...quedo tendida en el suelo, rígida y sin vida, sin embargo su alma, aquella que no vivía, subsistía, aquella que llena de agradecimiento se cegó a luz y se dio a la muerte, esa no podría morir, un alma como la de ella nunca podría.
Todos pensamos alguna vez que esto pasaría, mas nadie lo dijo, todos sabíamos que Agatha no aguantaría vivir así, sin embargo lo hizo, vivió cuatro años de su vida con el dolor de su alma en un ojo, con la tristeza de su ser en la cara. Tal vez todos callamos por que sabíamos que el dolor que padecia y nuestras palabras sobre su cercano final, herirían a su madre, a ella que aunque no le dio la vida, si la trajo al mundo, que le dio mas cariño que el que le podría a ver brindado a un hijo.
Si alguien entraba a la casa, aun advertido sobre la enfermedad que la supuesta hija de Inés sufría, siempre salían asustados, tal vez nunca habían visto algo tan horrible, por que es verdad, el tumor de Agatha era repulsivo, nadie ni nosotros que la conocimos desde que llego a la casa de la tía podíamos estar cerca de ella por mucho tiempo.
Pobre, la enfermedad la carcomía y su cara cada vez mas desfigurada, sin embargo, no creo haber conocido alguien tan pequeño que diera tanto amor a una vieja.
Agatha era la vida de la tía Inés, para ella no había nada más importante que estar al pendiente de las medicinas, la comida y todo lo relacionado a su creaturita. Ella le correspondía aun a pesar del dolor que tenia por dentro. Recuerdo aquella vez que Agatha empezó a mostrar cierta inflamación en su carita, no admitía ningún movimiento, pues pareciera que la cara le pesaba tanto que le inmovilizaba el cuerpo. La tía lloraba inconsolable, y la velaba noche y día, pendiente de cualquier necesidad que pudiera tener, y ella, casi inerte, movía su cabeza, la acercaba a las piernas de mi tía y la remolineaba lentamente, pretendiendo acariciar con su pequeña cabecita adolorida, las rodillas viejas de la tía.
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No había otra opción, lo que sucedió era inevitable, y tal vez era lo justo, aunque con el fín de sus dolores, no terminaría el dolor que produciría dejar sola a la Tía Inés, porque aunque no lo parezca Agatha estaba consciente. Quizá la vieja era la única que no aceptaba lo que pasaría, y es que sus esperanzas , estaban puestas en San Martín de Porres, el santo de su mas ferviente devoción, el que por una veladora todas las noches no permitiría que Inés viviera sola nuevamente y mediante él nada era imposible.
Todos rezamos por lo que queremos, por lo que es importante para cada uno, no había por que no pedir por la enfermedad de una gatita que casi seria su hija.