-- VI --
Al reemprender la ruta a Zaragoza, bajo los efectos de la digestión Lorenzo y Pedro quedaron sumidos en un agradable sopor, mientras Olegario despabilado conducía con pericia el vehículo.
Entraron en Zaragoza por el puente Santiago, y al encontrarse tan cerca de la basílica del Pilar y disponer de media hora, Lorenzo les dijo que deseaba ir a rezar una salve a la Virgen por encargo de su madre, doña Rosa Broto, que era maña, y consideraba un pecado pasar por la capital aragonesa sin rendir una muestra de devoción a la santa patrona.
Aparcaron el mercedes en la plaza Lanuza, y los tres juntos se dirigieron al templo. Mientras Lorenzo, hincado de rodillas ante el Pilar rezaba la salve prometida a su madre, y otra para su beneficio personal, Pedro y Lorenzo curioseaban por las anchas naves. Al terminar de rezar, Lorenzo fue en su busca, hallándolos frente al altar mayor, admirando el magnífico retablo en alabastro modelado por el escultor valenciano Damián Forment.
Volvieron al coche, y Olegario, después de orientarse en el plano, lo condujo por amplias avenidas hasta llegar a la calle de la Marina Española, a orillas el río Huerva, en donde tenían concertada la cita.
Lorenzo y Pedro se apearon del vehículo y tomando la cartera que contenía la documentación se dirigieron a un edificio de nueva planta. Llamaron por el interfono a la oficina de la empresa que iban a visitar. Después de darse a conocer les dieron acceso al edificio y a pie subieron hasta el entresuelo. En el quicio de una puerta una mujer despampanante por lo hermosa les esperaba. Pedro, sin poder reprimir su admiración, exclamó:
--¡Madre mía, que mujer!
La aludida, como si no hubiera escuchado la alabanza, se presentó:
--Soy Alicia Brocal, gerente de la compañía. Les estabamos esperando. ¿Quieren pasar? ?Y les indicó el camino hasta una gran sala de juntas.
Lorenzo hizo las presentaciones, y después de los saludos de ritual, se sentaron en sendas butacas. Alicia, pulsando un timbre, les preguntó si deseaban tomar algo y como ellos rehusaran, a la secretaria que acudió a la llamada le encargó que avisase al director don Sebastián Rodríguez. Al llegar éste, saludó a Lorenzo con gran cordialidad, pues ambos fueron juntos al Instituto, durante el tiempo que el padre de Sebastián estaba destinado en el gobierno militar de Barcelona, y continuaron viéndose con motivo de este proyecto. Después de presentar a Pedro, Lorenzo abrió la cartera y depositó su contenido sobre la espaciosa mesa de juntas. Durante más de una hora, a la vista de los planos, memoria, presupuesto estimativo y el pliego de condiciones fueron intercambiando noticias, sugerencias, explicaciones, consultas sobre el proyecto. Los cuatro estaban abocados de lleno en el trabajo, sin que ningún otro pensamiento interfiriera en su labor. Hasta que Sebastián, en una pausa, dijo:
--Tenéis tres habitaciones reservadas en el Hotel Palafox, cerca la avenida Independencia. Pero a cenar sois mis invitados. Supongo, Alicia, que tú también te adhieres.
--Bueno, sí. Por mi parte no hay ningún inconveniente.--contestó Alicia, al tiempo que hacía sonar el timbre. Al presentarse la secretaria, le pidió que telefoneara a su casa para decirles que no la esperasen a cenar.
--Perdonar. Olegario está esperando en el coche. Deberíamos advertirle. ?Sugirió Lorenzo.
--Por vehículo no os preocupéis, pues los cuatro cabremos perfectamente en el mío. Podéis decirle que se vaya. ?Propuso Sebastián
--De acuerdo. ?Accedió Lorenzo. Y dirigiéndose a Pedro, le encargó. ?Si no té molesta, baja y dile a Olegario que hasta mañana a las nueve no precisamos el coche, y que la habitación la tiene reservada en el hotel Palafox.
--Voy enseguida ? dijo Pedro, al tiempo que se levantaba de la reunión para dar el recado.
Después de este inciso, siguieron debatiendo sobre el proyecto, por el que Alicia Brocal se mostraba sumamente interesada. Lo cual tenía su justificación. Porque tanto la idea como la compañía eran suyas, ya que poseía el noventa por ciento del capital. El diez por ciento restante se lo regaló a Sebastián Rodríguez para incentivarlo en el negocio. Ambos estudiaron la carrera de ciencias químicas juntos. Pretendían crear en el polígono la Cogullada un gran edifico que contuviera laboratorio, almacén y oficinas. En él fabricarían una serie de productos de silicona, cuyas patentes mediante arriendo le facilitaba una firma alemana. Al propio tiempo, esa firma le prestaba a Alicia gran parte del capital necesario para ejecutar el proyecto. A cambio, le exigía a Alicia la intervención en el negocio de un miembro suyo en calidad de subdirector para que fiscalice el empleo del capital y garantizase la devolución del préstamo. A todo lo cual, Alicia Brocal, consciente de sus conocimientos, fuerza de voluntad y espíritu de empresa, accedió, con la convicción de que con provecho llevaría el proyecto a buen término.
Alicia Brocal provenía de una de las familias más ricas y respetadas de Zaragoza. Desde el inicio de los estudios demostró una capacidad inusual para aprender y una voluntad de hierro para alcanzar las metas que se proponía. Tal vez influyó en ello el hecho de que físicamente en su juventud no era muy favorecida; más bien podría afirmarse era francamente fea. Resultaba desgarbada por su altura y delgadez, sin que su cuerpo mostrara ninguna de las curvas que predeterminan la feminidad, dando sensación, al caminar, de un pelele, por el marcado asincronismo en el movimiento de brazos y piernas. Los compañeros le hacían burla. Y de ahí que sufriera complejo de inferioridad, que sólo pudo superar con la plena dedicación al estudio, con el que, gracias a su férrea voluntad y probada capacidad intelectiva, recobró la confianza en sí misma, al aventajar con creces, en ese terreno, a los que la herían con sus mofas. Sus padres, a la edad de la menarquía observaron que Alicia no le llegaba la regla, y comenzaron a alarmarse. Cuando cumplió los diecisiete años la pusieron en manos de un ginecólogo, que descubriendo la causa hormonal que producía el retraso, la puso inmediatamente en tratamiento. La medicación a que fue sometida surtió efectos milagrosos. A los dieciocho años, de ser antes un ser risible por su aspecto grotesco, se convirtió en una de las mujeres más hermosas y apetecibles de Zaragoza. Sus largas y delgadas piernas, el pecho plano, las caderas inexistentes, fueron paulatinamente rellenándose con una carne dura, envuelta por una piel tersa, que adoptaba curvas de un atractivo sexual insospechado para los mozalbetes que meses antes se burlaban de ella o simplemente la ignoraban.
El repudio sufrido durante tantos años, marcó el carácter de Alicia. Ahora era insensible al acoso constante de los hombres, a los que juzgaba mezquinos y torpes, sólo dominados por la pasión de la carne. El único por el que no sentía rechazo era su compañero Sebastián Rodríguez, porque con él, desde que comenzaron la carrera en la Facultad de Química, aunque era cinco años mayor, les unía el mismo interés por el estudio, que en multitud de ocasiones hacían en común. Sobre todo cuando se planteaban cuestiones de laboratorio cuyo desarrollo resultaba intrincado. En Zaragoza, donde era conocida por su gran belleza, le pusieron el remoquete de la ?dama de hielo?. porque en ningún momento se la vio acompañada de hombre o en lugares de esparcimiento para la juventud.
A las ocho de la tarde levantaron la sesión, un tanto fatigados de tratar durante tres horas consecutivas sobre el misma tema, pero satisfechos de haber encontrado un punto de entendimiento en las cuestiones estudiadas, sobre todo en lo relativo a fachadas y al entorno del edificio. Alicia Brocal exigía para las fachadas, que fueran trabajadas, sin el aspecto clásico de fábrica. En cuanto al solar no edificado, que era espacioso, que estuviera ajardinado, salvo un espacio frente a la entrada del almacén destinado a parking.
Lorenzo recogió los papeles diseminados por la mesa, y loa colocó en la cartera, mientras decía:
--Si no tenéis inconveniente, dejo la cartera aquí, y la recojo mañana cuando vayamos a visitar el terreno.
--Nos parece muy bien. ?Accedió Sebastián, mientras la depositaba en el estante de un armario.?Y ahora, ¡a cenar!, ?Propuso alegre. ?Si os parece, vamos a nuestro restaurante habitual, Los III Reyes, y como está muy cerca podemos ir a pie.
Como nadie protestó, Alicia con su llave cerró las oficinas, en donde ya no quedaba nadie, y a pie se dirigieron al restaurante en el Paseo de Fernando el Católico.
(Continuará)