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ANANDA (Cuento)

Ananda
I

En medio de una oscura noche, y en medio de un bosque escondido, sólo la Luna alumbraba y una sombra acompañaba, el saltarín andar de un hombrecillo que, aunque no había nadie más que él en toda el paraje, temía... Sí. Temía.
Agotado el duende, se detuvo un momento a descansar sobre un tronco seco. Levantó sus ojillos y vio que la Luna le observaba.
- ¡¿Qué me miras?! - gritó, mostrando su rugoso rostro al centelleo de la Luna- ¡¿Es que acaso no tienes, a otro, a quién alumbrar?! ¡Bah! ¡Has lo que desees!
Cogió un pedazo de leño y lo lanzó, impotente, hacia el cielo.
- Ananda, de mí, no debes desconfiar... – respondió, tristemente, la Luna.
El enano se paró, y siguió su camino, saltando de piedra en piedra hasta escalar aquel montecillo cubierto por la humedad y por los verdes grumos y por las rojizas tierras. Cuando llegó a la cumbre, la impaciencia por su anhelo, latía en su pequeña cabeza... A la distancia divisó lo que buscaba... La Roca, el lugar en donde escondía todos sus secretos...
"Miii tesooroo..." - Se repetía una y otra vez, mientras sus ojos brillaban por su conmoción.
Avanzó temeroso y, cuando la tocó, se echó a lloriquear.
- ¿Por qué lloras? - le dijo la Roca.
- ¡OH! Señora, perdone mi debilidad y mi tardanza. Aquí le traigo un poco más que guardar y cuidar - respondió, mientras sacaba de su joroba, pedazos de piedra dorada, papeles escritos, y retazos de pieles de venados.
- ¿Eso es todo? – Inquirió la Roca.
- ¡OH! ¡OH! Señora, perdóneme, pero, aún nos queda algo de tiempo y de oscuridad para traerle algo más que conservar y esconder. Mi señora... ¿Desea algo en especial? – Preguntó Ananda, mientras forzaba una trémula sonrisa.
- Todo esto, hace mucho que lo tengo, pero, anhelo encontrar y tocar el corazón de un ser animado, y por qué no, el tuyo... - dijo la roca, mientras comenzaba a crecer ante la mirada aturdida del duende.
- Pero, pero, pero, mi, mi, mi... ¿Corazoónn? ¡Oh Señora! Mi corazón está muy viejo y muy seco, ya ni siquiera recuerda reír ni cantar... - respondió Ananda.
- ¿Por qué, pequeño? – Con mucha curiosidad le preguntó.
“Por qué, por qué, por qué, por qué.” - Se decía el duende, mientras caminaba de un rincón a otro, como buscando algo que hubiere extraviado... De pronto, se detuvo como si se hubiese encontrado con alguien que no deseaba ver nunca jamás; y lanzó un gritó ahogado:
- ¡Aghh! ¡Nooo! ...
Se tapó el rostro con sus manitas y lloró mudamente ante la conmoción de la Roca y la Luna; luego, se calmó y sin mirar a nadie, dijo:
- Escuchen mi triste historia:

“Yo tuve un dios amigo, y con él jugábamos por todos los lados.
Reíamos, saltábamos y juntos, los dos, llorábamos de tanta dicha.
Nuestras vidas eran una melodía y una verdad...
El amor era nuestro Sol y la Luna era nuestra verdad...
Los cielos nos amaban y nos cantaban sus frescas melodías,
y la naturaleza y los animales nos admiraban y envidiaban...
Hasta que un día, algo muy extraño le tocó,
y su alma se llenó de envidia y de dolor...
Hasta que un gris día me dejó. Por ello, odio al Sol y a la Luna.
Me escondo de todos, pues todo me recuerda aquel amor
Ahora no encuentro a nadie con quien jugar ni reír...
y aunque siempre está Ud. a mi lado, Señora,
sé que Ud. no es más que el producto de la magia,
y con ello, mi alma y soledad se consuelan...
Sí. No tengo corazón, pues mi dios amigo,
“el hombre”, me lo vació”

Ananda se paró, y en medio de la noche miró a su sombra y, luego, se dijo a sí mismo:
"Oh dios amigo. Oh hombre. Eres un dios tonto... Por ti, viviré en la magia de tus ensueños, y en la inocencia y en los sueños de tus niños, esperando que algún día, vuelvas a abrirme tu corazón, para llenar el mío de tu inmenso amor... "

II

Mientras Ananda bajaba del monte, ante la mirada triste de la Roca y la Luna, el duende retornaba a su refugio para ocultarse y descansar...
De pronto, el Sol comenzó a clarear como una espuma gigante, y cuando estaba por alumbrar aquel globo celeste, vio caminar a una lucecilla extraña, y sintió un respingo en su interior que le hizo chispear un graznido en unos de sus lacerantes rayos...
- ¡OH! - Dijo el Sol - ¿Quién es aquel pequeño dios que se esconde con trémulo frenesí de mis encantos?
La noche que ya se arrastraba como espuma de mar, que va y vuelve a regresar, le dijo:
- ¿Por qué, hermano Sol, deseas aquello que no puedes alumbrar? ¿Es que acaso no ves aquello que existe tan solo en los sueños y ensueños de los dioses?
El Sol volteó a alumbrar quién era aquél que le hablaba y se ocultaba ante su presencia... y, a nadie encontró ni iluminó. Preocupado, y ya casi a lo lejos, encontró a su hermana y le dijo:
- Dime hermana Luna: ¿Habrá alguien que aún no haya probado la imagen de su imagen, que es aquello del cual "Yo" soy su más leal servidor?.
La Luna que ya estaba por marcharse, sabía, muy bien, de quién hablaba el Sol, pues de amores y silencios ya todo lo sabía.
- Pues, como todos nosotros - dijo la Luna -, los hijos amados de aquél que no sé quién es, pero sé que es; te digo hermano Sol que, no preguntes a una como yo, que de secretos me alimento, y de conjuros me atesoro... Mas, por fraternidad y bondad, te aconsejo que hables con la gran montaña, quien quizá pueda no decirte nada, pero en su pétrea mudez encontrarás todas las respuestas.
El Sol que brillaba aún con más fuerza, vio a la gran montaña y, aún dudoso, comenzó a pensar:
"¿Qué me puede decir alguien que su vida, es la no-vida de los demás?"
Mas la Roca que sentía atentamente los pasos y movimientos de cada partícula que en él se posaban; le dijo al Sol:
- Sé lo que piensas, y lo que no sabes pronunciar. Es de Ananda, el pequeño dios de quien tu entender no encuentra sosiego. Sé por qué estas inquieto; él no es uno de nosotros, pues él, aunque vive del ensueño y los sueños de los dioses, tiene una gran pasión por uno de nuestros hijos... ¡Sí! Él es amante del color dorado, pero, también de la piedra dorada, por eso es que en nosotros busca tu imagen... Ama tan sólo lo que puede tocar, tal como le enseño su desgraciado dios amigo, que le partió su corazón, por ello se le hizo su dueño y tan solo le habla a través de ensueños, y a través del aire y los cielos... Recuerda el arco de tus flechas, que tú, le llamaste "Iris", allí, él le guarda sus tesoros a su amigo dios... Mas no lo busques, pues de donde él vive, tu, jamás podrás brillar.
El Sol, no le entendió bien, pues su soberbia le tapó todas sus orejas. Agotado en su entender, observó el despertar de los dioses y muy contento y con gran placer les ofreció sus doradas bendiciones...
- Buenos días, dioses... - dijo el Sol.
Pero éllos, aunque despertaban de sus sueños, aún dormían despiertos en su ciega oscuridad... Tan sólo sus hijos, los niños, reían alegremente de aquel hermoso regalo, y corrieron a donde su madre, diciéndole:
- ¡Madre! Que lindo Sol... He tenido un lindo sueño.
- Sí, mi amor... – respondió la madre.
- Soñé nuevamente con mi amigo, el duende Ananda...


Joe 5/11/03
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 5266
  • Fecha: 13-11-2003
  • Categoría: Metáforas
  • Media: 5.24
  • Votos: 74
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3983
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