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Aimé, el pequeño polizón

Aimé estaba cansado de sus padres. ¡Se pasaban el día entero diciéndole lo que tenía que hacer! Y Aimé estaba aburrido de oír siempre la misma cantinela. 
Aimé, arriba, hora de levantarse.

- Date prisa, Aimé, que llegas tarde al colegio.
- Cómetelo todo, Aimé, y no dejes nada en el plato.
- Aimé, lávate lo dientes.
- Aimé, a la ducha, y frótate bien con la esponja
- Aimé, recoge tu cuarto.

Y así, día tras día. Y esto es solo una muestra. 

Aimé, que veía el puerto desde su ventana, soñaba con viajar en un gran barco y surcar los mares, nadar con los delfines y convertirse en pirata. 

- Aimé, deja de mirar por la ventana y haz los deberes. - le decía su madre siempre que lo veía mirar por la ventana. 

Un día, al puerto llegó un barco pirata como los que salen en las películas. Aimé no se lo podía creer, y salió corriendo a verlo.

- ¡Aimé, vuelve aquí! ¡Todavía te quedan cosas por hacer!

Aimé se hizo el sordo, salió de casa y no paró de correr hasta llegar al barco. Y cuando lo tuvo delante se quedó mirándolo, embobado, hasta que llegó su padre y se lo llevó a casa.

Ese día, Aimé soñó que se colaba como polizón en las bodegas y vivía grandes aventuras. 

A la mañana siguiente, Aimé se levantó sin que le despertaran y preparó su mochila con ropa y sus más preciadas pertenencias. Se iba a colar en el barco de polizón, lo tenía decidido. Y así lo hizo.

Pero cuando lo encontraron los marineros, ya en alta mar, se disgustaron mucho.

- ¿Qué haces aquí, muchacho? Esto no es lugar para un niño como tú.
- Me he escapado de casa. Estoy harto de hacer todo el día lo que me dicen mis padres. Son unos plastas.

En ese momento, llegó el capitán, un tipo duro con cara de pocos amigos.

- ¿Con que esas tenemos, eh? Ahora verás lo que es obedecer. Aquí no viajan vagos. Desde hoy, fregarás la cubierta y te encargarás de limpiar los camarotes. Y no comerás hasta que hayas terminado.
- Pero yo solo quería ver el mar, nadar con los delfines, conocer el mundo, hacer de pirata…. -dijo Aimé, sollozando.
- ¿Pirata? Esto no es un barco pirata, aunque lo parezca. Solo somos una compañía de teatro ambulante. Y esta vez nos has pillado en un viaje largo, porque estamos atravesando el océano Atlántico. Estaremos en alta mar varias semanas.
- ¡Quiero volver a casa! -gritó Aimé.
- Pues chico... no te queda nada. No creo que volvamos por allí en años. Te lo tenías que haber pensado antes. No te va a quedar otra que trabajar muy duro.

Aimé se pasó tres años enteros fregando y limpiando el barco, pensando en todo lo que había dejado atrás. No vio delfines, ni pudo bañarse en alta mar. Y tenía que trabajar mucho para poder comer.

Y lo peor de todo, tuvo que acostarse todos las noches sin el beso de sus papás. 
Cuando por fin regresó a casa, sus padres lo recibieron con los brazos abiertos.

- Lo siento -fue lo único que pudo decir.

Ya nadie tuvo que decirle que se levantara pronto, que se diera prisa, que se ocupara de sus cosas, que se lavara los dientes o que se lo comiera todo porque Aimé se había hecho muy responsable en todo ese tiempo lejos de casa. 
Y por fin, después de mucho tiempo, Aimé pudo volver a dormir tranquilo, arropado por los besos de sus papás.

Datos del Cuento
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