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Agonía mágica

Magia, un concepto cuyo significado ha sido difamado, despreciado, vilipendiado y casi prostituido con el transcurso de los siglos. Antiguamente, cuando el Hombre era más simple y aún no había nacido la creencia en la divina racionalidad, la Magia campaba por doquier, cómoda, en paz con el resto de las fuerzas naturales. Era querida, respetada e incluso temida, pero nunca nadie dudó de su existencia. ¿Tendría sentido acaso cuestionar la certeza de los árboles que pueblan nuestros maltratados bosques, de los pájaros que alegran la mañana con sus trinos, del viento que domina con su voz el firmamento? No, en absoluto; cualquier teoría que negara su presencia, que considerara tales elementos, u otros similares, como ficticios, sería rápidamente tachada de insensata e infundada.

¿Por qué, pues, el Hombre contemporáneo se niega a aceptar algo tan cotidiano como la Magia? ¿Miedo quizás? Tal vez. Seguramente miles de voces se alzarán, tras leer el anterior renglón, proclamando que la Magia, aún aceptando su existencia, no puede calificarse de cotidiana. Se equivocan, la Magia nos rodea, nadamos en ella, vivimos gracias a ella, pero vuestra racional ceguera os niega su visión, su disfrute. ¿Qué hay más mágico que el amor verdadero que hace que los seres humanos consigáis cotas más allá de vuestras posibilidades? ¿Qué hay más mágico que el cariño que puede unir a una pareja más allá de la muerte, que la llegada al mundo de un pequeño bebé, que la sonrisa de un niño, que un beso apasionado? ¿Puede acaso la razón explicar ese sentimiento que llena vuestra alma cuando finalmente conseguís la atención de la persona amada? ¿Es posible encontrar la ecuación por la que una mujer puede enamorarse de un hombre, o viceversa?

Pero, no nos equivoquemos, la Magia no es sólo amor o sentimientos positivos, es otras muchas cosas, mundanas muchas veces, espectaculares otras y crueles las más. La Magia, en definitiva, es causa y consecuencia, está tan intrínsecamente ligada a la Humanidad que, quien conoce a ambas, no sabe distinguir donde empieza una y donde acaba la otra. Pero, al igual que vosotros, aún sin saberlo, necesitáis de lo inexplicable, de lo irracional; la Magia necesita de vosotros. Como ya he dicho, la existencia de lo uno sin lo otro es imposible, inviable, y vuestro desprecio hacia esa fuerza que nos rodea nos está conduciendo hacia la perdición.

El reino del pensamiento es el reino del olvido, de la desidia, el aburrimiento, la monotonía... Y de seguir por el camino que parecéis haberos marcado, os dirigís inminentemente hacia él: Estrés, neurosis, locura... Síntomas de vuestra grave enfermedad. Al negar a vuestra protectora os estáis negando a vosotros mismos. Pero ella, ella también está sufriendo mucho, muchísimo, su poder es cada vez más débil, más imperceptible. Antes, cuándo el Hombre vivía en paz con su entorno, la simbiosis era perfecta y la Magia rebosaba poder y energía. Era la época de los grandes Magos, de aquellos seres dotados especialmente que podían moldear la realidad a su antojo. En aquellos tiempos incluso las existencias más ínfimas, las más sencillas, eran capaces de realizar prodigios inexplicables bajo estados de presión o de sentimientos profundos.

Siempre recordaré a Fernando, un sencillo campesino que habitaba en el centro de la Península Ibérica hace mucho, mucho tiempo. Era un hombre limitado, sin grandes pensamientos, sin grandes proyectos. Se conformaba con disfrutar del día a día de la vida, de las cosas sencillas: El campo, sus cultivos, sus hijas, su mujer. Ese poker de ases lo era todo para él y, diariamente, daba gracias por haber vivido una nueva jornada de su sencilla existencia.

Cierto día encontrabame yo recogiendo muestras de una extraña clase de flor que había descubierto hacía poco, cuando lo vi volver, a la hora acostumbrada, del cuidado de sus cultivos. Era casi de noche, una noche que se presentaba clara y despejada. Miles de estrellas comenzaban a insinuarse en el firmamento y una suave brisa esparcía por doquier el olor a la recién llegada primavera.

-"¡Hola Fernando!", saludé,

-"¿Cómo se presenta la cosecha esta temporada?".

-"Fabulosa, maestro, realmente fabulosa".

Sin mediar más palabra, el fornido campesino continuó caminando, azadón en hombro, hacia su morada. Yo seguí recogiendo flores. Habían transcurrido un par o tres de minutos cuando súbitamente escuché un tremendo alarido. Al principio asocié el grito a alguna bestia malherida, un lobo quizás, pero no, sonó demasiado humano.

-¡Fernando!

Sin perder tiempo dejé mi hoz y mi bolsa en el suelo y eché a correr hacia la casa de mi joven amigo. En pocos segundos alcancé mi objetivo (en aquellos tiempos mi cuerpo se encontraba lleno de energía). La escena que presencié era escalofriante. El campesino se encontraba de pie, inmóvil, paralizado por el horror. Ante él, la choza que los había acogido a él y su familia durante casi cinco años era consumida vorazmente por una amenazadoras llamas. Entonces, un llanto. ¡Oh no, su familia se encontraba atrapada en ese infierno! Presto me dispuse a lanzar un hechizo que aplacara el fuego, pero no tuve tiempo. Sorprendido, observé como Fernando corría desesperado hacia la perdición. Ni siquiera pude intentar detenerlo, en décimas de segundo desapareció entre la destrucción roja y amarilla. "Todo ha terminado", pensé mientras conjuraba a las fuerzas del viento y la lluvia en un intento que consideré vano de ayudar a aquella familia.

Lo que presencié a continuación, sin poder terminar mi invocación, sobrepasa toda descripción que pueda hacerse con palabras. De entre las llamas surgió un príncipe, un rey, una criatura de poder que un día había sido un sencillo campesino. Era Fernando. Caminaba decidido e inmutable. Su rostro permanecía impasible pero lleno de rabia y pasión a la vez. En su hombro derecho transportaba a su mujer, que colgaba desmayada, sin conocimiento; en el izquierdo, a su hija mediana, en situación similar; y a cada lado de su amplio torso sus hijas pequeñas se agarraban fuertemente. Las ropas de mi amigo estaban completamente chamuscadas, dejando al descubierto sus poderosos músculos fruto de muchas horas de trabajo, que ahora lucían señoriales, inmunes al dolor.

Tras él las fuerzas del mal renegaban en su contra, impotentes, desesperadas por la derrota a la que habían sido sometidas por un hombre sencillo, sin grandes pensamientos, sin grandes proyectos. El tiempo se paralizó durante un momento y todas las criaturas del Universo contemplaron respetuosamente aquel héroe, reverenciándolo y admirándolo.

Cuando estuvo ya lejos de todo peligro, el campesino se agachó y posó cuidadosamente en el suelo a todos los miembros de su familia. Su mujer volvió en sí y lo abrazó con amor y agradecimiento, y así lo hicieron también sus hijas, que lloraban aún asustadas.

Nunca ninguno de mis hechizos ha podido superar la Magia de aquel antiguo amigo, pues la misma nació de la fuerza del amor verdadero. Los incrédulos calificarían su hazaña de suerte, o incluso intentarían explicar racionalmente el suceso, calculando las probabilidades matemáticas de que cinco personas resulten prácticamente ilesas tras permanecer en un infierno de llamas, brasas y maderas calcinadas. ¡Paparruchas! Eso fue magia, nada más. ¿Cómo sino pudo Fernando encontrar, cargar y salvar a su familia en apenas diez segundos? Sí, eso fue una de las múltiples manifestaciones de la Magia, la Magia, la malherida y agonizante Magia, junto a la cual mi existencia se extingue poco a poco.

Como bien podrás haber ya imaginado, despierto lector, yo fui uno de esos grandes magos de los que hablaba hace un rato. Lo fui durante largas eras, pues mi existencia se remonta prácticamente al principio de los tiempos, cuando los primeros sucedáneos de vida comenzaban a poblar la Tierra. Por supuesto no soy humano, aunque adopte la forma de uno de vuestros congéneres por comodidad básicamente. Soy un ser de energía, creado espontáneamente a partir de procesos mágicos que escapan incluso a mi entendimiento.

Al principio mis hermanos y hermanas eran muchos y poderosos, pero, pese a nuestro vínculo de sangre, pronto estuvimos divididos en dos bandos: Los radicales y los contemplativos.

Los primeros promulgaban el dominio de nuestra raza sobre el Hombre, criatura inferior y menos dotada, de apariencia repugnante y costumbres molestas, la cual debía ser exterminada sin más tardar.

Los segundos, entre los cuales me encuentro, estábamos a favor de la coexistencia pacífica e intentábamos no interferir en la vida de aquella extraña criatura que pronto se autodenominó ser humano. Como nuestro nombre indica, nos limitábamos simplemente a mirar, a observar, sólo actuando cuando nuestros hermanos radicales se lanzaban a una de sus salvajes masacres. Siempre fuimos más, así que contenerles no fue nunca difícil. No obstante, como descubrimos con el tiempo, la raza humana no necesitaba ninguna protección, pues no hay en todo el Universo criatura más engreída, egocéntrica y cabezota que vosotros. Vuestro infinito sentido de la supervivencia fue destruyendo poco a poco a mis hermanos y hermanas del otro bando, que fueron cayendo bajo el fragor de vuestras primitivas armas.

Finalmente ninguno de ellos pobló ya la Tierra, sólo los contemplativos permanecimos, coexistiendo pacíficamente, como era nuestro deseo. La tranquilidad duró varios siglos, pero apareció entonces la Razón, y fuisteis renegando lentamente de la Magia. Al principio no le dimos importancia al tema, pues creíamos que la relación Magia-Hombre era débil, prácticamente inexistente, pero pronto mis hermanos comenzaron a caer enfermos y a morir, cuales moscas. Asociamos entonces ideas y nos dimos cuenta de lo grave de la situación, pero, siguiendo nuestras más íntimas creencias, decidimos no interferir, decidimos que la Naturaleza siguiera su curso. Nos equivocamos.

Ahora ya sólo quedo yo, débil y cansado, incapaz de realizar ningún hechizo, muriendo junto a la Magia. Cuando yo deje de existir la Magia desaparecerá conmigo, pues yo y mis hermanos, somos (éramos), en cierto sentido, su recipiente, mientras que vosotros, los humanos, sois (erais) su fuente de poder. Sin poder y sin recipiente, la Magia morirá, y el Hombre, el cabezota y egocéntrico Hombre, permanecerá solo en el Universo, triunfante pero abandonado, condenado a una racional existencia de aburrimiento sin fin.

Pese a todo, no pierdo la esperanza, pues si aún no he sido consumido por el olvido es simplemente porque quedan humanos que creen abiertamente en la Magia, aunque no le apliquen ese nombre. Son pocos, muy pocos, cada vez menos, pero luchan con todas sus fuerzas, aún sin saberlo, por mantener con vida a mi agonizante progenitora. Gracias a ellos sigo aquí, expectante aún, y en ellos confío, como un ciego en su lazarillo, para que me libren de esta negra oscuridad.

La Magia existe, tenlo por seguro, pero quizás esta realidad cambie en poco tiempo.

¿Crees en la Magia? Espero que sí.
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1 comentarios. Página 1 de 1
MONICA
invitado-MONICA 31-12-2002 00:00:00

Yo definitivamente tambien creo en la magia.es por eso que realmente me alegra que alguien se haya tomado un el tiempo necesario para escribir sobre ella. La magia es la que le da un verdadero sentido a la vida, esta vida que se vuelve cada vez màs monotona y vacia, ya que nosotros mismos la vamos encaminando a ese destino,aunque no somos totalmente culpables solo es cuestion de apreciar el verdadero valor y gratificacion que nos brindan las cosas simples.

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