A Rosarito su padre no hacía mas que molestarla con que recogiera los juguetes viejos para los niños pobres. Llevaba más de dos semanas con la misma historia.
Prometió hacerlo esa misma tarde. El tren, le gustaba mucho ese tren con tantos colores. El biberón de la muñeca de los pelos dorados tampoco le pareció una buena opción. Se sentó en el borde la cama y decidió regalar los juguetes más antiguos.
Estuvo trapicheando como dos horas.
Al día siguiente la mamá le acompañó y ambas se sintieron muy orgullosas de regalar para los niños que no tienen tantas posibilidades.
Al día siguiente el papá de Rosario empezó a gritar. Le faltaban dos libros muy antiguos de su estantería.
La mama miraba átonita su joyero. Habían desaparecido tres de sus gargantillas más bonitas, las más antiguas y costosas.
Rosario se escondió en su habitación presintiendo que había hecho algo inadecuado.
Cuando sus padres entraron a su habitación y le reclamaron la procedencia de aquellas valiosas joyas, Rasario se puso las manos en las mejillas y les contestó:
- Supuse que los niños pobres tenían padres pobres.