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“AVIENTEME A UN MONTE Y DEJENME MORIR”

I

Es posible que esté delirando. Los motores rasgan mis entrañas, me obligan a buscar placer en el silencio; mi eterno enemigo. Un relámpago anuncia la agonía de mi existencia. Un perro está subiendo a un autobús, la multitud lo tranquiliza, las terribles vibraciones sacuden su conciencia, se prepara a olvidar.
El humo que corría por el cielo se disipa y golpea sus desorbitadas pupilas. Ya no está en la iglesia. Su cuerpo presenta alteraciones monstruosas, mágicas, perturbadoras. Ya no está en los techos, ya no se masturba en un lugar cálido e inexpugnable. Está desnudo frente a un espejo, llora y escapa hacia un laberinto. Nuevamente sus patas sangran, escupe todo aquello que lo hizo feliz durante doce años.

Su mierda se asemeja mucho a sus sueños. ¿Por qué?

Ayer soñábamos que íbamos a estar juntos bajo la lluvia amarillenta y triste. Hoy, estamos en un baldío, me ha robado mi pasado, lo ha devorado como a una rata azul que se desplaza por mi pene; el roedor ríe, y busca un lugar para procrearse. Ese lugar es mi tumba.

Yo deseaba caer sobre laureles, tocado por una luz imperceptible, gloriosa y eterna.

Un automóvil me ha despertado: estoy frente a un televisor tomando cerveza y escupiendo delirios, recuerdos trágicos e imágenes estúpidas. ¡Por favor alguien dígame que estoy haciendo!

II

El día 31 de Agosto del 2003 vendí mi alma al diablo; así lo hizo Robert Jonson hace mucho tiempo. Me respondió con una ventisca y una lluvia colérica y verde sobre mi tejado. No he visto los resultados del pacto.
Mi autobiografía está escrita: las primeras luces, obsesiones, deseos. El incesto que soñé hace seis años es demasiado denigrante para un futuro ídolo; por lo tanto, se borró. Todas mis obras (inclusive las no existentes) forman parte de la conciencia colectiva de la humanidad. No morí de sobre dosis; pero el repertorio de las veladas y fantasías siempre fueron noches consagradas al exceso: alcohol, sexo, amor, perfumes, risas, lágrimas plateadas, estupidez.

Sade se persignaría al conocer nuestro trabajo. Lautréamont se sonroja ante la puerilidad de su imaginación, y Don Luis oculta su cabeza para llorar.
Así serán las cosas dentro de setenta años. Sin embargo, en el presente trato de escapar.
¿De que? ¿Por qué?
Es fácil responder. Tengo miedo. ¡Que nadie lo escuche! Nadie debe saberlo.
Mi cuerpo seduce, mata, transporta. Todos los días el oso se refugia en las luces artificiales que se derraman sobre el pavimento. Los motores, murmullos y el silencio escupen mi soledad.

¿Sabes a lo que me refiero? ¿O no?
Tu genio, tu futuro faro de la cultura universal.

- Sí, sí. Mira, no tienes de que quejarte. Tienes mucho que dar, debes descubrir; es necesario que te conozcas a ti mismo.

El profesor ha hablado. Su sagrada y límpida saliva cae sobre el pavimento. Mañana estará seca por los rayos del sol, o, terminará siendo arrastrada por la furia de un río inconsciente y absurdo.

III

Mi brazo está cansado. Mi vejiga grita: ¡Orina, orina puta mierda o te chingas!
He olvidado todo. Mis paseos en bicicleta, las competencia de trompo, la sonrisa de mi abuela al verme vomitar, la carcajada de los amigos borrachos, las caricias en mi pene, boca, uñas y piernas. Díganme que ha pasado con la vida que tuve hace cinco años, hace doce, haces setenta y ocho. ¿Qué paso con la vida que viví hace sesenta y tres horas?

¡No me queda nada! Sola hay dos manchas que atestiguan mi existencia: Mi conciencia y mis sueños. La primera está drogada y descansa sobre un pedestal inmundo: la piedad. La segunda nace y muere cada cinco minutos.

Nuevamente les pregunto futuros genios: ¿Saben a lo que me refiero?
-¡Bravo! ¡Respuesta correcta!
-¡Falso! ¡Mentiroso hijo de puta!

Tu tormento está en la amnesia voluntaria que eyaculas: En la TV., la música genial, los grandes momentos, la triste agonía, el deseo de ser original, la mierda que pulula sobre el pavimento todas las mañanas, tardes y noches; los amigos, el alcohol, tabaco, coca-cola y los escupitajos que contemplas como plastas gloriosas sobre tu perpetuo devenir.

¡El diablo no ha cumplido! Dios aun me ama, acepto su enigmática, gloriosa y absurda presencia. Y, sin embargo; Diosito, no la comprendes.
-¡Dime tu geniecito de catorce, veintidós y ochenta y nueve años:
¿Qué puedo hacer para vivir y seguir siendo eterrrrrrrno?

IV

Esta es la parte incoherente:
Hace cinco meses miles de bombas caían sobre Irak. Yo estaba masturbándome viendo el televisor y pensado en la chiquita chichona que deambula por los pasillos; la leche brota de sus enormes senos. O bien, reía al recordar mis sagrados anhelos. Leía instrucciones para hacer una sopa instantánea; o,o,o; ¿Qué hacia?
Los punks destilaban violencia, los darks buscaban una salida digna de este mundo absurdo. Los rastas se drogaban y los hippies decían: “amor y paz, no más muertes”.
Todos esquivaron a la vagabunda tuerta que les ofrecía un escapulario, o sonreían cuando la puta leprosa les dijo: “en este culo hasta la mano de Dios gemiría”.

No lo recuerdo.

¿Qué puede hacer alguien que conoce el final del sufrimiento? La guerra es inherente al ser humano, la droga y la excitación están por encima de nuestra compresión.

- Antes de que digas algo, recuerda: Puedes vivir pensando; pero la vida no es pensamiento, no es filosofía; es vida, es olvido, es ruego; es, es. ¡Sí, eso es! Eso es.

Soy una inmensa mierda que no es capaz de comprender el genocidio. Mi mirada esquiva el más mínimo sufrimiento: los infantes que piden limosna, los ciegos que pelean contra multitudes despiertas, etc. ¡Ya lo he dicho! Enciendo la TV. Y olvido.
No puedo contar una historia, no puedo crear una. No se como puedo escapar de mi inmunda y afortunada existencia.

¡ Esto no es una confesión (y si lo es, dímelo cuando este dormido). Es el baile de un trompo que arrastra todo y lo expulsa al mismo tiempo. Soy una mierda por que existo. Corrí por las calles a media noche para buscar alcohol, para olvidar. O más bien “para reafirmar mi existencia de forma involuntaria”.

Ya lo has dicho bajo la luz del sol: ¡Quiero ser eterno!
No me quieran engañar geniecitos. Los que estamos despiertos aceptamos morir; rechazamos nuestra existencia.

¿Qué es esto? Respondan geniecitos, respondan. Suelten sus libros, miren caer sus ojos en las cenizas y respondan.

-……………
Datos del Cuento
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