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Categoría: Misterios

Amor Propio

Como todos los años, el Día de Difuntos suponía una gran carga de trabajo en la tienda. En la economía moderna, las leyes de mercado hacen que todo sentimiento o emoción tenga su contrapartida económica, y el mayor exponente de la localidad en este asunto era la floristería de Juani, donde trabajaba Oscar; de tal modo que la devoción o el rezo se hacían más patentes si se acompañaban con flores.

Oscar, de diecisiete años, llevaba dos en el trabajo de la floristería ayudando a doña Juani. No quiso estudiar y sus padres le obligaron a colaborar en la casa con un sueldo, pequeño en cuantía pero no por eso, poco importante. En la tienda, en los días de mucha demanda y sobre todo, en los florales de la Vírgen y el Día de Difuntos, al despabilado de Oscar se le había ocurrido utilizar el viejo vespino de su padre para hacer entregas por encargo. Brillante idea que la dueña había sabido premiar con un sobresueldo bien valorado.

El Día de Difuntos transcurría según rutina, legiones de viejas enlutadas bajaban como marea negra hacia el cementerio cargadas con útiles de limpieza y flores, muchas de plástico, hecho que irritaba extremadamente a Doña Juani. Viejas tacañas, murmuraba por lo bajo mientras preparaba los ramos pedidos por teléfono que Oscar se encargaba de repartir. En estas fechas, era habitual que algunas personas que no podían desplazarse al cementerio, encargaran un envío floral a las sepulturas de sus allegados, acompañando normalmente una dedicatoria familiar entregada junto al dinero.

Medio sentado en su vespino granate oxidado, Oscar, con el casco puesto hacia atrás y fumando un cigarro pegado a su labio inferior, esperaba que la doña le entregase el último encargo de esa tarde, que por cierto, había sido muy dura de trabajo. Ella se asomó por la puerta de la tienda portando un precioso ramo variado de rosas, gerveras y margaritas, magistralmente confecionado. Atado al tallo llevaba un sobre cerrado color crema en el que se podía leer escrito en tinta negra “Para Alicia Santos, de quien fue su único amor”.

La tarde se desvanecía, al igual que la paz de los difuntos conforme se acercaba Oscar con su ruidosa máquina. El cementerio estaba a punto de cerrarse y tendría que darse prisa en buscar el destino de sus flores, ya que, al no estar indicado el número de nicho en el sobre, necesitaba preguntar al enterrador, confiando que éste se acordara del nombre de la difunta y de su ubicación.
Alicia Santos; claro que la recuerdo, asintió el sepulturero, que prosiguió diciendo: pobre mujer, se enterró hace unos días, no vino absolutamente nadie a su entierro, de hecho, yo mismo le dediqué una oración. Lástima de mundo donde todavía te puedes morir en la mayor soledad, aunque ya veo que alguien se ha acordado de ella. Me alegro.

Oscar siguió las indicaciones del buen hombre: segunda fila del edificio que pega con el muro de la linde, en el cuarto nicho. Alicia Santos. Ni una flor, ni una dedicatoria, únicamente una lápida estándar que albergaba su nombre y un escueto “descanse en paz”, probablemente colocada por los servicios sociales del ayuntamiento. EL joven se inclinó ligeramente para depositar el majestuoso ramo y abrió el sobre para colocar su dedicatoria. No pudo evitar leerlo, aunque por un momento lo dudó. El texto decía así:

“Viniste a este mundo desamparada, repudiada por tus propios padres y criada en la beneficiencia. Aún así, saliste adelante y yo lo vi. Tu suerte, que murió mucho antes que tú, permitió que tu marido te maltratara y te obligara a malvivir en la calle, escondiéndote de él, y no pude denunciarlo. Te castigaron las hambres y las enfermedades y yo estuve contigo para verte envejecer, sola. Y también vi cómo no aguantaste más, y diste fin a tu vida, eso me dolió pero me convenciste. Por eso, ahora, te ofrezco estas flores, para que tu recuerdo perviva al menos el tiempo que tarden en marchitar, y para que sepas que tú fuiste mi único amor, y yo fui el único para tí.

Firmado: Alicia Santos”

La noche incipiente descubría la cara de Oscar con lágrimas en los ojos, y este quiso renovar, en la medida que pudiera, una rosa, o una gervera, o una margarita cada vez que pasara por allí.
Datos del Cuento
  • Autor: Perrofiel
  • Código: 10900
  • Fecha: 15-09-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.99
  • Votos: 74
  • Envios: 4
  • Lecturas: 3700
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Perrofiel
invitado-Perrofiel 05-10-2004 00:00:00

Gracias amigos por sus enriquecedores comentarios (mis respetos hacia ustedes también, como no podría ser de otra forma). Tal vez sea Eddy García quien peor haya medido el alcance del suyo, pero yo, sordo y ciego de plétora, hoy no lo considero así y dormiré feliz, aunque mañana ya no me lo crea. Mientras tanto, como dice Nuria, regálense flores mientras puedan. Besos.

Nuria
invitado-Nuria 26-09-2004 00:00:00

El único e inquebrantable amor, el que siente uno por sí mismo. Te felicito por tu cuento, yo también voy a aprender a enviarme flores, eso sí, en vida, jaajaja...

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