su esposo con un dinerito extra que le caía cuando realizaba sus costuritas y remiendos cuando los vecinos venían a solicitarle sus servicios, ya que por cosas de la vida y bendición de Dios, Josefina era la única que tenía en ese lugar máquina de coser. Se trataba de una vieja máquina que su madre le regaló cuando se casó. Pedro por su parte se desempeñaba como Técnico en cocinas a gas de kerosene, profesión que aprendió gracias a sus patrones de la fabrica de cocinas SURGE, don Julián Bustamante, quien lo envío al SENATI a estudiar tres años, egresando en el primer lugar y convirtiéndose en un técnico muy capaz y con un gran porvenir ya que esas cocinas recién se estaban introduciendo al mercado.

Tan preocupados estaban ambos en ahorrar algún dinerito esperando con ansias en que llegara el día en que sean reconocidos por el SINAMOS, y poder al fin empezar a echar las bases de su querido hogar o "su nidito de amor" como cariñosamente le llamaban que cierta vez previo acuerdo decidieron vender sus anillos de matrimonio de oro puro. Aquella vez salieron juntos buscando un lugar en donde le paguen un poco más por sus joyas. Se Pasearon toda la avenida Abancay, subieron por La Colmena, Bajaron por Tacna hasta el Paseo Colón y nuevamente subieron toda la Alfonso Ugarte. La búsqueda era agotadora, hasta que al fin, luego de comparar precios, se decidieron a vender, retornando en la tarde con un viejo camión portando un millar de ladrillos y veinte bolas de cemento que emplearían en construir su vivienda.
- Es que es mejor tener invertido el dinerito antes que se devalúe decía Pedro sabiamente.
Es que el sacrificio era compartido. Ambos estaban ansiosos en tener su primer bebé. Pero no querían apresurarse hasta haber conseguido algo seguro que ofrecerle a su vástago. Se habían casado muy jóvenes y por haberse independizado temprano del seno familiar ya habían aprendido a ser responsables en las decisiones que tenían que tomar ambos y antes de decidirse a hacer algo lo ponían en oración. Lo que les ayudaba a tener seguridad en todo lo que hacían. Asimismo habían aprendido a convivir con la pobreza y hacerse amigos de ella. El pasar momentos difíciles en lo económico o material, así como cuando estaban enfermos o pasando alguna urgencia, eso ya no les asustaba, eran felices por que entendían que los bienes materiales y el dinero provenían de Dios, y era él quien le daba al hombre para disfrutarlos cuando lo necesitaban. Pero cuan equivocados aquellos pobrecitos que tenían dinero o bienes y creían que por lo que tenían iban a ser felices. Cuan raro era el valor del oro que enceguecia a los ambiciosos pero alumbraba los ojos de los sabios. Ellos habían aprendido a buscar la felicidad en apoyarse el uno al otro y mirar las cosas de la vida como lo que eran. Solo situaciones pasajeras que Dios mandaba para templar nuestro carácter.

Pasó un tiempo en que en el hogar estaban pasando días difíciles. Escaseaba el trabajo y por consiguiente el dinero empezaba a faltar. Josefina empezaba a administrar el dinero con sabiduría y podía cocinar un rico alimento consistente en una humeante sopa con sus camotes o un rico chilcano de sardinas con yucas y aun en estos casos a la hora de la mesa, el buen humor y las muestras de cariño que se prodigaban no faltaban.

Cierta vez que Pedro había salido a buscar trabajo caminando por toda la Avenida Argentina, tocando puertas, sin resultado. Cansado y un poco desalentado se sentó en el obelisco de la Plaza Unión pensando en la difícil situación que estaban atravesando. Es que se acercaba un año más del aniversario de su matrimonio y soñaba con comprarle algo bonito a su esposa. Es que ella se lo merecía. Ella se merecía todo lo bueno que pudiera darle. Estaba cavilando en esas cosas cuando sintió una mano que le tomaba el hombro. Era su amigo Alfredo con quien había compartido su niñez. Se llegaban a ver después de muchos años, ya que en ese entonces Pedro vivía con sus padres en Zarate Luego de saludarse y los recuerdos de cuando eran niños, bromas iban y venían, este antiguo amigo de la infancia le manifestó que acababa de venir de Trujillo en donde había estado trabajando de ayudante de albañilería en la construcción de una gran fábrica de cocinas a gas de keroseno y como esa era la especialidad de Pedro, le animaba a viajar a ver que tal le iba
- Seguro tu consigues trabajo al toque, ya que para realizar tu trabajo eres un trome -terminó animándole para luego despedirse dándole la dirección de la fábrica en Trujillo.
Durante el viaje de retorno a su hogar Pedro se sentía impaciente. La noticia que le había dado su amigo creaba en el cierto interés y esperanza de que se hagan realidad muchos de sus planes que tenía con su esposa. Es que si era verdad que con ese dinero podía mejorar su situación económica. Podría vestir mejor a su Josefina y también se harían realidad sus sueños de construir su casa propia. Quizás esa era la oportunidad que tanto estaba esperando.
Pedro llegó a su casa al anochecer. Se notaba emocionado y un poco inquieto. Josefina, quien había aprendido a conocer el estado de ánimo de su esposo, como si leyera su mente le preguntó:
- ¿Te pasa algo mi amor? A ver cuéntame como te ha ido el día de hoy.
A lo que Pedro contó a su esposa el encuentro que había tenido con su amigo. Ella lo escuchaba mientras una nube de tristeza inundaba su mente.
- Me voy a Trujillo, y apenas me contraten vengo para llevarte por un tiempo -le dijo a su esposa emocionado.
Ella no sabía que contestarle. Es que no era así. Eso cambiaba todos los planes que habían forjado juntos, y en ninguno de sus planes existía la posibilidad de separarse nunca. Ella empezó a hacerle ver sobre el peligro de dejar así nomás su casita y que otro venga y les invada su terrenito que con tanto sacrificio habían conseguido. Pero tanta era la emoción de Pedro que no quería oír los consejos como las sabias reflexiones de su esposa. Ella llegó a comprender en ese momento que a pesar de todo Pedro era su esposo y ella le debía respeto y sumisión. Al final el que tomaba las decisiones de la familia y tenía la responsabilidad de lo que pudiera pasar era él.
- Como vamos a dejar nuestra casita así nomás ahora que tanto sacrificio nos ha costado. Además por que te preocupas si gracias a Dios nunca nos ha faltado en nuestra mesa un pan, y hasta hemos comido rico.
- Tu no quieres que me vaya por miedo, pero te aseguro que nada me va a pasar y además será solo por unos días. Si consigo el trabajo vengo a llevarte y si no hay nada pues me regreso pronto y punto.
- Bueno. Tu sabes lo que haces. Solo estaré orando para que Dios te cuide y te regrese pronto –dijo Josefina aunque en su corazón sentía la tristeza que trae la separación del ser amado. Ella no estaba de acuerdo en la partida del buen Pedro, pero al ver a su esposo mas callado y con una mirada triste, entendió que él estaba así por que quería ir. Y ella entendía que así como no se le puede negar a un ave elevar vuelo que es para lo que había sido hecha por Dios cortándole las alas, tampoco podía obligarle a su esposo a permanecer a su lado, quitándole a Pedro tal vez por su capricho una oportunidad que no se le volvería a presentar.
Esa noche Josefina no pudo pegar el sueño. Venían a su mente los días felices que habían pasado juntos. Recordaba las promesas de Pedro cuando acariciándole su carita le juraba que nunca se iban a separar. Al día siguiente tendría que partir su amado y ella no quería que amanezca nunca. Que la noche dure siempre. Abría de cuando en cuando los ojos y al ver la oscuridad reinante se sentía tranquila; pero también sabía que estaba pidiendo un absurdo. La noche tenía que pasar para que abra un nuevo día por que así debía ser. De cuando en cuando oraba a Dios haga el milagro de hacer desistir a su esposo de esa idea del viaje.
Al día siguiente se hicieron los preparativos del viaje. Tomaron desayuno callados, lo que era raro en ellos. Ella cogió luego su bolsa y se fue al mercado. Con las justas se cruzaron una que otra palabra. No quería hablar con Pedro. Es que seguro que iban a tratar el asunto de su viaje y ella lloraría de nuevo de pena. y había decidido durante la noche ser fuerte. Demostrar su fortaleza a su buen Pedro para que él no viaje triste. No quería que se de cuenta que ella había llorado mucho toda la noche. . En el camino iba pensando en la comida de despedida que le iba a preparar. Le haría un rico plato de frijoles con seco de cabrito. Su plato preferido y asentado con su gaseosa, pero para esto ella iba a sacar algún dinerito de sus ahorros. Ella iba a hacer que su esposo se vaya contento aunque a ella la iba a dejar triste. Es que ella sabía que Pedro era parte de su vida. Sin el no se sentía completa.
Almorzaron. Luego vino la preparación del equipaje. Un maletín chico nomás, - pensaba ella - Para que vuelva pronto. A las cuatro de la tarde, salieron rumbo a Zarumilla. Tenía que embarcarse por ruta en Zarumilla ya que no podía darse el lujo de comprar un pasaje de agencia.
Cuando llegó la hora de embarcarse le dio un gran beso a su esposa en señal de despedida. Pedro la calmaba un poco con un: No te pongas triste, ya veras que vuelvo pronto. El la abrazó. La amaba. La amaba mucho. Ella bajo la cabeza para que Pedro no la vea llorar y sacando una tijera de su bolso se cortó un gran mechón de pelo de su frente y envolviéndolo en una pequeña bolsita de papel que había hecho anticipadamente se la guardó en el bolsillo de su pantalón.
- Guardala... llévala siempre contigo y nunca te apartes de ella para que siempre me recuerdes y no hagas nada malo.
- Mi amor, pero que has hecho. Mira como ha quedado tu cabello. No seas loquita está muy feo como ha quedado tu cabello.
- No importa. Ya no me interesa si quedo fea o no. Si ya nadie me va a mirar, solo me gusta ser bonita para ti y nadie más. Te estaré esperando y cuando vuelvas ya mi pelo me habrá crecido. Chao mi amor -dijo dándole las espaldas y retirándose corriendo para soltar todo el llanto que había estado aguantando todo ese tiempo.
Habían pasado tres dias desde que Pedro se fue pero para Josefina habían sido tres años. Es que para ella era muy difícil vivir sin su amado y aunque le parecía un poco cursi, la casa ya no era igual sin él. Cada hora, cada minuto eran una eternidad. No sabía como había podido soportar esos tres largos dias, alimentada bajo la esperanza que ella misma se hacía de "tal vez hoy día vendrá..."

Pedro estaba abatido. Es que durante dos días seguidos se había levantado muy temprano para hacer su cola y poder entregar su curriculum, pero fue en vano. Entregaban solo cien tickets para atención y la gente que concurría era mucha. Según comentaban de todo el Perú venían a Trujillo ya que en esos tiempos era difícil conseguir trabajo. La recesión estaba golpeando feo el país y no se vislumbraba ninguna solución. Mas aun con los problemas políticos que se suscitaban cada día corrían a los inversionistas. Algunos que estaban delante de la cola habían tenido que dormir en la puerta de la fábrica. Pedro no tuvo otra alternativa que conseguirse unos cuantos cartones y dormir con la demás gente a la intemperie en la puerta de la fábrica ya que además tendría que apurarse en lograr ser atendido en vista que el dinerito que había llevado se le estaba acabando. Y Además la razón más importante que le obligaba a regresar a Lima era que extrañaba mucho a su esposa. Era la primera vez que dormía sobre cartones y en la calle y le parecía horrible, pero tuvo sus frutos. Al día siguiente pudo ser atendido y luego de la entrevista, tenia que esperar un día más para conocer los resultados de los que habían ingresado a trabajar
El día Jueves, por fin pudo enterarse. Ese día publicaron la relación del personal que habían conseguido vacante como obreros y practicantes. La larga lista que había sido pegada en las paredes externas de la fábrica era ávidamente leída por los cientos de personas que se habían presentado con la esperanza de conseguir algo como Pedro mismo. Al poder llegar a revisar la relación de nombres que allí figuraba, le parecía mentira ver su nombre. Lo miraba una y otra vez y a la vez que miraba su nombre escondido entre otros tantos levantaba la mirada al cielo, y entre los empujones de la gente que pugnaba por acceder a la lista, pudo ofrecer una oración de gratitud a Dios. Luego, los que habían logrado el trabajo eran orientados en la puerta de la fábrica por el vigilante, que les daban hasta el día Lunes, las siete y treinta de la mañana para que se presenten y empiecen sus labores. Pedro había sido colocado para laborar en el área de control de calidad. El sueldo ni hablar. Para empezar trescientos soles del alma semanales por ocho horas diarias y sin contar horas extras que seguro las habrían ¿Qué más podía esperar?
- Gracias a Dios por ser muy bueno -pensó Pedro.
Ahora si tenía tiempo para volver a Lima y traer a su querida Josefina. Tenía que traerla de todas maneras ya que sin ella Pedro no podía vivir. Por algo se habían casado, para no separarse. Uno de sus nuevos compañeros que era de Trujillo mismo y se había hecho su amigo durante los días de trámites y papeleo, le manifestó que en su casa podían vivir. No les iba a cobrar la renta y solo ayudarían pagando el agua y la luz. A Pedro le parecía bien esto. Empezó a caminar buscando que llevarle de regalo a su buena esposa. Durante el recorrido fue comprando algunas chucherías... un kinkon... natillas... manjarblanco... y un lindo caballito de totora que decía "Recuerdo de Trujillo".
Una vez que realizó algunas compras, fue al hotel en que se hospedaba y tomando su maleta caminó hasta la salida de la ciudad con la finalidad de tomar su ómnibus de regreso a Lima, y cuando menos lo esperaba ya estaba viajando en un confortable ómnibus de regreso a la capital. Estaba feliz. Le iba a caer de sorpresa a Josefina y tendría que darle la buena noticia. Mientras Pedro dejaba que sus pensamientos vuelen en su mente, sus manos jugueteaban con el moño de pelo que le había entregado su buena esposa. Estaba seguro que ella se iba a poner muy contenta con la noticia. En esto pensaba Pedro sin imaginar lo que en esos momentos estaba sucediendo muy lejos, allá en su hogar. La luz del día se iba perdiendo poco a poco retrocediendo ante el manto negro que como un gran lienzo iba cubriendo todo el horizonte.
La noche empezaba a hacer su aparición. Mejor para pensar en cosas bellas, pensó Pedro cerrando los ojos y clavando su pensamiento en el rostro de su bella Josefina dejándolo como congelado unos instantes hasta que se quedó dormido.

En otro lugar, serían como las siete de la noche. La buena Josefina se encontraba cosiendo un poco de ropa que le habían dado para arreglar cuando de pronto sintió un retorcijón muy fuerte en su vientre. Ya todo el día se había sentido un poco mal pero no le dio importancia.
- Dicen que los cólicos se pasan con un poco de agua caliente
-Dijo a la vez que tomaba a sorbos un poco de ese liquido elemento como lo había hecho durante todo el día; pero el cólico no le pasaba con nada. Tanto era el dolor que sentía que ya no podía soportarlo. En esos momentos pensó en su esposo. Necesitaba que él esté junto a ella. Lo extrañaba... ¿Qué estaría haciendo a estas horas? Pensaba. Se dio cuenta que cuando se acordaba de su esposo el dolor pasaba un poco ¿O en algún momento dejo de pensar en él? Pero ahora ya ni eso le ayudaba a poder soportar el dolor. Era muy intenso. Le quitaba la respiración. Era un típico cuadro de apendicitis que debía dársele el tratamiento que necesitaba y ella no lo sabía. Lo malo que cuando viene esta enfermedad de golpe es por que ya no hay otra solución que operar para que no se agrave el estado de salud y presente un cuadro de peritonitis. Pero esto no lo sabía la buena Josefina. Por su mente se cruzó la idea de ir al hospital, pero por sí sola no podía hacerlo. Aparte que le preocupaba dejar sola su choza a merced de los amigos de lo ajeno, no tenía fuerzas. No podía pararse derecho. El dolor en el vientre era tan intenso que la tenía encogida. Esto es horrible -pensó Josefina a la vez que en su frente empezaban a brotar perlas de sudor.
A duras penas pudo ponerse en pie y caminó a su cama.
- Pedro: ¿En donde estas mi amor?- Pensaba a la vez que luchaba por no perder el conocimiento. Ella era fuerte. Podía soportarlo todo pero el dolor que sentía en ese momento era demasiado. En esos momentos quería estar donde su Pedro. Quizás con él a su lado podía resistir el tremendo dolor que la embargaba. Pero ella tendría que esperar... no lo iba a preocupar por nada, por que él estaba buscando para ambos. Y ella le tenía que ayudar. Iba a ser valiente. Su esposo tendría que sentirse orgulloso de ella. Antes de quedar desvanecida pudo expresar con sus labios
- Pedro, mi amor ven... te necesito.

Pedro abrió los ojos. Miró su reloj, eran como las cinco de la mañana. Abrió la cortina mirando por la ventana del ómnibus emocionándose al ver entre la neblina espesa que cubría todo el ambiente que estaba cerca de Chancay, a unas dos horas de Lima. Estaba impaciente por llegara a su casa y abrazar y besar a su linda Josefina. Que difícil fue esta separación. Fueron casi cinco dias de sufrimiento de parte de ambos, pero ya pronto eso iba a quedar atrás. Mientras tanto iba pensando si le gustaría el Kinkon a Josefina y las natillas que le había comprado con mucho amor, ya que ella por ser de Apurimac, no había probado nunca ese dulce norteño. Iba tan distraído en sus pensamientos que algo lo volvió a la realidad. De un momento a otro se vio dando tumbos de un lado a otro dentro del carro. El ómnibus había caído en el Pasamayo. Gritos de terror y dolor se escuchaban por todas partes. Todo era humo y polvareda. Como pudo trató de salir por una ventana sin lunas del carro que había detenido su loca carrera dando tumbos, a unos metros de la playa. Se sintió mareado. La pierna izquierda le dolía horriblemente. Seguro se le había roto un hueso. También el hombro derecho lo tenía como adormecido. No se veía casi nada. La neblina lo había invadido todo. Solo podía escuchar los gritos y gemidos de algunas personas que pedían auxilio. Otros ya ni se movían, estaban muertos.
- Seguro estarán muertos -pensó Pedro.
Empezó a arrastrarse. Y aunque el dolor era intenso tenía que seguir avanzando. Poco a poco arriba la pista se lleno de carros. Ya se oía a lo lejos las sirenas de los carros policiales y las ambulancias con su sonido característico y triste que presagiaban siempre desgracias acercándose poco a poco. Los mas graves eran atendidos primero y subidos a unas camillas para ser trasladados a los hospitales de Lima. Pedro se encontraba sentado. Dos policías del Escuadrón de Emergencias con algunas sogas, hacían piruetas para poder deslizarse hacia abajo y rescatar a los heridos. Un helicóptero daba vuelta y vuelta y aunque a cualquier testigo le pareciera que estaba por gusto, desde allí el piloto dirigía toda la ayuda que se necesitaba coordinando con los de a tierra.
Cuando lograron subirlo a él quiso ponerse de pie. Sentía su cabello pegajoso y al pasarse la mano pudo sacar un trozo de barro rojo, por la sangre y tierra que se había amontonado en su cabeza.
En vista que nadie le prestaba atención ya que, metros abajo se estaba luchando por salvar la vida de quienes estando vivos permanecían todavía aprisionados por el pesado ómnibus, Pedro cogió un palo de escoba que estaba tirado y al ver acercarse un ómnibus con destino a Lima subió con la idea de llegar a su casa cuanto antes. Seguro que no iba a morir, solo era su obsesión ver cuanto antes a su amada, y dormir en sus brazos. Ella acariciándole su carita y para el eso era suficiente. Gracias a Dios estaba vivo y eso era lo mas importante. Al llegar al Parque Universitario tomó otro carro hasta la curva de Nueva Esperanza y de ahí tomo otro carro hasta su destino final. Su corazón dio un vuelco al encontrarse frente a su vivienda. Serían como las Ocho de la mañana. Tocó la puerta con dificultad. El dolor en la pierna era tan horrible que le parecía que se la estaban arrancando, por el contrario su hombro derecho estaba adormecido y no lo sentía. Tocaba y tocaba y nada. Empezó a angustiarse ¿En donde estaría Josefina? Que raro. Si nunca sale -pensó. Pero más se inquietó cuando vio la puerta sin candado. Debía estar adentro entonces -pensó un poco angustiado.
Al borde de la desesperación empezó a golpear fuertemente la puerta, aunque con cada golpe que daba, también mas le dolía el hombro. Hasta que al fin pudo abrirse la puerta. Ingresó como un loco. Fue a su dormitorio y allí la vio a ella. Si, allí estaba. Bien tapadita. Acurrucada. Con las piernas encogidas.
- Seguro tendría frío - Pensó Pedro.
Su buena Josefina estaba tan acurrucadita que pareciera que intentaba escapar de los lazos de la muerte. Delicadamente la destapó. Vio su rostro, un poco sonriente como si intentara darle la bienvenida. Se agachó para besarla y recién pudo darse cuenta que su amada Josefina estaba muerta. Gritó... Gritó con todas sus fuerzas que más que grito parecía un ronquido de dolor. Salió de su garganta un alarido sordo. Sorda como la muerte que se había llevado a su amada y no quería devolvérsela. Seguro que ella no había querido haberse ido. Pedro no lo podía creer, la abrazaba... La besaba... le hablaba. ¿Acaso en vano había tenido que pasar tantas cosas para llegar junto a su amada y encontrarla así? ¿Cómo era posible que ella se vaya ahora que recién iban a forjar juntos mejores planes para su vida?
- ¡Resucita!... ¡Resucita!... gritaba Pedro. No puedes irte así.
¡ Yo te necesito! Resucita....
Tan angustiado estaba abrazando a su amada que no sentía ni siquiera la sangre que seguía brotando de su cabeza ni el dolor de su cuerpo. Ella estaba quieta, su rostro apacible. Parecía viva... parecía que solo se encontraba durmiendo, como aquella Blanca Nieves, solo esperando un tierno beso del amado para levantarse de ese letargo eterno al que había viajado... pero no. Solo la acompañaba ese rictus de dulzura como queriendo recibir a su amado con la mejor de sus sonrisas. Pedro la besaba, sacó de su bolsillo el moño de pelo que ella le había entregado. Lo besó y le puso en su frente. También el se sentía cansado. Se cansó de llorar. Se cansó de suplicar. Alzó los ojos al cielo. Había llegado tarde. ¿Por qué? Clamó. ¿Qué quieres enseñarme Dios mío?, se echó en el cuerpo de su amada. Y se durmió.

Esta es la historia de Pedro y Josefina. Un amor que ni la muerte pudo separar. Cuenta mi abuelo que después de algunos días en que nadie entraba ni salía de esa humilde choza los vecinos al ver la puerta abierta de la choza, se acercaron a averiguar que pasaba y grane fue su sorpresa y dolor al encontrar a los dos jóvenes esposos abrazados, y muertos.
Hicieron una colecta en el barrio y allí mismo los enterraron. En una asamblea que realizaron los vecinos para ver el caso habían decidido que no le darían ese lote de terreno a nadie. Y en esa choza se construiría la biblioteca del pueblo. También nos contó que durante el día es visitada por las parejitas de jóvenes que se acercan a la cabaña con curiosidad, unos para escuchar de boca de los vecinos tan triste historia y otros con la finalidad de realizarse mutuos juramentos de amor.
Cuando terminó de contar el abuelo mis hermanos ya se habían quedado dormidos, yo me acurruque mas a él, acariciando su mano fuerte, y no pudiendo evitar que una lagrima saliera de mis ojos. Es que esa tierna historia de amor me había conmovido.
Han pasado algunos años, el abuelo ya no está con nosotros. Ha partido para estar con el Señor; y a pesar de mis veinte años, aun puedo recordar el cuento del abuelo. Han pasado tantos años pero aun ahora que se la cuento a mis hijos me parece tan fresca recordarla, y cuando se la cuento, un hondo suspiro sale de mi pecho y mis ojos se nublan. Me trae a la memoria la historia de Romeo y Julieta y ¿Aun cuantos casos iguales sucederán hoy en el mundo? Cuantas pruebas del ejemplo del amor puro y verdadero mostrado en dos parejas que se aman. Entonces llego a la conclusión que Dios no es malo al quitarnos al ser que más queremos, sino que quiere probarnos cuanto estamos dispuesto a amarle a él, por que Dios quiere ser nuestro primer amor.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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