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Un sucio Reportaje

Nunca había estado en esa ciudad, y mucho más pronto de lo que esperaba ya había jurado tres veces no volver nunca más, puesto que a mi juicio, y muy a mi pesar, Dos Ríos Juntos es un pueblo que no tiene remedio por ninguna parte.
Ya de entrada quedaba de manifiesto que el pueblo estaba mal situado, en una planicie que era estrangulada por dos ríos enormes que corren casi a ras de suelo, y que en épocas de lluvias por supuesto que se vaciaban sobre la ciudad. Según se podía apreciar, sólo los rieles del tren superaban el nivel de las aguas, y el convoy penetraba con cautela hasta la estación de aquella estación inundada, sin que a través de los años las autoridades hubiesen hecho nada serio por evitarlo. Es cierto que muchas casas estaban construidas en forma de palafitos, pero otras no, y lo peor es que había visto el cementerio también sucumbido en su propio encallamiento. Nada más sobresalían algunas cruces y los ángeles de cemento que adornan las cornizas de los catafalcos más elegantes.
¡Qué desorden de muertos debía de haber bajo las aguas!
( En las calles, donde vivían como si nada), la gente caminaba a tientas con el agua hasta la cintura, y algunos parecían de lo más divertidos. Grupos de niños nadaban en la esquina de la plaza, supongo que en la misma agua que a un par de cuadras también nadaban los muertos del cementerio.
El sol, es bueno reconocerlo, estaba muy bien colocado en el techo del universo y eso avivaba los colores de todas las cosas. Y eso es muy bonito, aunque levante una bocanada de humedad sofocante. Eso no importa.
Y hubo una sonajera de fierros y el tren se detuvo. Resignado a mi suerte, me bajé para comenzar a trabajar de inmediato, puesto que mi oficio de periodista no hace concesiones a la adversidad. Esto que lo sepan bien sabido los incrédulos. Disponía de un par de horas para volver dando cuenta de la real situación de Dos Ríos Juntos al redactor en jefe de El Universo, que es el periódico para el cual trabajo.
Algo sucedió que me descompuso el buen ánimo. Llamé a un hombrecito que acarreaba personas en una pequeña canoa, y sin vueltas le indiqué mi itinerario. ( Por lo demás siempre es el mismo: una visita a la Alcaldía Municipal a entrevistar a los retóricos con sortijas de oro en la manos, que a mi juicio tienen aserrín de frases en la conciencia y una gran pelota de fierro en la vanidad.) Luego, algunas fotografías escandalosas del desastre y el testimonio de algunos vecinos más exaltados a causa de la indolencia de las autoridades que ellos mismos se dieron el trabajo de colocar. El hombrecito de la canoa estaba presto a negociar:
-Serían cincuenta mil – me dijo- esto nos tomará más de dos horas.
Detrás de la canoa apareció nadando un perro de cabeza negra. Alcanzó el peldaño de la estación en que yo estaba de pie haciendo el trato, descansó unos instantes, luego se sacudió hasta la cola, miró al hombre de la canoa, luego de miró a mí, y sin hacer ningún comentario se metió a la estación. Medité ajeno al destino del perro vagabundo.

-Tal vez si estuviésemos en Venecia te daba los cincuenta mil, amigo usurero-le dije-pero esto no es más que una piscina para muertos. Si he venido es por un asunto de información e interés nacional. -




El hombrecito esbozó una sonrisa tal vez irónica, “ información nacional “, murmuró, pero su expresión no me ayudó a saber si mi argumento era o no de su agrado, yo sopesando su condición inequívoca de miembro de la opinión pública. Por otra parte, ya he aprendido a armarme de buena paciencia para llevar a cabo este tipo de negociaciones, y que lo peor es realizar una subasta llamando a otros canoeros. Es una ciudad pequeña y están todos de acuerdo. Eso es seguro. Tampoco resulta atinado aceptar así como así de fácil, pues si a uno lo ven blando, no le faltarán después sus mañas para elevar el valor ajustado, arguyendo complicaciones de cualquier tipo durante la travesía. Cierto es que el dinero no es mío, pero debo cuidarlo para que cuando rinda cuentas en El Universo, no se les ocurra pensar cositas.

-Afloje no más, míster-me dijo- Total, si se va nadando a la Alcaldía le va a salir más caro sacarse los salpullidos -.

Estaba en lo cierto, el revoltijo de aguas hacía un perfecto caldo de deshechos, sudor de vacas y gritos de vendedoras que ofrecían sus productos paradas encima de las mesas. Había incluso un demente montado encima de una estatua de la plaza presagiando el fin del mundo a grito pelado. Algunas ancianas miraban cómo iban las cosas de la vida asomadas en las ventanas sin vidrios de los pisos altos. A juzgar por el orden de los árboles de las esquinas donde tomaban sol la iguanas, la plaza no era cuadrada, sino redonda, y allá lejos, al otro costado, flameaban las banderas que hacen flamear las autoridades en sus edificios.

-Vamos de una buena vez a esa Honorable Alcaldía Municipal-le dije al canoero-.

Francamente el resultado del reportaje en estos momentos carece de toda relevancia, ya que pueden leerse noticias iguales aunque con ligeras variantes en cualquier periódico nacional en el mes de marzo de cualquier año de este siglo o del venidero, que es el mes de las lluvias, a no ser que ocurra algún milagro y alguien haga algo por Dos Ríos Juntos.

-Yo no vuelvo más para acá, y éste es mi tercer juramento.-me dije-

Cuando volvíamos a la estación del ferrocarril fue cuando me tocó sufrir a mi. El canoero, presuroso por darle fin a su trabajo que ya iba alcanzando las dos horas, hizo un mal movimiento con el remo, el cual se le resbaló a ras de agua y sin querer me lanzó una porción de agua a la cara y a la guayabera, la cual al parecer además traía un poco de barro. Intenté limpiarme ese barro con el pañuelo antes de percibir aquel olor pestilente. El hombrecito de la canoa trató de sostener la risa, pero no llegó a hacerlo y pude ver que en sus encías peladas no tenía más que un solo diente.

- Disculpe, míster, pero no es mi culpa que la mierda flote...
.
Por supuesto que en la estación de Dos Ríos Juntos no había agua potable, y en los baños del ferrocarril tampoco, de modo que mi indignación se disparó a las nubes, y hube de repartirla por los pasillos del tren, a viva voz, maldiciendo aquel pueblo infeliz, carajo, que nunca jamás he estado en un pueblo tan hediondo y miserable, mierda. Y en voz muy alta grité desafiante : ¿quién de aquí vive en esa porquería? A ver quién dice yo, para patearle el culo por burro....¿Nadie?












El redactor-jefe del Universo sí que es abusivo.e un solo diente.

-Disculpe, míster-me dijo- pero no es mi culpa de que la mierda flote
Me obligó a escribir mientras volvía durante el viaje, una columna de humor. ¡Qué ironía! ¿De dónde se me va a ocurrir algo humorístico después de haber estado en ese cagadero? Pero él comprenderá que dada las circunstancias, es imposible. Si no lo hace, y pasa gruñendo con su pucho en la boca, como siempre, me temo que será él quien se llevará la patada en el trasero que llevo pendiente para el que diga yo., y al final de cuentas termine siendo yo el me quede sin trabajo.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Jade_4
invitado-Jade_4 12-05-2004 00:00:00

La crítica social nunca se te escapa, ¿verdad Andueza?

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