Tu juventud extrema inmiscuida en la adultés no permite a tu intuición ver mis brazos extendidos hacia ti. Las yemas de mis dedos diminutos se esfuerzan por sacar de tus mejillas envueltas en la tersura que te dan tus 15 años, el líquido salobre que resbala de tus ojos claros; color que había yo heredado.
Te ves tan poquito mayor que mi pequeñez en ese berrinche que has armado, deja ya de lanzar las cosas, de zarandear a ese hombre de uniforme blanco, de insultar al resto del personal. Nadie ha descuidado a tu bebé. No es culpa de ninguno de los que viven ni de los que nó el enredo del cordón umbilical en torno a mi cuello, fue la lucha por decidir mi lugar de permanencia y nada más; no me es suficiente tus ansias de acunarme para emprender el éxodo a tu hábitat complicado.
Mira arriba, etéreo intento consolar tu dolor, quiero mostrarte el no espacio que hay acá a la problemática de tu mundo; y estoy sonriendo a lo justo por permitirme no salir de aquí, de donde no hay fuerza de gravedad que nos aplaste la alegría o nos subordine a reglamentos arbitrarios al feliz pasar; acá todo es suavidad y transparencia, no hay espacio para lo doloso o retorcido, aquí amamos y sólo amamos de verdad.
Crees niña mujer que por haber dado el sí junto a tu amado, frente a las dos leyes que te imponen, te ganas el derecho a sorberme de mi medio limpio, sin considerar mi voluntad de permanencia. Quieres, lo sé muy bien, darme el amor grande del cual tú siempre has adolecido; pero ven acá, aquí podremos correspondernos sin el tedio de las obligaciones, sin modales que aprender, sin causas por la cual luchar.
Ya han llegado a buscarte, te llevan de vuelta a casa; - ¡ya está recuperada! -, opina tu doctor; apenas te das cuenta, mas bien no te interesa; ¡sonríe niña adulta, me conmueve tu dolor!
Desde este espacio, el cual tú no puedes ver, te he acompañado los seis meses que llevas de regreso; hoy día, como todos los demás, estoy contigo en tu recorrido por esta habitación, la que iba a ser la mía; como siempre, lo haces con parsimonia, con mutismo, con dolor. Allá atrás está mirando tu familia: el que iba a ser mi padre, su madre y la progenitora tuya; los tres comentan a hurtadillas:
- La afectó más de lo normal.
- Habrá que llevarla a un psicólogo.
- Lo mejor para ella será internarla en una clínica de salud mental.
Ha transcurrido en esta clínica apenas quince días. Hoy han venido a visitarte y se sienten muy felices; otra vez eres la de antes: tu conversación dicharachera, tu risa luminosa, el ingenio de tus ideas los ha terminado por convencer, te llevarán de regreso a casa, ¡ya te has recuperado!
Agradecen la pericia de los médicos; pero ignoran lo sucedido, aún no se enteran de lo que está pasando, no saben que pudimos contactarnos, ni de nuestra cita, o de nuestro acuerdo: “apenas en un puñadito de meses mas tendrás a quien acunar”. Esta vez será una nena, tendrá tu sonrisa luminosa; y también heredará tus ojos claros; ella ha decidido emprender el viaje hacia tu mundo; mientras tanto, ya lo sabes... yo te espero aquí; ¡hasta otro tiempo mamá!.