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¿quién es más fuerte?

El Viento siempre andaba jactándose: —Soy más fuerte que nadie. Puedo derribar árboles y sepultar montañas en la nieve. Puedo destrozar embarcaciones lanzándolas contra las rocas y llevarme los tejados de las casas. ¡Soy el más fuerte! El Sol pasó junto a él sonriendo para sí y meditando. —¡Soy más fuerte que tú, estúpido! —se mofó el Viento.

 

—¿Quién? ¿Yo? —sonrió el Sol— No, no, temo que te equivocas, don Viento. —¿Y qué sabes hacer tú, que pareces una enorme naranja? ¡Te desafio a que midamos nuestras fuerzas! —Está bien —dijo el Sol— ¿Ves a ese hombre caminando por la calle del Sauce? Se dirige a su trabajo. Apuesto a que no puedes despojarle del chaleco antes de que tome el tren de la mañana. El Viento soltó una carcajada y se revolcó de risa. —¿Ese tipo tan enclenque? ¡Le dejaré en cueros! Entonces sopló y sopló con tal fuerza que temblaron las ventanas de las casas de la calle del Sauce. Al ver el cambio que se había operado en el tiempo, el hombre volvió precipitadamente a su casa para coger el abrigo. El Viento continuó soplando hasta levantar los faldones del abrigo que se había puesto el hombre.

—¡Brrr! ¡Vaya tiempecito! —dijo éste, abrochándose los botones y alzándose el cuello del abrigo.

El Viento se puso a silbar y aullar. El hombre no sabía cómo protegerse de la ventolera. Total que decidió ir al trabajo en autobús. —¡Brrr! ¡Brrr! ¡Qué asco de tiempo!

El Viento rugió y rugió y provocó que el autobús se balanceara de una manera peligrosa sobre sus ruedas. —¡Brrr! ¡Vaya tiempo! —dijo el conductor— Llevaré el autobús a la terminal. ¡Este viento es capaz de hacernos volcar estrepitosamente! El Viento sopló y silbó y aulló y rugió contra el edificio de la terminal hasta erosionar su fachada. —Está bien, sabelotodo, me rindo —dijo al Sol entre despectivo y defraudado— ¡Pero apuesto a que tú no lo haces mejor! Entonces el Sol comenzó a brillar. Una vez que dejó de soplar el Viento, el autobús abandonó la terminal y prosiguió hacia la estación. —¡Uf! ¡Qué calor hace! —dijeron los pasajeros, apeándose.

El Sol continuó brillando y el hombre tuvo que desabrocharse el abrigo y secarse el sudor de la frente. "¡Qué tiempo tan raro!", pensó. El Sol brilló y brilló hasta que el hombre se quitó la chaqueta y se aflojó el nudo de la corbata.

—¡Uf! ¡Qué calor! —dijo, desabrochándose el chaleco. El Sol brillaba con tanta fuerza, que hasta el alquitrán de las carreteras se volvió pegajoso. —¡Uf! ¡Esto es demasiado! —dijo el hombre, mirando a las personas que veía sentadas en los bancos, abanicándose

nerviosamente con periódicos. —¡Uf! —exclamó el hombre, ¡y se quitó el chaleco!

El Viento estaba indignado. —Tramposo —le murmuró al Sol, alejándose muy enfadado— ¡El hombre siempre te ha preferido a ti!

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