“Soy muchas personas”, le dije a un amigo cuando me explicaba que la rebeldía estaba grabada en su alma. “Yo soy así”, repetía una y otra vez. Le conté que mi ser era una gran incógnita, pues solo puedo conocer lo que no soy… Lo que soy es tan solo un compuesto de elaboraciones teatrales que uno aprende para enfrentarse al mundo real, al cual conoce, pues constantemente el ser se mantiene en movimiento…
¿Cómo hablar de algo que su esencia es la mutación constante…? Y si es así escuchar a mi amigo, afirmando lo que a él suponía es su ser…
Nos despedimos después de algunos cafés, y del encuentro con otros amigos… Me fui, casi sin que nadie se percatara de mi ausencia. Era mi manera de ser: la de escapar de aquello que no tuviera importancia. Prefería escuchar el silencio de la noche, el ruido del paso de la gente circulando por la calle, ello me agradaba mas, pues me hacía sentir que soy una pieza dentro una maquinaria a la que no podía imaginar… He realizado que me hallo bien cuando estoy en movimiento, ya sea sobre mis pies o en el auto, avión, o en tren…
Al cruzar la calle que me alejaba del café, encontré a un policía que con una vara golpeaba brutalmente a un muchacho. “Un ladrón”, pensé. Así como yo, hubo muchos que se pararon frente a esta escena brutal. Parecía increíble, pues el policía continuaba golpeando al sujeto que, al saberse atrapado, buscaba escapar como sea…
No pasó mucho tiempo cuando escuchamos los gritos y sirenas de carros policiales, y unas voces que rompían los murmullos de la noche: “¡Abran paso, abran paso…!”. Nos hicimos a un lado, mientras los carros paraban y de sus puertas brotaban como ratas policías con varas, listos a ladrar y morder como perros rabiosos. Golpearon al ladrón hasta dejarlo inconciente… Increíblemente, los polis continuaban golpeando el cuerpo inerte del chico, como si fuera una excusa para descargar toda su rabia. Luego, le subieron a uno de los autos como a un pescado y partieron, perdiéndose en el océano de la noche.
No sé por qué me quedé estático, mirando a los autos alejarse. Cuando traté de hablar con algún curioso como yo, todos se habían esfumado, quedando el policía que había cogido al muchacho y yo. El poli, estaba con las manos temblando, con la ropa desacomodada, arañada, el casco lo tenía en la mano; estaba tieso y, al igual que yo, buscaba los ojos de alguien para hablar y descargar su experiencia…
Atrevido como soy, me le acerqué y, a unos pasos de él, el poli levantó su vara dispuesto a golpearme. Me detuve y él preguntó lo que yo deseaba… No respondí, parecía que estaba frente a un espectro. “¡Sigua su marcha!”, me dijo. De pronto, pensé rápido y le dije que era escritor y que deseaba escuchar su historia… Parece que eso lo estimuló, pues esbozó una sonrisa jocosa y, con la vara agitándola como bandera, dijo que podía acercarme.
Habló como una hora. Luego, le invité un café que conseguimos en un ambulante. Nos sentamos en el piso y me dijo algo que me sorprendió: “Yo soy así”.
Continuamos charlando y luego caminamos juntos hasta llegar a la comisaría. Se despidió de mí y me agradeció por escucharlo. Antes que se fuera le pedí un favor: “¿Puedo charlar un momento con el ladrón?”. “Es difícil”, respondió. Insistí, le mostré unos billetes y asintió, no sin antes advertirme que no respondiera pregunta alguna a los otros oficiales, ya que él se encargaría de todo.
Estuve sentado esperando sobre un viejo cajón la entrevista con el ladrón. En la comisaría todo era horrible, las paredes llenas de sombras, telas de arañas en cada esquina, cucarachas paseando como inquilinos y un hedor a mierda terrible… Los cuartos estaban iluminados por un tenue foco, mostrando lúgubres sombras. Se escuchaban voces, risas y uno que otro gemido que salían del fondo de aquella casona… sentí que estaba en un fosa de sombras vivientes. Al tiempo, llegaron un par de oficiales, pidiéndome que les siguiera. Pasamos por angostos corredores sin luz, en los cuales pude distinguir pequeñas aberturas enrejadas en donde se percibía las sombras de los presos arrastrándose como ratas hambrientas…
Cuando llegamos al final de los pasillos, vi. una pequeña puerta enrejada, como un nicho… La abrieron, estaba oscuro y olía feo, como a sangre coagulada… Prendieron un farol y en un rincón pude ver como a una momia, era el muchacho que yacía en el suelo. La sangre se mezclaba con la suciedad de su cuello. Parecía dormido pero al recibir una manda de patadas de los polis, se paró tambaleante… Como fastidiándole, los polis le alumbraron la cara, y el pobre con sus manos se ocultó, gritándoles: “¡Ya, ya, ya salgo…¡”. Atado de brazos, camino junto nuestro paseándolo por el mismo corredor hasta llegar a una salita bien alumbrada con dos sillas y una mesa entre ambos…
El muchacho se sentó en una y yo en la otra. Nos miramos frente a frente y cuando estaba por preguntarle algo me dijo algo que nuevamente me sorprendió: “Yo soy así…”
Paris, 24/10/04