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Amores truncados (22 bis)

Seguía lloviendo y truenos y relámpagos no cesaban de turbar la placidez de aquel recoleto lugar de la montaña del Tibidabo. La pareja se vistió con rapidez, y Estanis, después de enrollar la esterilla y tirarla por la ventanilla, puso los asientos en la posición normal. El viaje, hasta la casa de Helena, fue rápido y sin ningún contratiempo. Ambos iban callados, cada uno embebido en sus pensamientos. Al parar el vehículo en la esquina de Mitre y Vía Augusta, él escribió un número de teléfono en un recorte de papel y se lo entregó, mientras le decía:
--Cuando tengas un tiempo libre no te olvides de telefonearme, porque me gustará mucho volver a verte. ¿Te ha gustado, lo que hemos hecho? Yo me siento el hombre más feliz de la tierra.
--Bueno...-- Contestó Helena con voz amorfa y sin mirarle. Abriendo la portezuela, se despidió, diciendo: --Se ha hecho tarde. Tengo que irme enseguida. Adiós. ?Y corriendo, para no empaparse con la lluvia, se encaminó a su casa.
Aunque la despedida no estuvo acorde con los excesos amatorios que momentos antes los había refocilado, Estanis no se dio por enterado, todavía bajo los efectos de aquel deleitoso acontecimiento que le permitió gozar de las primicias de una doncella. Recreándose mentalmente de los momentos álgidos que había disfrutado, continuó su viaje, al tiempo que el vehículo se difuminaba tras la cortina de agua que todo lo envolvía.
Helena, entró como un vendaval en la estancia, donde su hermana Montse, sentada en cuclillas sobre una amplia butaca y con una bandeja sobre las rodillas, estaba cenando, al tiempo que veía un programa de televisión. Helena rezumaba alegría por todos su poros, mezclada con una sensación de orgullo, que se manifestaba tan elocuente en su porte, que su hermana intrigada no pudo por menos de preguntarle:
--¿De donde vienes? Por lo que veo, has debido divertirte mucho. ¿Con quién has estado?
--Luego te lo cuento. Ahora voy a ducharme, porque lo necesito. ?Dándose cuenta del resbalón que había cometido al expresar la necesidad de la ducha, para que su hermana no le preguntase que motivaba tal necesidad, aclaró: --Estoy toda mojada y así me cambio. ?Y sin cruzar otras palabras, fue directamente al cuarto de baño.
Montse, que conocía a su hermana a la perfección, intuía que algo muy gordo había ocurrido aquella tarde. Intrigada al sumo, esperaba que su hermana se decidiese a contarle todo, pues, sabía perfectamente, que no le omitiría ningún detalle, por difícil o escabroso resultase recordarlo. En ésas llegaron sus padres. Y el acontecimiento fue pospuesto para cuando las dos hermanas quedaran solas en su habitación.
--¿No está Helena? ?Indagó la madre, sorprendida al no verla con su hermana.
--Sí. Esta duchándose. ?Precisó Montse.
La familia Remigio Valdivieso seguían un régimen alimentario muy sui géneris. La madre preparaba el yantar para toda la familia. El matrimonio comía antes de ir al comercio, y dejaba el resto de viandas condimentadas para que al llegar las hijas sólo tuvieran que calentarlas en el microondas. La cena era muy frugal y cada uno se preparaba lo que más le apetecía. Sólo el marido acostumbraba hacerse algún frito. Las mujeres, por ese afán de no engordar, se limitan a comer fruta. En lo que todos coincidían era en beber un vaso de leche antes de acostarse.
Helena, cubierta con la bata de baño y una bandeja con frutas en las manos, apareció en la estancia donde toda la familia estaba reunida viendo la televisión, Con un breve saludo, para no interferir en la atención que estaban prestando a la pequeña pantalla, fue a sentarse en la butaca vecina a la de su hermana. Ésta, cuando la tuvo cerca, no pudo resistir la impaciencia, y casi en un susurro, acercándose lo más que pudo, le preguntó:
--¿Con quién has estado esta tarde?.?Pues, a ciencia cierta, sabía que el acontecimiento tenía que haber ocurrido con un galán.
--Con un millonario muy elegante. ?Respondió Helena con sonrisa aviesa, aire misterioso y voz apenas audible. -Cuando estemos solas ya te contaré. -Y siguió mondando la manzana y centrando su atención en el telefilm.
Como en tantos hogares del mundo, en los que impera el invento de la televisión, en la casa de don Remigio también se seguía la pauta de que, mientras la pequeña pantalla funcionara, no se toleraban conversaciones de ningún tipo que pudieran truncar los diálogos o noticias que emitía el aparato. La comunicación familiar se limitaba a monosílabos respondiendo a escuetas preguntas. ?¿Tienes clase??. ?Sí?. ?¿Llegarás tarde??. ?No?. Y para de contar. Ya que una conversación más extensa, era causa de gran enfado para los que no intervenían en ella, porque perdían la trama argumental de la película. De modo, que podía afirmarse sin temor a equivocarse, que en el hogar del señor Remigio la conversación de los padres con las hijas, no de ahora, sino desde siempre, se constreñía a simples monosílabos en los escasos momentos que se veían. Difícilmente coincidían en casa y, cuando esto ocurría, la caja tonta absorbía la atención de todo el mundo impidiendo toda relación comunicativa en el seno de la familia.
Por encima de todo, dentro del nuevo estilo de vida que en la actualidad impera, lo lúdico es más importante y trascendental que cuanto pueda decirse en el ámbito familiar, se trate de la educación de los hijos, como del intercambio de pareceres, experiencias o criterios, o de marcar pautas y enseñanzas para el buen orden y disciplina que debe imperar en la familia. El asumir esas obligaciones, sería tanto como verse privado de las edificantes enseñanzas y sabios ejemplos que nos ofrece a todas horas el desintegrador invento de la televisión.
¿Acaso la ciencia, cada vez más propensa a suplantar al Dios creador, es capaz de modificar el régimen de vida que ha imperado desde Adán y Eva?: las criaturas nacerán de hembra y solo los humanos gozarán de inteligencia, siendo cada ser biunívoco.
Los santones, que pregonan que en los próximos años la cibernética sustituirá las capacidades del ser humano, dan por hecho la desintegración del núcleo familiar como base y esencia de la nueva sociedad, pues advierten que la preponderancia en la humanidad la ostentará el ser clonado. Salvo, claro está, que se comulgue con la teoría de la coyuntura, de William Stanley Jevons, en la que se sostiene que la vida económica, a la cual está supeditada la sociedad humana, se desenvuelve por ciclos, en la que caven tres periodos de siete años cada uno: abundancia, estabilidad y penuria. La Biblia ya trataba de esos ciclos de los siete años, relacionándolos con las vacas gordas y flacas. En cada ciclo, las costumbres se manifiestan distintas: desde el desenfreno más pernicioso: ascólias, orgías, orfismo y tantas otras formas de depauperación y vicio; como se busca la redención por el ascetismo, asumiendo las santas doctrinas que brindan los libros sagrados, tanto sean cristianos, como mahometanos, budistas, etc., o se cae en el insondable mundo de las sectas. ¿Estaremos entrando con el año dos mil en el ciclo en que el ser humano vuelva la vista a la Divinidad para redimirse? En América, las sectas religiosas proliferan. Personajes de la jet-set, de todos los países, buscan entre los monjes budistas el leitmotiv que llene el vacío que impera en sus insulsas vidas. Las Misas católicas de los domingos vuelven a acoger gran número de fieles, entre los que resalta la juventud. Esperemos que el nuevo siglo depare a la humanidad un sentimiento más racional de la existencia, e impida el dejarse arrastrar por las más bajas pasiones, como ocurre en estos momentos, y que los padres vuelvan a asumir el rol que le corresponde, del cual dan tan edificante ejemplo los seres irracionales, que olímpicamente denominamos inferiores.
(Continuará)
Datos del Cuento
  • Autor: ANFETO
  • Código: 2005
  • Fecha: 07-04-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6.33
  • Votos: 89
  • Envios: 0
  • Lecturas: 7363
  • Valoración:
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1 comentarios. Página 1 de 1
Angel F. FÉLIX
invitado-Angel F. FÉLIX 06-04-2013 00:00:00

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