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Alicia en el país de las maravillas

Sucedió una vez, durante una hermosa tarde de verano, que una niña rubia llamada Alicia, paseaba por el campo junto a su hermana mayor, llamada Ana. Hacía calor y la mayor dijo:

¡uf...! No me apetece caminas más. Me sentaré a leer bajo la sombra de este árbol.

Ana empezó a leer en voz alta y Alicia, aburrida, optó por sentarse a su vez bajo la sombra fresca del árbol próximo al de su hermana. Empezaba a amodorrarse, cuando vio pasar a un Conejo Blanco estrafalariamente vestido que decía:

-¡Ah, caramba! ¡Llegaré tarde! ¡Siempre llego tarde!

Tendrá que darme más prisa...

Alicia pensó que aquel conejo era algo tonto. ¿Qué tenía que hacer un animal como él para preocuparse por la puntualidad?

A su vez, Alicia hizo la tontería de seguirle.

¡Vaya cosa rara! ¡Pero si el conejo se había metido por el hueco del tronco de un árbol! Atolondradamente, ella le siguió y, con toda facilidad, entró por el agujero. Entonces pensó si salir sería tan fácil como entrar.

A pesar de ello, obsesionada como estaba por las idas y venidas del Conejo, siguió gateando tras él.

Iba por un estrecho sendero que bajaba siempre y cuando el conejo pasó por el ojo de la cerradura de una puerta, pensó que le sería imposible hacer lo mismo. Llegó el momento en que fue a dar en un pozo muy profundo. El Conejo, por algún lado, seguía diciendo que iba a llegar tarde.

Por fin, su viaje continuó en una sala llena de mesitas repletas de manjares y destacaba una botella que decía Bébeme..

Alicia tomó un poco de su contenido y sucedió un prodigio: se fue achicando y achicando. También descubrió una llavecita sobre una mesa de cristal. La tomó, mirando a todas partes, pero le costó divisar una puerta. Cuando la encontró, con aire de penetrar en un misterio, la abrió con aquella llave y se dijo contenta: -Menos mal. Es la llave que necesitaba. ¡Qué aventura estoy viviendo!

Detrás de aquella puerta sólo existía un pasadizo. El conejo se le había perdido de vista, pero ante sus ojos aparecía un magnífico jardín con una casita al fondo. 

Entro en ella...

Sobre la mesa del comedor encontró un apetitoso plato de guisado. En cuando lo probó, comenzó a crecer y crecer. Tanto creció, que su cabeza rompió el techo, asustando a un ave que anidaba en el tejado y que comenzó a gritar:

¡Auxilio! ¡Acabo de ver un monstruo!

- No soy un monstruo. Soy una niña -se defendió.

-¡Mentira! -volvió a chillar el ave- No hay ninguna niña que tenga un cuello, brazos y piernas tan enormes.

¡Fuera de aquí, si no quieres que te picotee la nariz!

Luego la niña vio otro plato con exquisitas setas guisadas y pensó que quizá tuvieran la virtud de hacerla disminuir de estatura. Comió unas pocas y descubrió que, en efecto, se achicaba.

Entonces le fue posible atravesar una puertecilla y pasar a una coquetona salita de muebles diminutos. Pero, viéndose tan pequeña, eso no  la consoló.

¿No iba a ser más lo que fue?

Encima de una de las mesas descubrió una apetitosa tortita y decidió comerla, para ver qué sucedía. Entonces, de nuevo empezó a crecer y crecer.

-Me estoy alargando otra vez como un telescopio -se dijo, sin saber ya qué iba a ser de ella.

Y tantas lágrimas derramó que la sala comenzó a inundarse. Hasta temió volverse loca.

De todas formas, como tenía que hacer algo para recobrar su verdadero tamaño, bebió de una botellita y al instante empezó a encoger. Pensó: -Me he convertido en un sube y baja. Tanto he disminuido que el resto de la tortita que conservo en la mano me parece una montaña. ¿Por qué se me ocurrió seguir al conejo?

¡Se había hecho del tamaño de una nuez!

De repente cayó y creyó que había caído al mar, pero no. ¡Se trataba de sus propias lágrimas! Para no ahogarse, saltó a la barquita de papel de la torta y, navegando siempre, fue a parar a un extraño lago poblado por una serie de seres pintorescos y también amenazadores. ¿Se estaban burlando de ella? 

Mirándola, se hacían gestos unos a otros, como si Alicia fuera un bicho raro. ¿Pero es que no se habían mirado a sí mismos? Había una coneja con una capota de lo más ridículo, una estrella de mar con cara de mico, un pulpo que se le antojó lleno de ranos y una especie de pato con un pico que parecía la bolsa del mercado. ¿De dónde habría salido?

Poniéndose muy seria, preguntó:

¿Podría alguien indicarme el modo de salir de este lago?

Por toda respuesta empezaron a reír de un modo grotesco y más que ninguno el pato o pájaro bobo o lo que fuera. Lo estaban pasando en grande a su costa. Al fin, enfadada, estallo:

-¡Son ustedes unos grandísimos maleducados, ea!

Mientras se alejaba con gran trabajo por su propios medios de aquel charco, no lago, seguía oyendo las risotadas de los estúpidos que dejaba a sus espaldas.

Al llegar a la orilla, agotada, se sentó a descansar sobre un hongo. Por suerte para ella acertó a pasar  un gusanito sonriente y se dirigió a él.

-¿Sabes tú de algún remedio que me ayude a crecer?

le preguntó con dulce voz para no ser rechazada.

¡Empezaba a hartarse de todo lo visto desde que penetró  por el agujero del árbol!

-¡Ciertamente, amiga mía. Ese hongo sobre el que estás sentada te hará crecer si lo comes por uno de los lados: por el otro, te hará mermar.

Dio un mordisco pequeño por una parte. ¡Oh, crecía más! Y se apresuró a morder un gran trozo del otro lado. Así consiguió Alicia recuperar la talla.

No lejos de allí, la pequeña aventurera vio una mesa muy bien puesta, con un exquisito servicio aunque los comensales eran realmente extraños. Entre ellos se hallaba el conejo blanco. Debió reconocerla porque amablemente, aunque con su aire de pícaro, le preguntó: -¿Quieres acompañarnos a comer, pequeña?

Alicia, que de nuevo sentía hambre, accedió. Mientras participaba del banquete, Alicia pensaba que por allí todos estaban locos de atar.

Como ya se había quedado bien alimentada, la niña se levantó de la mesa, con un saludo general, pero sin olvidar despedirse cariñosamente del gusanito, que tan amable había sido con ella.

Poco después tenía ocasión de contemplar algo realmente sorprendente: todo un ejército de cartas de baraja de las que salían cabezas, brazos y piernas.

Algunos de ellos se dedicaban a pintar de rojo las rosas blancas.

-¿Qué estáis haciendo? -preguntó Alicia, muy sorprendida.

-¿No lo ves? Estamos pintando de rojo las rosas blancas porque hemos arrancado, sin darnos cuenta las rosas rojas del jardín de la Reina y si ella se entera hará que nos corten la cabera -respondieron las extrañas figuras.

- ¿Quién es vuestra Reina? -preguntó la niña.

En ese momento apareció la Reina de la Baraja.

Uno de los pintores dijo muy por lo bajo que la Reina tenía un genio espantoso y castigaba a todo el mundo a la menor falta, e incluso mandaba decapitar. En aquel momento, la mujer gritó:

¡Que le corten la cabeza a esa intrusa!

Como Alicia viera que los soldados carta se disponían a atacarla, soplo con fuerza y todos fueron por los suelos. Luego dijo:

-Mi condición es superior a la vuestra, porque soy humana.

Entonces llegó el Conejo Blanco con otros animales y todos, con los soldados, se lanzaron sobre la niña, esgrimiendo bastos y espadas.

¡La que se armó allí! Alicia, naturalmente, trató de escapar a base de correr e intentar marearlos, pero no le sirvió de nada, porque los objetos más extraños caían sobre su cabeza.

Entonces sí que empezó a chillar, pero fue hecha prisionera y llevada ante el tribunal presidido por la terrible Reina de la Baraja.

Sentada ante el tribunal sin posibilidad de escapatoria, Alicia quería responder a las acusaciones de la presidenta de dicho tribunas, o sea, de la Reina. Pero ni le daban tiempo ni permitían que se la oyese.

La calificaron de criminal invasora, de ladrona del Reino de la Baraja, de querer usurpar el trono, en fin, de mil tonterías por el estilo, pero que tenían a la muchacha al borde del terror.

Ella llegó a taparse los oídos con las manos.

De pronto, con un esfuerzo supremo, Alicia pudo levantarse de la silla y echar a correr. La Reina, bajando de su sitial, corría tras ella, pero estaba tan gorda que no pudo seguirla y tuvo que desistir. Por el contrario, los soldados carta volvían a perseguirla con sus espadas y garrotes. La niña, con espantosos chillidos, seguía corriendo.

Y de pronto, sintió que caía rodeada de los objetos más variados de los que había visto en su recorrido por tan extraño reino.

El conejo blanco, sin perder su gesto burlón, caía también cerca de ella. Alicia chilló más fuerte y una voz conocida y cariñosa, sonó a su lado:

-¿Por qué chillas así, Alicia?

Era su hermana Ana, todavía con el libro entre las manos. Aliviada, comprendió que había sufrido una terrible pesadilla....

 

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