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A mí, para dejar de ser tan yo.

~No es tanto por el qué ni por el quién. No me duele más tu pensamiento que tu actuación. El silencio por respuesta cierra toda vía de comunicación. Me pediste sinceridad y te la di. Te abrí el corazón, a ti, a alguien con quién apenas tengo trato. ¿Y para qué? Para que supieses y callases, para que te fueras sin decir nada, como una sombra en la noche…
Dime, ahora que sabes ¿estás acaso más tranquilo? ¿eres más feliz sabiendo que hay otra víctima más de tu encanto y tu inocente palabrería?
Estoy casi segura de que no lo hacías con maldad. De que nos dábamos pábulo casi sin quererlo, sólo por diversión. Pero hasta el momento en que contesté a esa pregunta, justo el instante después en que me dijiste que olvidara y ordenara mis ideas…justo hasta que dos lágrimas se hundieron en mi almohada no supe cuán cierto era mi sentimiento.
Desde el cielo, las estrellas y la luna me miraban con compasión, como tantas otras veces. Me daba rabia haber caído de nuevo en los juegos de Cupido, que ciego, había vuelto a disparar plomo.
La racionalidad y la madurez que prometí con mi último desengaño se fueron, empujadas por el dulce viento de la noche, que movía mis cortinas suavemente, casi como arrullándolas.
Me refugié en mis sábanas, intentando ponerme a salvo de mí misma, de la vergüenza y la ira que sentía hacia mi persona. Abracé mi cojín y me mordí la lengua en un intento desesperado por acallar mi cabeza. Los ojos de las fotografías se posaban en mí como preguntándome dónde quedaban mi entereza y mi dignidad. Esas preguntas mudas, ése silencio, el viento, las luces en las calles…Todo cobraba un sentido triste, desesperante e inquietante. Lo último que recuerdo antes de dormir, fue el pensamiento de que todo había sido una mera pesadilla. Una macabra y pesada broma del destino.
Y dormí, toda la noche.
La mañana siguiente hizo darme cuenta, tras esos dulces y bellos instantes de inconsciencia matutinos, que los mensajes, la conversación de la noche anterior y el gran silencio posterior seguían allí, en mi mesa, en mi cama, en el aire, en mí. Que mi error seguía pegado a mis talones y en mi cabeza residía aún el ‘odio’ hacia mí misma, por mi debilidad, por mostrarme vulnerable, entera, yo misma, a ti. Por abrirte al puerta a mi templo ordenado y racional, por permitir que tus bonitas palabras arrasaran como lo hicieron los cristianos en Alejandría y mataran a su paso los resquicios de fuerza que quedaban.
Rompiste mi escudo para pisar dentro de mí y dejar tu marca, como quién hace grafitis. Y te fuiste. Me abriste en canal y te llevaste contigo lo poco de mí que dejaste vivo.
Ahora toca volver a empezar, de cero, a construir una nueva fortaleza en mí. Con casa incursión las técnicas mejoran. Pero estoy segura de que las murallas volverán a caer y yo estaré en primera fila, espectadora del caos organizado, impotente y sola, sin poder hacer nada por evitarlo.
Jamás escribí algo tan triste, tan mío, tan íntimo y a la vez tan ansioso de trascender. De no haber sido por mi debilidad jamás hubiera sabido de la gran romántica que soy. Como ves no te debo nada, pero igualmente…Gracias.

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