Jaime observaba desde su cama como el sol comenzaba a despuntar por el horizonte. Permanecía quieto en su lecho, con los ojos abiertos de par en par, pero negándose a despertarse pues quería aprovechar cada segundo el calor que le proporcionaban las mantas que le tapaban el cuerpo. Cuando el astro rey dio con su luz alegría al oscuro suplicio de la noche Jaime ya estaba preparando el desayuno en la cocina. Sabia que ese día iba a ser muy duro para el y repasaba en su mente todo lo que habría de hacer nada mas salir de la protección de su casa. Sabia perfectamente que millones de bestias sedientas de sangre atacarían su autoestima y que el largo recorrido que separaba su casa de la oficina seria arduo y dificultoso pero aun así no se atemorizo. Era su primer día de trabajo así que no quería llegar tarde. Cogió su maletín de empresario, abrió la puerta con un suspiro y rezó antes de salir dos o tres padres nuestros que aunque no le sirvió para calmar su miedo, pensó que de esa forma dios le protegería en caso de necesidad. No poseía de transporte privado a si que tuvo que recurrir a la cosa que mas le atemorizaba, los autobuses. Al llegar a la parada de autobús se sentó en un banco y permaneció quieto esperando el transporte publico. De repente un hombre se acercó a el con los brazos abierto de par en par, se giro para correr y se encontró otro hombre idéntico y en la misma postura. No se lo podía creer, pensaba que estaba soñando, dos bestias repugnantes y verrugosas se acercaban para comerle. Salió corriendo de la parada del bus, pensando en lo peligroso que se había vuelto el mundo y pensó que a pesar del percance no se podría rendir tan rápido. Los dos hombres de la parada se fundieron en un abrazo y rieron a carcajadas al ver a aquel raro ser correr como un loco.
Jaime consiguió después de muchos apuros llegar a la oficina sano y salvo después de varios percances con “asesinos”, “ladrones” y “violadores” que querían increparle. El jefe de su empresa le esperaba con los brazos cruzados, en su rostro se podía observar que el sueño no le había acompañado durante aquella noche. Jaime se acercó andando muy despacio, sabia perfectamente lo que iba a pasar, pero aun así quería saber lo que se sentía al estar en el borde del precipicio. Su jefe suponía para un imán que le arrastraba hacia las entrañas del infierno. Cuando se planto enfrente del director, el cuerpo le temblaba como un flan recién hecho. No podía articular ninguna palabra de disculpa, ni siquiera un ruido que indicara que en el interior de aquel cuerpo tembloroso había alguien con quien poder hablar. Jaime agacho la cabeza sumiso, dispuesto a recibir la “muerte” , pero en aquel preciso momento cuando el verdugo iba a dar su sentencia fatal, hecho a correr como un loco , dejando tras de si un rastro de confusión.
Sentía que el corazón se le iba a salir de un momento a otro. Las lagrimas brotaban de sus ojos cerrados y corrían por sus mejillas empapando el cuello de la camisa. Corría tan sumamente deprisa que sus piernas débiles y temblorosas tropezaron entre si y cayó rodando por las escaleras. La recepcionista dio un respingo al girarse y contemplar el cuerpo inerte de Jaime con la cabeza cubierta de sangre. Salió lo mas rápido que pudo a socorrerle pero ya no pudo hacer nada. La vida de aquel hombre temeroso y asustadizo había terminado, y tras de sí, aquel oscuro e inhóspito mundo que generó en su cabeza y que fue el causante de su...