Desde hace un tiempo mi santa esposa está entusiasmada con el "super" que han instalado a unos ciento cincuenta metros de casa. No se cansa de ponderar a propios y extraños las ventajas de ese nuevo centro de ventas. Se desplaza a él, adquiere los productos que le interesan, los pasa por caja, y después de pagar encarga que se los lleven a casa. ¡El colmo de la comodidad!
Mi santa esposa lleva unos días constipada. Hoy parece que ha mejorado lo suficiente para hacer por casa vida normal, pero no lo bastante restablecida para salir a la calle.
Esta mañana, acicalado, desayunado y listo para emprender mi hacer matutino, me dispongo a salir para la oficina. Al despedirme de mi santa esposa, que se halla repantigada en un confortable sillón leyendo "La vida arrebatada", de Lidia Falcón, que yo le he aconsejado, con su habitual tono imperativo, me dice:
-Tienes que ir al "super" a comprar. Te he hecho una lista.
Y diligente se levanta, va a buscar la lista, y me invita a que la acompañe a la dispensa, en donde me enseña la envolvente de cada producto encargado para que no hierre en lo que desea.
Yo, sin decir palabra, la sigo en el ilustrativo peregrinar entre los diversos productos, para imbuirme bien de los dibujos, marcas y colores de cada envolvente, a fin de que al recibo del encarga no tenga que sufrir la ira de mi santa esposa por culpa de alguna ominosa confusión. Entretanto, voy pensando que no me supone ninguna molestia el seleccionar y pagar dentro del recinto del "super" el contenido de la lista, y luego pedirle que lo lleven a casa dándoles la dirección de mi domicilio, tal como mi santa esposa viene repitiendo con machacona insistencia y gozosa satisfacción que ella lo hace cada vez que compra en ese servicial "super".
Con la lista y dinero que me da para pagar, me apresto a cumplir con el encargo. Pero, al trasponer la puerta para cumplir el recado, con talante sorprendido me dice
-Pero ¿es qué no te llevas el carro? -se refiere al carrito de la compra.
-¿Para qué? -le contesto yo, más sorprendido que ella, por su pregunta-. ¿No dices que ese "super" se distingue de los demás por llevar los pedidos a domicilio?
-Sí. Pero cuando lleguen tendré que levantarme del sillón...
Y con la cerviz baja, la rabia contenida, y el espíritu encrespado, sin oponer más objeciones, he recogido el carro, y sumisamente he cumplido diligentemente el encargo de mi santa y adorada esposa.
Dice Voltaire: la pasión nos hace osados; el amor nos hace tímidos.
En mi caso, por las muestras, debe ser bien cierto el aserto de Voltaire...
Voltaire, en el Canto VI de "La doncella de Orléans", escribe: "...si la voluptuosidad nos hace ser atrevidos, el amor nos vuelve tímidos" Por mi cuenta, añado: En el ser humano, el peor enemigo de la verdad es su memoria. Por eso, al llegar a casa, fui directamente a la biblioteca, cogí el anterior tomo y pude comprobar el error de la cita, que aquí corrijo. ("Acendrado amor de mi santa esposa")