ESTA NOVELA VA DEDICADA:

A los pródigos y entregados
padres, capaces de asumir el sacrificio de
privarse de la amada presencia de los
hijos, en aras de que estos adquieran
ciencia y cultura en tierras extranjeras

A las amantísimas madres, que
con tanto celo y dedicación destinan a
los hijos la escasa hora diaria que les deja
libre su ardua y meritoria jornada laboral.

Y para todas aquellas otras
personas que, sin desdoro ni remordimiento,
confunden a sabiendas placer por virtud

EL AUTOR

AMORES TRUNCADOS

-- I --

Lorenzo no sabía que hacer. Su indecisión le llevaba a pensar en la inutilidad de su existencia. Los pensamientos que le venían a la mente eran como latigazos que le dispensaba la conciencia. De que le sirvió afanarse en los estudios; ser el primero en la clase y erigirse en modelo para unos y cosechar las mayores envidias de los ineptos y estultos. Cursó la carrera de ingeniero con las calificaciones más altas, lo que le valió situarse de inmediato en cargo de gran responsabilidad en la empresa Construc, S. A., que se dedicaba a construir y montar edificios industriales. Pero todos esos éxitos personales, ¿paliaban acaso el descalabro sentimental que le infligía esta sensación de impotencia y abandono?
Fue ayer cuando habló con Helena por teléfono. Convinieron que se encontrarían hoy para comer juntos. Él llegó puntual. De lejos, mientras ella se acercaba a su encuentro, Lorenzo admiraba su esbelta figura, el donoso balanceo de sus brazos desnudos, la curva provocativa de los senos perfectos que el escote de su liviana blusa permitía en parte admirar; muslos prietos, redondos como trazados a compás, que quedaban al descubierto por la exigüidad de la falda, terminados en unas piernas largas, mullidas, cuyos músculos sóleos tensaban la piel en curvatura suave y elegante. No sólo admiración despertaba en su subconsciente tanta hermosura, también notaba que la libido participaba de ese éxtasis contemplativo y sugerente. Y le dolía que así fuera. Él adoraba a Helena con el sentimiento más puro de enamorado, y repudiaba de todo corazón y se revelaba contra los torvos pensamientos que le suscitaba el descocado atuendo de su amada.
Después del ritual beso de bienvenida, Lorenzo se desató en improperios contra la moda que permitía a las mujeres mostrarse tan provocativas y lascivas. La sonrisa de Helena se frunció en un gesto de irritación. Retrocedió un paso, y, encarándose a Lorenzo, le espetó con manifiesta repugnancia en sus ojos:
--¡Eres patético!-- y sin otro comentario, giró sobre sus talones y se alejó con paso rápido y decidido.
(Continuará)