Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento
Categoría: Terror

24 de diciembre de 1886

24 DE DICIEMBRE DE 1886
El caminante arrastraba sus pies por el camino helado.
A su lado pasó una diligencia que parecía desafiar a los elementos, viajando a tal velocidad que parecía que terminaría teniendo un fatal accidente. Así, un bache en el suelo hizo que saliese despedida por un barranco. Los caballos huyeron como si el diablo los estuviese persiguiendo.
El caminante, azotado por el viento, miró hacia abajo, al final del precipicio. Las ruedas del carricoche todavía seguían girando, con últimos estertores agónicos. Los viajeros debían haber muerto. El hombre se deslizó por la pendiente y pudo comprobar que la gente accidentada jamás volvería a moverse. Había un niño que llevaba una cajita de música. En la ciudad pagarían unos buenos dividendos por ella, así que el vagabundo arrancó aquel objeto de las manos del crío, y lo metió en su zurrón.
El caminante deseaba llegar cuanto antes a una posada. Le habían dicho que encontraría una antes de llegar a la sierra. Allí podría pasar la Nochebuena. Era una lastima que no hubiese encontrado antes la caja de música porque entonces aquella misma noche se habría pegado un festín.
La Vía Láctea reconfortaba al viajero que miraba las gélidas estrellas esperando que apareciese algún duende benéfico que le guiase hasta algún lugar cálido, como si del Portal de Belen se tratase. A lo lejos, al fondo del camino, le pareció divisar una luz espectral, que no era otra cosa que un candil. Eran tres hombres, seguro que tan solitarios como él. El que iba delante se acercó y sacó algo de sus ropas harapientas.
La alegría por la recompensa recibida se transformó en una oleada de angustia que terminó en un paroxismo de dolor. La cosa que sacó uno de los tres harapientos vomitó un fogonazo de vapor que se clavó en las entrañas del caminante que cayó en el duro suelo.
Había sido asaltado por unos bandidos que le habían disparado un pistoletazo. Unas manos mugrientas se metieron entre sus ropas y sólo se detuvieron cuando encontraron un objeto.
Le habían robado la caja de música. El caminante se levantó palpándose los costurones. No le habían matado pero había sentido el impacto de la bala atravesándole la carne. Debía tener las ropas empapadas de sangre, sin embargo las tenía completamente limpias. Tampoco sentía algún dolor proveniente de una lacerante herida.
Miró al horizonte y no vio nada; tan solo una extensa llanura que se perdía en un océano de oscuridad.
Le pareció divisar un puntito de luz como una estrella. Debía tratarse de un pueblecito, iluminado por las antorchas de sus habitantes para combatir el frío y el miedo de una noche tan desapacible.
Pensó que sería bueno dirigirse hacia allí. A mitad de camino se tropezó con un viajero que se mostró muy extrañado de encontrarse en aquel lugar.
- Yo iba conduciendo una diligencia, y entonces se salió del camino, cayendo por un precipicio.
Se trataba del cochero que no había muerto en aquel accidente.
Los dos decidieron que debían llegar cuanto antes al misterioso pueblecito luminoso.
Gran parte de las estrellas del cielo habían desaparecido como así sucedía en las noches de ventisca.
Una columna de monjes caminaba en dirección inversa a la de los dos paseantes. Se alejaban del pequeño punto de luz.
No pudieron ver sus rostros aunque al caminante le pareció que emitían unos espantosos gemidos como si estuviesen eternamente perdidos y se dirigiesen a un pozo sin fondo. El cochero tuvo peor suerte que su nuevo amigo. Miró al rostro de uno de los encapuchados y por un momento creyó ver el mismísimo rostro de la muerte. Las órbitas no tenían ojos y las caras leprosas despedían un olor a carne corrompida.
La cohorte infernal se alejo cortando las tinieblas. El caminante dirigió su mirada por última vez a las caperuzas de los monjes que parecían envueltas por una luz sobrenatural. El cochero estaba sobrecogido por el espanto y estalló en gemidos y llantos.
- He muerto. Al caer por el terraplen me partí la crisma- dijo.
- No digas tonterías . Hemos corrido algún peligro pero todavía no hemos muerto.
- No viste sus caras. Estaban secas como las de los muertos.
- Yo no he visto nada- replicó el caminante.
- Y esa luz que desprendían sus hábitos. Era como el fuego de los cementerios. Al verlos se me erizaron los cabellos.
- Sería una comitiva fúnebre de esas que cruzan los caminos, y llevarían el cadáver de algún rico hacendado.
- Yo no vi ningún cadáver.
- Pues entonces serían fantasmas- dijo sonriendo.
El cochero gritó lastimeramente.
- No se puede bromear con las cosas de Dios.
- Será mejor que te calmes y que lleguemos lo antes posible a la posada o entonces si que pereceremos en estos fríos campos...y alegra esa cara hoy es Nochebuena, y nos espera una buena sopa caliente .
El caminante en ese momento tanteó sus ropas.
- Creía que había perdido...
Seguía teniendo la caja de música que arrancó de las manos inertes del niño. Los bandoleros preocupados al haber disparado a un hombre, le manosearon y huyeron precipitadamente, dejando aquel valioso objeto que estaba bien escondido. Lo palpó rapazmente . Entonces las estrellas fueron desapareciendo lentamente cegadas por una nebulosa...

El caminante se despertó sumido en un estado febril. La posadera le colocaba un paño húmedo en una sangrante herida. En el suelo yacía tendida la cajita de música.
- Este hombre se encuentra al borde de la muerte. Ya nada se puede hacer por él – dijo un hombre que parecía un médico.
- Lo encontré tumbado en el suelo. Unos bandoleros debieron tirotearle- dijo el mesonero.
- El pobre hombre agarraba sus pertenencias como si quisiera llevárselas consigo al lugar de donde ya no se regresa- comento la posadera.
- ¿Se está refiriendo a esa caja de música?.
La buena mujer se santiguó

Dándole por muerto los tres se retiraron.
El caminante en un estertor agónico cogió la caja de música y expiró, lanzando una bendición.

El cielo se encendió como una antorcha, y una luz acogedora envolvió a aquellos dos hombres. El inmenso resplandor provenía de un fulgurante palacio. En una de las ventanas estaba el niño que tenía en sus manos la caja de música, que les dijo: “Feliz Navidad”.

Por Adolfo Alvarez-Buylla
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 4.68
  • Votos: 37
  • Envios: 1
  • Lecturas: 6778
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 18.118.166.45

2 comentarios. Página 1 de 1
Celedonio de la Higuera
invitado-Celedonio de la Higuera 13-06-2003 00:00:00

Aparte de que puede darle a uno más o menos miedo, tu cuento me ha gustado por la forma de narrarlo. Creas un clima de misterio y haces que el lector se pregunte qué es lo que pasa realmente. Saludos.

pepe
invitado-pepe 19-05-2003 00:00:00

no da mucho miedo pero esta bien si lo hubieses hecho mas corto pues se entenderia mejor pero lo has hecho muy largo

Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.638
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.509
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 55.582.033