“¿Qué vas a hacer después de clase?”; fue la frase que dije al viento, pues al parecer fue el único que me escucho. Pero no me dirigía a él si no a Ella. Laura, Laura de mis amores.
Llevaba tres años estudiando en el mismo grupo que ella, ya era el año final para graduarnos, y no tenía el valor para hablar con ella. La primera vez que pude, ella me dio la espalda y como dije anteriormente solo el viento puso atención.
Está bien, acepto que me veo un poco ridículo con pantaloncillos cortos, camisa blanca, corbata, y frenillos en los dientes, todo un nerd de caricatura.
Pero la amaba con amor sincero.
Mi bella Laura, recuerdo que esa tarde la seguí a su casa, sabía que sus padres se había ido de viaje a ver a la tía Claudia, (no es que haiga intervenido el teléfono, “el amor hace locuras”, no me culpen.), espere que dieran las diez con cinco minutos de la noche, esa preciada hora en la que solía dormir siempre, aun en fines de semana, entré a su casa, la llave estaba bajo el felpudo de la puerta trasera.
Entre a la casa.
Llegue hacia su cuarto como si anduviera entre las nubes (enamorado total).
Gire con sumo cuidado el picaporte.
Y ahí estaba mi anhelada diosa.
La contemple por un momento, me dirigí al baño, tome el ácido muriático, regrese hacia los brazos de mi doncella.
Le inyecte un medicamento para que durmiera profundamente.
Espere ansiosamente.
Supe que había llegado el momento, un hermoso escalofrió recorrió todo mi cuerpo.
Vacié la botella con el líquido que sabía nos iba a unir al fin.
Sí, estaríamos juntos porque al fin seriamos iguales.
Olvide mencionar que además de mi aspecto de nerd, tenía la cara completamente llena de cicatrices de quemaduras por acido, de niños sufrí un desafortunado accidente (mi madre era una total descuida).
Espere y espere a que mi bella durmiente despertara. Jamás lo hará.
Escribo esto desde un sanatorio mental.
Si lo estás leyendo es que ya estoy reunido con mi angelical amor.