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AMOR JUVENIL ETERNO

Eran dos almas en flor. Ella catorce años, el quince. Los dos en plena adolescencia, con las ilusiones depositadas en el presente, sin siquiera pensar en el futuro. ¿Para que? Si los dos se amaban con toda la fuerza que pueden amar dos corazones diáfanos, limpios y bellos. A pesar de su corta edad, los dos sentían un amor inusitado. Un amor profundo como el mar austral, más allá de lo humano. Celestial; casi sacro.
Las dos familias, las de Flor y Christian, se profesaban una gran amistad, fincada más en los convencionalismos sociales que en la sinceridad, y no podían entender lo que entre los adolescentes es tan entendible: el amor entre dos sensibles seres humanos, por lo que sus encuentros, eran clandestinos. El amor es solo para los adultos, decían ellos, no para los “chamacos”. Para ellos está vedado.
En innumerables ocasiones Christian intentó explicar a sus padres el amor que sentía en los más profundo de su ser por su amada Flor, pero los padres, de manera simplista y autoritaria, sin siquiera advertir el profundo amor en los ojos de su hijo, lo ignoraban diciéndole: -¿Cómo vas a estar enamorado, si ni siquiera eres mayor de edad? Y además, olvídate de “Florcita” porque ella es como tu hermana. Nosotros queremos mucho a su familia y no pensamos que debas tener una relación con ella-, le dijo su madre en representación de la familia. -Tienes que verla como a una hermana-, -pero mamá-, replicó Christian en tono lastimero, -cállate ya mocoso, que no entiendes que eres un chamaco que no sabe nada de la vida. Tienes que estudiar. Cuando crezcas y vivas más, verás que lo que te estamos diciendo es por tu bien,verdad viejo?- dijo la madre volteando a ver al padre de Christian, quien solo bajó la cabeza resignado sin pronunciar palabra. -Ya se te pasará la calentura que hoy sientes. Es que estás en la edad de "la punzada". Ya verás que tengo razón- finalizó la madre de Christian con las palabras lapidarias que retumbaron en los oídos del adolescente como estruendosos truenos en noche de tempestad. Como sepulcrales sonidos de muerte.
Flor, constantemente lloraba con amargura. Ella, ni siquiera podía tratar de explicarle a sus padres el gran amor que le profesaba a su querido Chistian. Nunca. Tenía prohibido siquiera pensar en amar a Christian. Es más, ni siquiera le permitían salir con nadie, mucho menos amar a Christian, al que consideraban como su hermano. Flor sufría y lloraba en silencio con un llanto reprimido que taladraba su alma y su corazón enamorado.
En suma, era un amor prohibido. Una relación impensable. Aquella tarde, los dos habían tomado una decisión: su amor sería eterno. Ni la muerte lo separaría. La tarde elegida para eternizar su amor, era gris, húmeda, nublada, preñada de melancolía. Era ideal para cumplir un pacto que habían jurado aquel día cuando abrieron sus puertas al amor, al deseo, a la pasión. Aquel día en que sus cuerpos se unieron en uno solo. Aquel día en que sus almas se fundieron en un solo ser y sus corazones latían al unísono. El día en que dieron rienda suelta al deseo e hicieron ambos el amor por primera vez. El hermoso día que supieron lo que era el amor coronado con el placer de la carne, que se inserta profundamente en la sangre y transporta a los jóvenes vírgenes y enamorados a recónditos espacios de placer desconocido. Esas cosas no las comprenden los adultos, solo los jóvenes pulcros, sin malicia.
Pero, los dos sabían que su amor, era imposible y que no había forma de hacer comprender a los padres de ambos, que se amaban y querían unirse para siempre. Por eso, la tarde elegida por los juveniles enamorados, la sangre corrió veloz como potro sin freno. Dos cuerpos se vaciaban de su sangre como el río se vacía en el mar y llega la sequía eterna, pues la lluvia ya no regresa para alimentarlo; como el agua se vacía de un cántaro cuando cae y se quiebra, expulsando al contenido del continente desquebrajado. El cortó las venas de su amada y ella cortó las de él. Una navaja de dos filos fue la puerta falsa que dio eternidad a su amor. Al derramarse la sangre de sus cuerpos y caer al suelo, sufrió una metamorfosis y se coonvirtió en roca, petrograbándose en la roca eterna, un corazón con los nombres de Flor, Chris se aman eternamente.
Los tres compenetrados, murieron lentamente, lánguidos con la mirada fija en sus ojos, transportándose al mundo espiritual donde todo es amor. Se unieron para siempre con el cosmos. ¿Los tres? Sí, los tres. Flor estaba embarazada con el fruto de su amor. Los tres viajaron juntos por el infinito. Hasta la eternidad misma. Sus padres y sus familiares lloraron desconsolados por siempre, sin siquiera entender la razón de su muerte, “sin sentido y descabellada”, dijeron ellos de manera simplista.
Flor, Christian y el fruto de su amor, se convirtieron en semidioses y transformaron sus cuerpos en tres hermosas estrellas que viven y brillan juntos en el firmamento. Unidos eternamente, los tres, allá nadie les prohíbe nada. Allá en el infinito, gozan de su libertad, sin límites; sin ataduras; sin... cadenas. Allá se aman a perpetuidad y el fruto de su amor los colma de felicidad.
Datos del Cuento
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.41
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