Mucho tiempo atrás, cuando la reforma agraria aún no existía ni siquiera como vocablo "revolucionario" ni la conciencia campesina despertaba de su humilde torpeza, Don Rafael De La Cuadra, sentaba sus reales en el fundo "Los Acacios" en las proximidades de Rengo, propiedad que heredara de sus tíos abuelos, en una mañana de septiembre de fines de 1800.
Director de la escuela del pueblo, Don Rafael contaba con la simpatía general de todos los vecinos acantonados bajo su dominio. Hombre justo, según los dictados de la época, Don Rafael buscó siempre el contacto humano con el mismo calor conque repetía sus lecciones en los bancos de su escuelita desde hacía ya varios años y con el mismo celo de Director de Escuela. Doña Suzana, deslizándose cual ángel guardian y ayudada por dos nanas: María y Carmela, ocupaba sus jornadas a los quehaceres domésticos sin descuidar, por motivo alguno, las atenciones especiales para un hombre casi-generoso.
Una vez instalada la familia en su nuevo recinto, Don Rafael vio multiplicado su trabajo de atento Director y dedicado profesor con las nuevas tareas requeridas por las tierras heredadas. Aquí, podría pensarse que Don Rafael cambiaría de actitud frente a su nueva situación de hombre afortunado, sin embargo, se aferró a su profesión con más ahinco y pasión y delegó la mayor parte del trabajo del fundo a Don Pancho Ají y la administración burocrática cayó en manos de dos ilustres tías abuelas, cuyos bozarrones espataban al diablo y cuya bondad, paradojalmente, enternecía los jardines de la plaza.
Un día Don Rafael, dada la importancia de su nueva situación, fue requerido por las instancias del pueblo a formar parte activa en la vida social y política del país y por ende recibió elogios estridentes de ambas formaciones derechistas que se disputaban y se apropiaban de su colaboración oficial. Don Rafael, con la tranquilidad y serenidad acostumbrada, manifestó elocuentemente de la necesidad imperiosa de abstraerse de discursos inocentes y trabajar sin descanso no solo en función de acrecentar la riqueza privada, sino también de mejorar el nível de vida de los trabajadores y del poblado en general. Este discurso corrió como peste en la Capital, y aquellos que se disputaban su simpatía olvidaron sin ambages tan singular habitante.
El discurso pronunciado por Don Rafael y el carácter solemne de la reunión lo indujeron a pasar de la palabra a los actos y así fue que, a partir de ese momento, se hizo un deber de dedicar a su escuelita toda la atención que le permitía su nueva posición económica. Aumento considerablemente el número de matrículas incitando, al mismo tiempo, a los campesinos de enviar a sus hijos a la escuela y creando uno de los primeros desayunos escolares, medidas que algunos años más tarde privilegiara el gobierno de Don Salvador Allende en su efímero mandato presidencial.
La vida siguió su curso normal en los parajes, Don Rafael fue creciendo en la estima de la población campesina y sobre todo en la de "Don Francisco Soto". Francisco Soto nació trabajando. Desde su tierna edad nadie le conoció parentela y según rezan los rumores pueblerinos, su exquisita bondad hicieron del niño Francisco el regalón de todas las madres. Sin embargo, Francisco Soto sufría una pena infinita que no compartía que escasamente con sus propios sueños. Por muchos años el niño Francisco vivió apegado a las faldas de una viejecita que le recogió con la misma bondad de esas mujeres que alumbran la pobreza y que Francisco creyó su madre. Un día, mientras ella agonizaba en su choza, Francisco salió desesperado en busca de ayuda. Su desesperación llamó la burla de algunos jóvenes y en una riña sin cuartel Francisco Soto hizo comer el polvo a un par de esos jóvenes, quienes como última ofensa a tan ignominiosa derrota lo increparon diciéndole ¡pa’qué tanto alboroto gancho, si esa vieja ni siquiera es su maire ! Francisco Soto escondió la cara, volvió precipitadamente a la choza que compartía con su viejecita y fue tarde para constatar la verdad que encerraba tal afirmación. Doña Adelaida sonreía en su lecho, feliz de no poder satisfacer la horrible curiosidad de Francisco. Francisco permaneció encerrado llorando su desaliento, cuando decidió volver a sus quehaceres, sus ojos quemados por las lágrimas abrieron sus párpados inferiores en un color rojizo y húmedo hacia un abismo incalculable. Desde ese momento, Francisco Soto se convirtió en Don Pancho Ají.
Los nuevos conceptos humanos adoptados por Don Rafael con respecto de la administración de sus bienes no solo lo alejó de los políticos rapaces sino también de sus antiguos vecinos. Este hecho, en vez de desagradar a Don Rafael, le permitió trabajar más estrechamente con sus colaboradores y acercarse, entonces, aun más a Don Pancho Ají.
Dos años se sucedieron en aparente calma y de la noche a la mañana Don Rafael fue removido de sus funciones de Director de escuela y seis meses más tarde declarado inapto para la enseñanza. Ambos oficios, debidamente autorizados por el regimen de turno fueron rudo golpe para Don Rafael. No es mi interés aquí relatar la ratonería absurda de los abyectos de siempre, mi relato quiere destacar esos pasajes conque el hombre coge las herramientas de la esperanza para forjar la vida, ésa que vale la pena vivir.
Pero su proyecto no lo detendrían necesariamente allí. Don Rafael, sin otro recurso que sus tierras, dulcemente se fue desprendiendo de ellas en beneficio de sus trabajadores y sus familias. Así a cambio de servicios, y que fueron numerosos ya que la familia de Don Rafael contaba una decena de jóvenes y de niños además de dos tías abuelas y las nanas, Don Rafael fue cediendo sus tierras a nombre de esas familias, echo que ennobleció aún más su vida.
Con el correr de los años, la zaga familiar fue mejor comprendida, sin embargo, ya fue tarde para intervenir. Don Rafael terminó cediendo la última porción de tierras a Don Pancho Ají, uno de sus más leales colaboradores. Don Pancho no podía aceptar lo que sucedía en la vida de su patrón, su amigo o tal vez el único verdadero padre que él conoció.
Del fundo, quedó una casona con un enorme patio y que sirvió a los primeros nietos y para regocijo de esas tías y tíos que vuelven sonrientes y satisfechos de la vida que un día mostrará en esos caminos, "el abuelo Rafael". Don Rafael se instaló en Santiago en un caserón que permitía a sus adolecentes hijos ir y venir por los nuevos senderos.
La noticia de la muerte de Don Rafael, entristeció A Don Pacho. Con la ausencia del abuelo, Don Pancho Ají aseguró esa presencia, casi necesaria en el pueblito. A la muerte quew siguio de cerca a la del abuelo, ese pueblito entero se desbordó en una acuarela de flores.
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Mientras tanto en la capital........
Los nietos se multiplicaron, las nuevas familias fue el núcleo que fortificó el entorno de aquel hombre magnífico y paulatinamente ese pasado campesino y pueblerino se fue perdiendo en la longitud de su vida.
Don Rafael se durmió una tarde al lado de la abuela. La casa se inundó de familiares, de amigos y sobre todo de nietos que ajenos a la tragedia que ocurría en el salón de la casona, jugaban sus fantasías por patios y avenidas de flores. Las mujeres reunidas solennemente y en estricta oración denudaban interminables rosarios en un círculo quasi macabro en que cuatro enormes cirios parpadeaban incandescentes, la soledad. Los hombres, reunidos en un salón contiguo discutían de esto y lo otro, ajenos por el celo de la situación a lo que ocurría en el salón principal pero atentos siempre a cualquiera eventualidad. Los llantos de un par de tías se confundían con los gritos de los niños que más ajenos que los hombres celebraban con indescriptible algarabía la magia de encontrarse sin ese control estricto de disciplina, impartido por aquellas tías, en otras ocaciones, insobornables.
Llegó la noche, los lamentos se hicieron cada vez más tristes, los hombres se acercaron a consolar a sus mujeres, el griterío juvenil dejó paso a los murmullos, a la tristeza y al consuelo y en esa quemante serenidad y silencio, se abrió paso un hombre ligero como el viento, venía vestido de riguroso negro y sombrero de lluvia, traía un ramo de flores en sus manos. Se acercó a Don Rafael, se descubrió y la pálida luz de los cirios se advirtieron los ojos rojizos y llorosos de Don Pancho Ají. Después de un solemne momento, depósito su ramo de flores y sin pronunciar una palabra se encaminó de nuevo a la obscuridad.
FIN