Los habitantes de la Colonia Guerrero se sienten orgullosos por varias cosas pero más por dos; en primera por su templo consagrado al Inmaculado Corazón de María así como de su Mercado Martínez de la Torre.
Esta colonia fue una de las primeras cercanas a lo que hoy es el Centro Histórico y contrasta con la opulencia de un tal licenciado Rafael Martínez de la Torre, dueño de todos esos terrenos y lo populoso actual.
El Templo de arquitectura neogótica fue construido a fines del siglo antepasado y aun así resistió el sismo del 57, no así el del 85.
Sucede que uno de los comerciantes no tan bien visto, tan solo por ser ateo declarado, era dueño de varios puestos en el mercado de ropa, condición que se oponía a su comportamiento ya que sin desprenderse de peso alguno era un buen hombre y que daba trabajo a bastantes personas avecindados en tan aguerrida barriada.
No tenía empacho en mostrar su condición de ateo.
Había sido ateo toda su vida, y esperaba, con la ayuda de Dios, seguir siéndolo hasta su muerte.
Sucede que aquel 19 de septiembre del 85 cuando empieza a temblar, el ateo temió por su vida, las rodillas le castañeaban cual cascabeles de danzante y los dientes, a pesar de ser postizos ni que decir.
Así que corrió hasta la Iglesia de la colonia para lo cual solo requirió de atravesar la calle de Héroes, entró al templo y se arrodilló a rezar ante la imagen de la Virgen María.
En ese momento el cura y la presidenta vitalicia de la Orden de la Vela Perpetua salían corriendo de las oficinas parroquiales como almas que lleva el diablo, se toparon con el ateo y empezaron a gritarle:
- ¡Salte de aquí, desgraciado, que se derrumba el templo!
Pero el ateo se hizo el desentendido, se tapó los oídos con las manos y continuó, a su manera, rezando por su vida.
El cura y la presidenta alcanzaron a salir cuando el techo se derrumbó sobre el ateo, y lógico lo aplastó, su alma se elevó a los cielos, porque a pesar de como se menciona párrafos antes, ser ateo y por raro que parezca, era un hombre que se encargaba él solo de patrocinar varios equipos de futbol a los cuales les vendía los respectivos uniformes y que además cooperaba con gusto a la fiesta de aniversario del mercado y reconociendo que murió dentro de un templo católico llegó derechito al cielo.
El trámite por demás conocido;
- Toc, toc, - Y la gran reja de hierro forjado y pintada en blanco se abre. San Pedro enciende su Lap-Top y busca su nombre en la lista de ingresos para la jornada que prometía ser movidita, se rasca la calva una y otra vez se alisa en varias ocasiones su blanca barba, levanta ambas cejas y le dice:
- ¡Ah caray! Aquí no estas. Espera deja revisar la base de datos de antes y después del 19.
Carga el programa correspondiente y teclea su nombre, después de varias horas y de vacunar su compu, al fin exclama;
- ¡Oye! No me lo vas a creer pero no sé qué haces aquí tan pronto. Estas programado hasta dentro de diez años.
El ateo sólo pudo decir:
- No sé, yo sólo estaba rezando.
Y en eso escuchó los ladridos de un perro que los “Topos” tenían como mascota y que entre sus habilidades poseía un magnifico olfato y de pronto se vio todo lleno de tierra pero sentado dentro de uno de sus puestos.
Y así vivió vendiendo otros diez años y otros diez y cada día se le veía de excelente salud.
Hasta que llegó el 20 de marzo del 12 y. . . ¡Que vuelve a temblar! En esa ocasión solo acertó a agarrarse fuertemente del periódico que estaba leyendo y solo exclamó;
- ¡Hágase la voluntad de DIOS!
Y todavía sigue viviendo, vendiendo y. . . Ateo.