Soy una de esas pocas mujeres felizmente casada. Mi esposo Ricardo es un amor de hombre: buen marido, excelente padre, magnífico hijo, cariñoso hermano y eficaz ejecutivo. ¿Qué más podría pedirle a la vida?.
Mis amigas, entre ellas Ritta, me insinúan que soy muy confiada, que no lo cuido ni vigilo como se debe. Ella me dice que si tuviera un marido tan buen mozo y trabajador, viviría más pendiente de él. Pero yo creo ciegamente en Richi. Lo amo de verdad.
Anoche llegó muy contento de la oficina luciendo un aparatico colgado del cinturón. Se acercó a mí y cuando me tuvo abrazada accionó no sé qué y sentí un cosquilleo hasta simpático. Se trababa de un beeper. "En la compañía nos dieron estos buscapersonas -dijo con aire de importancia. Es necesario que estemos en permanente contacto y disponibles a toda hora". Ricky no es médico, pero por el lenguaje que a veces utiliza, lo parece: "Abortó el programa", "Es problema de memoria", "Tiene un virus", "Enloqueció", etc., y tras cualquiera de estos y otros enigmas técnicos que dice, viene el consabido debo irme o me demoro un poco. Pero ya estoy acostumbrada. Richard es tan responsable, tan consagrado.
Noches después, y ya acostados, escuché el beeper. Mi Richi dormía, así que tomé el mensaje: "Negrito, no me llamaste hoy. Eres malo. No te daré postre. Tu gatita... Miau". ¡No! Creí morirme. No podía ser. Volví a mirarlo esperando -quizá- un milagro. No cabía duda. Ricardo me engañaba. ¡Qué ciega había sido! ¡Qué ingenua, por Dios! Todo se lo creía. A pesar de ello, esa noche dejé las cosas así y borré la prueba de su infidelidad, e hice como si nada hubiera pasado; pero -eso sí-, puse más atención a todo lo que él hacía. Le revisaba las camisas, los papelitos, las facturas de gastos y, me da pena confesarlo, hasta miraba de reojo su ropa interior, la cual, de pronto, me pareció más fina y sexy de lo acostumbrado. Estaba celosa, no podía ocultarlo.
Tres noches después, a la misma hora: 1 a.m, nuevo comunicado. R. roncaba como una foca y rápidamente leí: "Chiquito, si no vienes te mando el bloque de búsqueda. Deja a la güesuda de tu mujer y ven conmigo. Soy tu perrita... guau, guau". ¡Qué perrita, ni qué ocho cuartos! Ricardo Ángel se las iba a ver conmigo. Ahora sabría lo que una güesuda con la chispa afuera haría. ¿Qué más pruebas necesitaba?. Lo volteé a mirar con deseos de romperle su tiesto de beeper en la cabeza; pero al verlo acostado, encogido como un bebé, me pareció tan indefenso, tan incapaz... ¡Qué tonta era! Y esa noche lloré mis ojos y juré irme para siempre al día siguiente.
Me levanté con los ojos más hinchados que los de un boxeador después de un K.O fulminante. Saqué mis lentes de veraneo y preparé el desayuno para todos. No hablaba. No quería hacer ninguna escena delante de los niños, quienes, además, lo adoraban. Él ya estaba para salir cuando le entró un beeper. De inmediato corrió al teléfono y marcó: "Aló. ¿Sí? ¿Qué pasa? Que abortará si yo no... O.K. Ya voy para allá". Y salió sin despedirse, visiblemente preocupado.
Ahí, sí fue. Quedé sumida en la peor de las angustias. ¿De quién sería el aborto? ¿De la gatica, de la perrita o de alguna otra de sus pollitas? No. Ya no aguantaba más. Esa misma noche lo aclararía todo.
R. llegó tarde, y quizá yo, por lo trasnochada, no lo sentí llegar. Se había salvado de mi cantaleta definitiva porque a la mañana siguiente me marcharía con los niños para donde mis padres. Lo dejaría. Las maletas estaban ya listas.
Al día siguiente, R., poco usual en él, madrugó. Por un instante pensé que él nos abandonaba y se lo pregunté. Me contestó con indiferencia que tenía una reunión muy importante a primera hora y salió presuroso hacia el baño. Mientras se duchaba, sonó el pedazo de beeper: "Gordito, antes de pasar por la oficina ven a mi apto. Te batiré unos huevitos como a ti tanto te gusta. Ven, Cielito". Esa fue la última gota que rebosó la copa. Con que de mucha reunión a primera hora, con que de mucho afán pa la oficina, con que de mucho desayuno ejecutivo con huevitos no sé cómo. Yo si sé como le iban a quedar, y salté furibunda hacia el baño. "Ricardo, o sales ya o te saco a palos. Es el colmo lo que nos estás haciendo. ¡Ven! ¡Pon la cara, sinvergüenza!". "¿Qué pasa, flaquita, por qué tanto alboroto? -contestó el muy cínico-. Ya salgo, mi vida. Cálmate".
Cerré la puerta con rabia y lo esperé afuera con el dichoso aparato en la mano, dispuesta a estrellárselo en sus lindas narices. En ese momento vibró: "Carlitos, por favor ya no vengas. Mi marido regresó antes del viaje. Luego te llamo. Besos, Ritta".
¡Oh, Dios! No se trataba entonces de mi esposo. Él, de seguro y por equivocación, tenía el beeper de otro compañero de su oficina. Y yo que dudé de él, de mi bebé, de mi maridito...
En eso salió del baño: puro, limpio, angelical. Sin esperar a que hablara lo abracé y lo besé mil veces. Ricky, tan divino él, me miraba extrañado. No atinaba a comprender mi arrebato. Me creería chiflada, y lo estaba. Estaba loca por hacerle unos huevitos como hacía mucho tiempo no se los preparaba...
Santa Fe de Bogotá, Julio 19 de 1.995
Nota:
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la wea fome....estuve leyendo cualquier rato....super fome pense que era buena...