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Categoría: Románticos

Amor Mortal

El sol de la tarde ve mermados sus dominios ante la inequívoca aparición de la noche. Oscura, misteriosa, mística… como todas. Para algunos esto significa poco o nada. Para ellos supone el fin de su idilio, aunque no así de su amor. Un amor surgido tras otras tantas noches como ésta, similares pero no iguales, contempladas con el candor de unos ojos henchidos de sueños y esperanzas… que serán truncadas en unas horas. El tenebroso manto de la noche crece paulatinamente. Ellos dos podrían contemplarla. Podrían si no se encontraran en la celda.

La celda es un lugar poco espacioso, por más que en ella hayan habitado cientos de personas, miles si acaso, todas ellas con un curioso e impactante final común: la muerte. La humedad y angustia cargan el ambiente. Una mujer acaricia con ternura, dulce y cuidadosamente, la mano del encapuchado, mientras el otro hombre observa con desprecio. Intenta mantener la calma, pero los fantasmas que habitan en su ser se aferran más y más a su inseguridad. Él también tuvo la oportunidad de defenderla, pero la razón pudo con él. La mente nubló el corazón y ahora es el otro quien recibe su amor.

El encapuchado cierra los ojos. Unos ojos que nunca más verán la luz, como castigo a la acción impulsiva que le llevó a tal situación. Mas aún con la muerte a su lado no se arrepiente de haber matado a aquel soldado. El honor de su amada era más importante que la vida de cualquiera. Incluso de la suya. Si el tiempo, destino inevitable de cada ser, retrocediese, volvería a hacer lo mismo. Por ella. Por sí mismo.

El otro hombre mira desdeñosamente. Es por su culpa que hayan llegado hasta tal extremo, conminados a la celda. Él sí se arrepiente de su acción. De su cobardía. De haber entregado al hombre que recibe el amor de su amada. De no haber sido él quien se abalanzara sobre aquél soldado. De no ser el héroe…
Sabe que el destino del encapuchado es la muerte. La ejecución se hará patente al amanecer. A él lo retendrán como mucho dos días, como hacen con los cobardes. Lo que desearía no haber sido. Lo que es.
El otro hombre observa el suntuoso camino de una lágrima al caer. Clara, cristalina, transparente, resbaladiza… sobre la piel de su amada. La mujer mira con desespero al encapuchado, intentando encontrar aunque tan sólo sea un atisbo del brillo de sus ojos. No puede. Esos ojos no volverán a ver la luz.
“No la verán por mi cobardía”, repite el otro hombre, airado. “Por otra parte… ahora nadie supondrá un impedimento para estar con ella. Sin interrupciones. Admirando su belleza… su blanca tez, sus maravillosos ojos… el motivo de mi existencia”.
Pero el motivo de su existencia constituye por otra parte la razón de la muerte del encapuchado. Irónico y puramente anecdótico para el otro hombre.

La noche pasa lenta, silenciosamente, mientras el encapuchado y la mujer dan por perdido su amor, aquel que hace unos días anegaba sus almas, aquel que inmerso en sueños fantaseaba con un mañana mejor…un mañana ahora


roto. El sudor resbala por la frente del otro hombre. Las ínfimas gotas son las encargadas de recordarle cuál ha sido su papel en este drama: el de verdugo.

La última luna que vería el encapuchado comienza a esconderse y las tinieblas dan paso de nuevo a la luz. Para algunos esto significa poco o nada. Para ellos todo.

Pocas horas después, un sonido hueco se deja escuchar por el pasillo. Alguien viene. Su sombra crece progresivamente, al igual que la angustia del encapuchado al escuchar los pasos. Nadie queda impasible en la estancia. El ominoso soldado avisa de que llegó la hora. La sentencia debe cumplirse, y así se hará.
El encapuchado se levanta y camina hacia los barrotes. En la mitad de la celda sus pasos se detienen y da la vuelta en dirección a la mujer, con ademán compasivo, como si deseara verla por última vez, como si ya no existiera la capucha que cubre su rostro. Ella lo mira fijamente. El soldado no sabría decir si la mujer reprime sus sentimientos o en realidad no siente nada por él. Ni siquiera es capaz de derramar una lágrima por el condenado.
El otro hombre se encuentra de espaldas a la pared. Quizá no quiera ver cómo su compañero es llevado a la muerte, quizá lo hace por respeto a sí mismo. Mas al oír el desesperante chirrido de la puerta metálica, no puede por más que emitir unas palabras ininteligibles…
El encapuchado, vulnerable, sale de la estancia y es llevado entre humedad y fetidez por el pasillo. No es más dura la muerte que el separarse de su amada. Eso sí, morirá por sus ideales, por su dignidad y por encima de todo por su amor. Es por ello que evita el ruego como medida de escape. Tal vez su muerte sirva para que su amada tenga una segunda oportunidad de vivir una vida que él nunca pudo brindarle, a pesar de todo su amor. Ella siempre tendrá su sentimiento, incluso después de la muerte. La parca podría acabar con él, pero no con su amor. Nunca. Jamás.
El soldado abre una nueva puerta de madera, pesada y estridente, mientras el encapuchado ya puede sentir de nuevo la fresca y aplacible caricia del aire exterior. Allí, en la calle, sobre el adoquinado pavimento, el pueblo abuchea al condenado en multitud. Pero aún ni ellos podrían arrebatarle su última posibilidad de sentir el viento en su cuerpo, el sol acariciando su piel o la luz bañando su ser. Y aún allí, a las puertas de la muerte, el encapuchado piensa en su amada y anhela su tacto. Por última vez ella se asoma a su mente…
Los soldados se disponen a cumplir el veredicto. El condenado es obligado a depositar su cabeza sobre el arco practicado en la madera. Los presentes contienen el aliento mientras la cuchilla baja en cuestión de segundos…
No es hasta que los encargados recogen los restos cuando se percatan de lo sucedido. El ajusticiado no era el condenado, sino su compañero de celda. Los soldados emiten una sonora interjección mientras se dibuja en sus rostros un gesto de sorpresa. Entre ellos deciden silenciar lo acaecido. Al fin y al cabo, se había realizado una ejecución, a pesar de no ser la esperada.


Mientras tanto, en una húmeda celda, dos manos se entrelazan. Hombre y mujer desatan su amor con la esperanza de un nuevo día para sus vidas…
Datos del Cuento
  • Autor: D. Ledesma
  • Código: 10121
  • Fecha: 23-07-2004
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.12
  • Votos: 34
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3016
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