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Alex O'Conneil, la última batalla

Hace mucho tiempo, en el Egipto de los Faraones, vivió un cortesano llamado Senerfei.
Este hombre, famoso por la impiedad de su corazón y por sus constantes y oscuras intrigas, sembró el miedo por toda la corte, hasta que un día el Faraón, queriendo librarse de él, lo mandó ejecutar.

Sumido en la desquiciante penumbra del Inframundo, Senerfei deseó regresar a la Tierra, pero no para vengarse, sino simplemente porque no quería estar allí para siempre.
Después de conocer cuáles eran los moradores más poderosos del reino, los persuadió durante largo tiempo para que se sublevaran hasta que, al fin, logró su propósito.
Fue tan poderosa y brutal la acción de los rebeldes que ni Anubis ni su legión de guardianes pudieron hacer nada para aplastar la insurrección. Pero cuando ya se disponían a cruzar las puertas del reino, el último de los carceleros, haciendo un desesperado esfuerzo por someterlos, bloqueó la entrada.

Aquello llenó de pánico a los rebeldes. Encerrados para siempre en el último momento, cuando casi eran libres..... De pronto tuvieron una idea.....
Pensaron que si todos, al mismo tiempo, dirigían todas sus emociones y su energía contra un punto fijo de aquella inexpugnable frontera, quizás pudiesen fracturarla.
No esperaron para probarlo. Lo intentaron una y otra vez, y lo volvieron a intentar, pero la muralla no cedía. Apremiados por la recuperación de Anubis y sus guardianes, lo volvieron a intentar, con más ganas que ninguna otra vez.
Ante sus atónitos ojos, la oscura frontera comenzó lentamente a resquebrajarse hasta que un agujero lo suficientemente grande para que pasaran varias personas se hubo formado.
Entonces huyeron.

Viendo esto, Isis y Osiris bajaron del cielo y se enfrentaron a los espíritus oscuros. La batalla, cruenta y terrible, duró siete días, tras la cual, los fugitivos fueron enviados de nuevo al Inframundo. Pero esta vez, para que no volviera a haber más sublevaciones, a la región más remota y oscura. Respecto a la nueva puerta creada, Osiris la conservó, pero creó un mecanismo para que sólo pudiera abrirse desde fuera. Este mecanismo consistía en una estatua de un hombre con las manos formando un cuenco, y un escarabajo de oro, objeto que velaría él mismo y al que ni siquiera Anubis podría acceder.

Fueron pasando los años y después de varios siglos en el poder, la dinastía del Faraón que había tenido a Senerfei en su corte llegó a su final. Poco tiempo después de subir al trono, el soberano de la nueva dinastía ordenó edificar en Edfú un fastuoso templo en honor de los dioses. Cuando las obras acabaron, el Faraón pidió un deseo para sus adentros, creyendo que aquéllos, complacidos por su regalo, se lo concederían. El deseo era que su hermano, condenado al castigo eterno por haber participado pasivamente en unas fechorías que causaron varias muertes, volviera a la vida.
Osiris aceptó la petición y apareciéndose al Faraón en sueños, le entregó el escarabajo dorado. Sin embargo, el monarca murió poco después en una tormenta de arena mientras se dirigía a la gran puerta y el escarabajo se perdió en la inmensidad del desierto.


* * *


Poco antes de que los Med-Jais reales irrumpieran en Hamunaptra, el sacerdote Imhotep, conocedor de la historia del escarabajo, envió a uno de los suyos a buscar el preciado objeto, para así, si alguna vez era derrotado por sus enemigos y enviado al Inframundo, pudiera volver a la Tierra.
Durante dos años, el sacerdote recorrió la tierra de Egipto buscando la legendaria llave, hasta que, finalmente, la halló por casualidad bajo las acogedoras palmeras de un pequeño oasis. Entonces, sabiendo que si permanecía allí tarde o temprano acabaría siendo capturado, huyó lejos, a Oriente.
A través de los siglos, el escarabajo dorado fue pasando de generación en generación hasta que, diez años después de que Rick O'Conneil e Imhotep se enfrentaran por última vez en la pirámide de Am Sher, llegó la hora de abrir la puerta.


Era de noche, y esa vez como tantas otras, la lluvia empapaba sin piedad las bulliciosas calles londinenses. En casa de los O'Conneil, recostado sobre el sofá del salón, el joven Alex leía con devoción una novela de aventuras, mientras de fondo escuchaba el chisporrotear de las gotas de lluvia contra las ventanas. De pronto sonó el timbre de la puerta.
Preguntándose quién podía llamar a esas horas, se levantó y fue a abrir.
Un hombre, ataviado con una oscura túnica que casi lo cubría por completo, aguardaba de pie junto a la puerta. Antes de que el muchacho pudiese decir nada, el misterioso visitante dijo ser un enviado de Ardeth Bay, antiguo lider de los Med-Jais, y a continuación preguntó si Rick O'Conneil estaba en casa. Alex dijo que no, que sólo estaban él y su tío Jonathan, pues sus padres se habían marchado de vacaciones hacía quince días.
El emisario mostró su decepción, pero enseguida rectificó diciendo que serían ellos los que les ayudarían.
Alex, intrigado por todo aquello, invitó al hombre a entrar.

Después de tomar una taza de té, el muchacho y su tío escucharon con atención lo que el enviado de Bay tenía que contarles: algo sobre un tal Senerfei, un escarabajo de oro creado por los dioses y que abría la puerta del Inframundo, un sacerdote de Imhotep que huyó de los Med-Jais y encontró ese escarabajo.....
Cuando hubo acabado, miraron al vacío con gesto angustiado, como recordando viejos tiempos.
Al día siguiente tomaron un avión con destino a El Cairo donde, poco después de llegar, se reunieron con su viejo amigo Ardeth Bay.
Sin apenas tiempo para hablar, el antiguo líder de los Med-Jais les consiguió un par de caballos y algunas armas y entonces partieron hacia la gran puerta, junto a la cual les esperaban los demás jinetes negros.


Bajo un sol de justicia, una flota de camiones surtidos de hombres armados avanzaba a gran velocidad a través del inhóspito desierto. De pronto, a lo lejos, apareció la silueta de unas ruinas, coronadas por gruesas columnas que ocupaban casi toda la imagen. Karnak.
Y delante de esto, como un reguero de pólvora preparado para explotar, una línea de oscuras figuras montadas a caballo.
El descendiente del sacerdote de Imhotep, sentado en la cabina de uno de los camiones más adelantados, miró con cierto temor y más desprecio la larga cadena de Med-Jais que protegía el viejo templo. No podrían detenerlos.
Los camiones continuaron avanzando mientras, frente a ellos, los jinetes cargaban sus armas.
De pronto, cuando ya les faltaban unas pocas decenas de metros para arribar a las ruinas, se detuvieron.
Los Med-Jais, serenos sobre sus monturas, apuntaron al frente, aguardando el ataque. Segundos después, se produjo. La última batalla contra la Momia y sus aliados había comenzado.
Alex y Jonathan, como los demás, dispararon sin cesar, mientras intentaban a su vez no ser alcanzados por los proyectiles enemigos. Súbitamente, en medio del brutal tiroteo, el muchacho vio cómo uno de los mercenarios se alejaba rápidamente del lugar, en dirección a uno de los flancos del templo. El portador de la llave. Entregando su arma a Jonathan, se bajó del caballo y echó a correr hacia el interior de las ruinas.
Poco a poco, el ruido de disparos que oía a sus espaldas se fue haciendo más y más tenue, hasta que sólo escuchó silencio. Continuó caminando entre grandes piedras y columnas caídas hasta que de repente, viendo una entrada a las cámaras subterráneas del templo, decidió adentrarse en la oscuridad.
Con cuidado de no "meter la pata", caminó por los sombríos pasadizos mientras escuchaba el lejano tintineo de una gotera. Acababa de llegar a una diminuta habitación decorada con frescos cuando una voz, procedente de algún lugar próximo a la sala, llegó a sus oídos.
Sabiendo que no tenía mucho tiempo, siguió la voz a través del oscuro laberinto hasta que dio con unas escaleras. Alex miró el agujero débilmente iluminado al que conducían los estrechos escalones: allí estaba la puerta.....

El descendiente del sacerdote, arrodillado frente a un gran agujero acuoso de color verde brillante, hablaba en egipcio antiguo con Imhotep, al que estaba intentando convencer de que olvidara la traición de Anck-Su Namun y pensase sólo en vengarse de Rick O'Conneil y sus aliados Med-Jais. A un lado de la puerta, en un rincón de aquella estancia, Alex pudo ver la estatua con las manos en cuenco.
Antes de que pudiera hacer o decir nada, el hombre se levantó y se volvió hacia él. Lleno de furia, le dijo que esta vez no iban a salirse con la suya, y después atacó.
Alex se defendió como pudo y luego contraatacó, pero el otro, ágilmente, esquivó su golpe y aprovechando el momento de desconcierto le asestó un fortísimo puñetazo en el estómago. El muchacho, dolorido, cayó de rodillas al suelo, pero antes de que pudiera rematarle, se levantó y le dio un puñetazo en la cara, y luego otro, y otro, como le había enseñado su padre. A medida que era golpeado, el aliado de Imhotep fue retrocediendo casi sin darse cuenta, hasta que de pronto, de un último y fulminante golpe, cayó de espaldas contra la estatua, de tal forma que se desnucó.
Respirando con dificultad por el duro golpe del estómago, Alex observó el cadáver durante unos segundos y luego miró hacia la puerta. Lo que vio le acabó de cortar el aliento. En el centro de la esfera verde, como caminando hacia ella desde el otro lado, estaba.....

Aterrado, se acercó rápidamente a la estatua y cogió el escarabajo. El agujero verde, fiel al mecanismo, comenzó a cerrarse. Por su parte Imhotep, viendo que de nuevo iba a ser derrotado, echó a correr hacia la pantalla mientras lanzaba terribles gritos. Pero antes de que pudiera alcanzarla la puerta se cerró completamente, sumiéndolo para siempre en la oscuridad.
Aún temblando de angustia, Alex dejó el escarabajo en el suelo y salió de allí. Afuera, los victoriosos Med-Jais gritaron eufóricos al saber que había vencido. Antes de reunirse con ellos el muchacho miró al sol del atardecer, y se acordó de su padre. Por fin había acabado todo.....por fin.
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
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