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Categoría: Románticos

A toque de corneta

A TOQUE DE CORNETA.


Cuenta en una de sus obras el marqués François de la Rochefoucauld un duelo que tuvo lugar en la corte de Luís XIII; estamos, pues, cruzado el ecuador del siglo XVII.

Previamente debo hacer constar otro hecho luctuoso que me ocurrió hace unos años y que me originó una fobia que todavía me dura.

Cortaba unas lonchas de jamón que, sujeto al jamonero, aguantaba el pobre mi poca destreza sin rechistar y, quizá debido a que acababa de ver a Antonio Banderas en El Signo del Zorro haciendo diabluras con la espada, blandí el cuchillo, puntiagudo y largo como un florete sin botón, flexioné las piernas, levanté el brazo izquierdo como si tuviera que desenroscar la bombilla, y di un saltito hacia delante con el brazo extendido dibujando una línea quebrada en el aire.

Nuca lo hubiera hecho; de inmediato vi la Zeta en la frente de mi imaginado enemigo, la sangre cegándole la visión y chorreándole hasta la barbilla; fue horrible. Me dio un vahído y me desplomé en una silla, pálido como un difunto. No les digo más que hasta tuvieron que ponerme digitalina.

Desde entonces, cuando veo una aguja hipodérmica me pongo enfermo. Comprenderán ahora lo difícil que me resulta relatarles un duelo a espada. Haré un esfuerzo en honor de ustedes. Sigamos.

Pues bien, según cuenta el autor, en la versallesca corte de mencionado rey y entre dos de sus cortesanos, el marqués de Saint Brue y el marqués de Puy La Salle existía una tremenda rivalidad por cuestiones de preferencia ante Su Majestad.

Se odiaban cordialmente, tan cordialmente que el marqués de Saint Brue era el amante de la señora marquesa de Puy La Salle. Todos los cortesanos, menos el marido, naturalmente, estaban enterados de estos amoríos ligeramente adúlteros. Digo ligeramente porque, según aseguran las crónicas, Saint Brue utilizaba un preservativo de punto de gancho confeccionado con hilo perlé. Eso sí, muy tupido.

Durante una de la recepciones reales en palacio, los dos marqueses se encontraron en el mismo corrillo de cortesanos. El marqués de Saint Brue, hombre distinguido y de lengua viperina, a la hora de despedirse, dirigiéndose al otro con una versallesca y elegante inclinación comentó:

-- Señor de Puy, póngame a los pies de su señora.
Y tras una ligera pausa continuó en tono más suave:
--...que luego yo ya iré subiendo.

Pese a decirlo un tono más bajo, el marido lo oyó y lanzó un guante al ofensor, guante que, por cierto, cayó en tierra después de golpearle la mejilla al ofensor.

Esto significaba un duelo de honor a muerte; como si el honor pudiera repararse como el parche de un neumático.

Desgraciadamente no consiguió reparar nada el ofendido, pero si perder la vida. Lo que ya no explica el autor es si el guante lo recogió alguien o continúa en tierra.

Y esto viene a cuento porque, en España, hace un tiempo saltó la noticia de que un teniente del ejército violó a una soldado mientras la sometía a la prueba del frío. Supongo que para hacerla entrar en calor.

Recuerdo haber leído por alguna parte que el nazi doctor Mengele sometía a los prisioneros judíos a la prueba del frío metiéndolos en un tanque de agua poco menos que a cero grados y los sacaba cuando casi agonizaban; todo esto con la disculpa de averiguar cuanto tiempo podía aguantar el cuerpo humano tan frías temperaturas para aplicarlo luego a los aviadores alemanes derribados en aguas tan gélidas como las del Mar del Norte.

Para reanimar a los casi congelados judíos el sádico Mengele los colocaba entre dos mujeres desnudas; desde luego Mengele era un sádico repugnante, pero de tonto no tenía un pelo porque según sus estadísticas, resucitaban en un 85% de los casos, porcentaje mucho mayor que el de otros métodos menos sofisticados.

Digo yo si el teniente de marras intentaba hacer lo mismo que el sádico doctor alemán. Imagino que, aquella noche, le habrá dicho a la soldado:

-- Desnúdese, Ar.
-- Pero, mi teniente...
-- ¡Es una orden! – bramaría ante la indisciplina de la soldado, para continuar:
-- Sujetador fuera, Ar.
-- Mi teniente, hace un frío que pela.
-- ¡Obedezca o la empaqueto!

Y seguirían lar órdenes en el más puro estilo militar:

-- Bragas fuera, Ar.

-- Túmbese en el suelo, Ar.

-- Separe los muslos, Ar

-- Estese quieta un momento, Ar.

-- Ahora ya puede moverse, Ar.

Para colmo, éste teniente era nada menos que oficial de La Guardia Real encargado de la custodia de nuestros monarcas. Tiemblo pensando lo que podría haberle ocurrido a nuestra Reina Sofía. En verdad que estuvo en peligro nuestra monarquía, menos mal que lo han descubierto a tiempo y han impedido que naciera otro bastardo... ahora que lo pienso... creo que mis temores eran infundados.

Según tengo entendido las Señoras dejan de ser fértiles con la edad.
Datos del Cuento
  • Autor: Aretino
  • Código: 16122
  • Fecha: 06-03-2006
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.21
  • Votos: 68
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7280
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