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Amores truncados (4)

Con decisión, Lorenzo emprendió la marcha sólo, prescindiendo de ella. Pero Helena no lo dejó, y acercándose a él seria y mimosa le casi susurró:
--Perdona, Lorenzo, mi inoportuna risa. Pero no me negarás, que a estas alturas resultas ser un tipo bien singular. ¿Acaso la televisión no te pone al día de lo que actualmente predomina en la relación de las personas de uno y otro sexo?
--Es que no veo la televisión ?confesó Lorenzo, ya restablecida la quietud de su espíritu?. Nunca entró un televisor en casa. Cuando era niño, porque mis padres decían que me distraería de los estudios. Y cuando he sido mayor, porque no encontraría tiempo para verla, ya que el trabajo me ocupa hasta altas horas de la noche.
--Cuando digo yo que eres un ser bien extraño, no me negarás que tengo razón. ¿Podrías decirme cuantos jóvenes a tu edad no se han acostado, no con una, sino con infinidad de mujeres, y están a todas horas pendientes de los programas de la televisión?
--La verdad es que no puedo responder a tu pregunta, porque jamás he bregado con ese tipo de estadísticas, A decir verdad, nada me importa lo que hagan los demás con sus vidas. La mía la encuentro suficientemente plena con los estudios y mi trabajo, para que me preocupe ampliarla con otros conocimientos que me causan repugnancia.
--No te molestará, si te digo con toda franqueza, que además de antidiluviano por tu forma de pensar, me resultas ser un anacoreta lleno de prejuicios.
--¿Y porqué no me juzgas conforme a lo qué en realidad soy? Una persona con coeficiente de inteligencia, confirmado, superior a la media. Con predisposición probada para el estudio, según lo demuestran las calificaciones académicas obtenidas. Y que encuentra su mayor placer en el trabajo.
--Es decir, un tío insoportablemente aburrido ?resumió Helena con su amplia sonrisa y gracejo peculiar.
--Bueno, tal vez sí..., --Reconoció Lorenzo, al ver en el burlón rostro de Helena que no había malicia en sus palabras. ?Probablemente, si tú te lo propones, podrás cambiar mi forma de pensar y sentir.-- Aventuró a sugerirle, con la expresión un tanto cohibida.
--¿Qué quieres decir? ¿Acaso te propones ligar conmigo? --Preguntó ella, con aviesa mirada.
--La verdad es, que no sé que significa la palabra ligar.?Aclaró él.-- Pero si el ligar presupone volver a vernos en lo sucesivo, de corazón te digo que, en estos momentos, ello constituye mi máxima aspiración.
--De acuerdo. Por mí parte no hay ningún inconveniente en ser amigos y salir juntos de vez en cuando. Pero prométeme que no intentarás en ningún momento catequizarme con tu código moral, tan obsoleto. No olvides que mis conocimientos tienden a la biología, ciencia que como sobradamente sabes se dedica al estudio de los seres vivos, y que para vivir hay que nacer y que para nacer se necesita previamente una interrelación entre los sexos de signo contrario, de cuyo estudio se ocupa la sexología. Y después de esta peroración, no te extrañe que algunos aspectos de tu educación me parezcan aberrantes. Y te lo digo tan crudamente, como prueba de esa amistad que me brindas. ? Soltó Helena de un tirón, entre seria y juguetona.
--Te agradezco la confianza conque me tratas. ?Dijo Pedro con amabilidad.-- Tanto más, cuanto demuestran tus argumentos no te limitas a ser una joven guapa y simpática, sino que, también, eres inteligente y sabes exponer con claridad tus ideas. ?Adoptando tono serio, siguió diciendo: --Pero, para que no exista ningún resabio en nuestro entendimiento, quiero advertirte que en BUP estudié, en ciencias naturales, biología y que conozco perfectamente el mecanismo de los sexos para generar la especie, mediante introducir el esperma masculino en el óvulo femenino. Lo único que deshecho, es el uso pornográfico que se hace por una parte de la humanidad de esa interrelación de los sexos.
--¡Vaya! Veo que te has ofendido. Perdona de nuevo. ?Excusó ella, un tanto sorprendida--. Ya me irás conociendo, si en realidad persiste nuestra amistad, y veras como soy muy sincera en mis apreciaciones. Pero conste que lo que digo, bueno o malo, nunca es con ánimo de ofender o molestar a nadie
--¿Quién te ha dicho que me has molestado, y mucho menos ofendido? ¡En absoluto! Lo único que he pretendido, es aclarar mi forma de pensar. Que no depende para nada de los conocimientos que tengo de las cosas, sino de la moral con que he sido educado. No dudo que tu simpatía influirá, en lo sucesivo, para darle un sesgo más humano a mi actual carácter. Si ello te sirve de aliciente, te aseguro que no deja de alegrarme el saber que vas a ser tú mi mentora para adiestrarme en el conocimiento de la vida, tal como la contemplas tú y los que piensan como tú.
Sin percatarse, habían caminado largo rato por la Gran Vía de Carlos III y Ronda del General Mitre, hasta la esquina de Vía Augusta, donde Helena se detuvo, diciendo:
--Bueno, ya hemos llegado. Agradezco tu compañía y espero que este paseo no te haya dejado una mala imagen de mi persona.
--Puedes estar segura, que es todo lo contrario; de forma, que aún no me he separado de ti, y ya me entran ganas de volver a verte.
--Hombre, Lorenzo, observo que tu puritanismo no te impide ser galante... Llama por teléfono y concertaremos una cita, ya que no siempre estoy libre.
--Así lo haré. Hasta muy pronto.
--Adiós.
Al quedarse sólo, Lorenzo sintió un vacío que le atormentaba. Y no era por haberse separado de Helena, la cual de momento quedó borrada de su pensamiento, sino porqué al mirar el reloj constató que dentro de una media hora iban a cerrar las oficinas de la Construc. S.A., a la que había faltado esa tarde, incumpliendo con su obligación, por una razón tan baladí e injustificable como acompañar a una joven. A escasos metros divisó la estación del tren que le conduciría hasta Provenza, y casi corriendo fue en su dirección. Al llegar a su destino, se excusó ante el personal a sus ordenes, que le asaltaban con una serie de consultas relacionadas con el trabajo. Absorbido en la labor que debía realizar para que estuviese disponible a primeras horas de la mañana, volvió a ser el Lorenzo de siempre: callado, concentrado, metido de lleno en su cometido, sin que nada, ni tan siquiera un atisbo de lo exterior, turbase su dedicación al quehacer del momento.
(Continuará)
Datos del Cuento
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1860
  • Fecha: 30-03-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.62
  • Votos: 55
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4905
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