Encendi la luz del baño, me desnudé con prisa, indagando casi sin quererlo con mi mirada el cuerpo, para descubrir detalles que me lo aclararan todo, sentí alivio al notar que todo parecía seguir en su sitio así que abri la ducha al m´xcimo y me sumegí alli para intentar aclarar mi cabeza y eliminar el olor a alcohol que me inundaba y me producia nuevas arcadas.
Despues de unos minutos bajo la ducha, parecía recuperar la calam poco a poco, me fro´te con champú todo el cuerpo indagando ahora con mas delicadeza en las masrcas de mis muñecas que parecian no desaparecer por más que lo intenté.
Salí de la ducha, recogí mi albornoz del suelo junto a ala ropa sucia que a pilaba ante la puerta de la lavadora y me lo eché por encima para irme a la habitacion. La ducha me habia relajado, empecé a notar el cansancio de los domingos al mediodia y tras engullir una bolsa de patatas que encontré en mi mesita de noche buscando el tranquimazin, me recoste sobre la cama aún deshecha y mi mente empezó a trabajar cada vez con mayor lentitud, las pierans em pesaban más y más y solo pude echarme las mantas por encima, sabedor de que las pastillas habían empezado a dictar su implacable ley.
Desperté hacia las ocho y adiviné la noche a través del ventanuco que daba hacia los tejados de enfrente porque parecia haberme dejado la luz encendida, no, era de dia , bueno es igual.
Rebusque en mis vaqueros para encontrar alguna moneda y bajar a por tabaco y llamar a David, tal vez el supiera cómo acabé anoche allí. Al llegar a la cabina marque su numero y su madre me avisí que aún dormia y que si queria lo despertaba, que ya eran horas, esperando en mí la misma respuesta negativa de cada domingo; se puso a preguntar por mi situacion laboral, mis padres... lo que me obligó a fingir que la comunicacion se cortaba por falta de monedas.
Guardé lo sobrante en mis bolsillos y descubrí un papel que despertó mu curiosidad, era un numero de telefon, un un nombre Elisa, que no me era familiar, de pronto un flash inundó mi cabeza y el corazón empezó a latir con más fuerza. Era ella, seguro, la rubia del hotel, marqué el número y sólo obtuve la respuesta de que el numero marcado no existia, probé otras cinco veces y hablé con dos señoras, ninguan conocia a Elisa, en los otros nadie contestó.
Volvi a casa, de nuevo alterado, pulsé el botóm del ascensor, tercero, ocupado, ya bajaba, esperé, al llegar abajo una mujer emvuelta en un abrigo de pieles y con sombrero se bajó, apenas la ví no la conocia.
LLegué arriba y me encontré la puerta abierta, otra vez me la he dejado, vaya, !que es esto! un paquete, sin remite !estupido!, bajé corriendo las escaleras, pero ya no la ví, regresé.