364 DÍAS
Porqué no come? Bociferaba, una y otra vez delante del vidrio. Se desesperaba continuamente, mordiéndose las uñas rebozadas con todo el ajetreo diario pegado a ellas. Cuando terminaba se levantaba de golpe, iba de un lado a otro de ese rectángulo oscuro al que llamaba su habitación, delante suyo ese telón de cristal. Esa jaula de reflejos eternos con el mejor de sus huéspedes, con la más bella de todas las inquilinas dentro.
La había encerrado en esa habitación de cristal, para, así, verla hasta el último día de su vida, hasta que sus ojos se cerrasen para siempre. Quería que lo último que viese fuese ese trozo de carne blanca al que tanto le gustaba comerse.
Había renunciado pero, a tocar su piel, se había olvidado de sentirla por dentro, no recordaba ni sus palabras, tampoco sus caricias, ni tan siquiera sus mordeduras, ni incluso, sus avenidas recorridas, sin prisa, sin ninguna prisa, por esos centímetros de piel que escupían, contínuamente, gritos y más gritos: Lo habia olvidado, como quién borra un garabato de una pizarra.
Sólo el placer de verla lo consolaba. Se levantaba temprano, cada día, cuando el reloj abordaba las ocho. Era el mejor de los minutos del día, comía algo de esa vieja nevera de postal de serie yankee de los setenta y cara a la monumental ventana, la contemplaba:
AMANECER
Las sábanas parecían tan lindas envolviéndola, parecían abrazarla como un niño abrazando a un juguete. Ella dormía en esa camieta japonesa que tanto le gustaba. Recorrió desde los pies hasta sus ojos su fragilidad, su piel blanca razgando la palidez, ese blanco que se ahogaba cuando ella abría uno de sus ojos. De echo ese azul lo masacraba todo, sin compasión alguna, incluso el cabello... (podría decir que era de oro, pero vamos, ella era real, ¿Quién podría hacer poesía con ella?)
Pero dónde estaba ese olor a todo ella, esa sudor que se escorría encima de su lengua, ese maldito sabor que ahora le grigaba encima de su cabeza de neón. Como aquel pájaro, castigo de Zeus, que ahora, creía, le picoteaba su cabeza hasta trozearla. Cada día ese olor le mataba, y ahora, todo olía a ella, todo olía a ella, todo olía a ella...
Gritó y escupió su llanto, vació cada una de sus lágrimas blancas, así la quería ver, así quería a su niña.
LA LOCURA
Un instante después, a la primavera siguiente, la princesa abrió un ojito, despacio, abrió el otro, luego, ¡sí!, luego hizo esa carita..., ¡sí, sí! Esa en la que fruncía los labios y aparecían los pequeños cortes de los días de besos y viento. Tuvo ganas de mordérselos, de cojer una de esas pequeñas pieles que le colgaban y estirarla, arrancarle una lámina de su carne como quien desenvuelve un regalo recubierto de tiras de papel.
Ese fue el momento preciso en que murió.
Corrió hacia el espejo y golpeó, golpeó, golpeó hasta romperse todos los huesos de la mano, chilló hasta desmembrar su voz en añicos de gemidos hilarantes. Lloró hasta que le cayeron sus ojos al suelo. Empapó de vaho todo ese cristal hasta que el vapor le fundió, cayó al suelo, y volvió a caer debajo de él. Y allí, cogió un ojo y vió como la princesa se iba, así sin más, (las cosas son, a veces, tan sencillas), cogió sus cosas y se fué, por la puerta (ya os he dicho que esto no era poesía)
HUIDA DE LOS SUEÑOS O DE COMO LOS SUEÑOS SON EN REALIDAD PESADILLAS
Como podía ser, como se marchaba? Él mismo se había comido las llaves para impedir su huida...Pero dios mio! Qué hacía? Por donde salía? 364 días había estado encerrado en su propia pesadilla
364 días para olvidar todo lo que habia sentido
364 días para ahogar todos esos momentos en casitas con recuerdos
364 días encerrado en sí mismo
364 días embaucándose en fábulas
364 días vertiéndose encima de punzadas
364 días de pánico
364 días de asco
364 días de silencio
364 días solos
364 días uno encima de otro
364 polvos, 364 momentos, 364 y ya nada contaba para nada
Y ahora él moría encima de todo ese muro que un año antes había construido, ella nunca volvería ella nunca sería otra vez su manjar, ella no sería nunca más, su niña.