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Amores truncados (7)

-- V --


Olegario era un caso especial en la empresa Construc, S. A.. Era sobrino del director e hijo de la mayor accionista de la Sociedad.
Los hermanos Mountain, oriundos de Neufchâteau, población francesa cercana a Nancy, huyendo de la invasión alemana durante la guerra de mil novecientos cuarenta, se refugiaron en España. País, que por haber pasado también una guerra civil, no presentaba muchos alicientes. Pero, al menos, el ambiente estaba pacifico bajo el dominio de Franco, al que se le conocía también por los títulos de ?caudillo? y ?salvador de la patria?. Durante algunos años, para poder vivir, los hermanos Mountain, tuvieron que recorrer diversos pueblos de la provincia de Gerona realizando tareas que en nada se compaginaban con su preparación universitaria. El mayor, Marcelo, era dentista. El otro, Antonio, había cursado los estudios de ingeniería.
Marcelo conoció a Montserrat, una muchacha muy hermosa pero de no muy basta cultura, mientras trabajaba para su padre, el señor Llorens, en calidad de peón. El señor Llorens era un modesto contratista de obras que gozaba del prestigio de ser ?camisa vieja?, lo que le confería gran influencia en el estamento oficial. Después de no muy largo noviazgo, se casaron en el año mil novecientos cuarenta y cinco, y todos juntos, incluido Antonio, pasaron a vivir en un espacioso piso, sí bien un tanto destartalado, con los padres de Luisa, en la empinada calle la Forsa, de Gerona.
A contar de ese momento la vida de los Mountain cambió por completo. Con la influencia que le otorgaba el hecho de haber sido falangista antes de la guerra civil, es decir ?camisa vieja?, el señor Llorens logró para los hermanos Mountain la nacionalidad española, lo que les indujo a cambiar su apellido francés por el de Montañá.
Ya en uso de la nacionalidad española, los dos hermanos aprovecharon la facilidad que en aquella época les brindaba la Universidad con unos cursos acelerados, para revalidar sus títulos académicos.
Mientras Marcelo, ya casado con Montserrat y con dinero que le prestó el señor Llorens, abrió en la calle de Portaferrissa de Barcelona una clínica dental, Antonio, a su vez, se puso a trabajar en la pequeña empresa del señor Llorens. Pronto, con su capacidad y experiencia técnica, cambió el régimen doméstico de trabajo que este empleaba, --ya que el mismo señor Llorens hacía de albañil --, por una entidad industrial de mayor envergadura. La empresa, al poco tiempo, bajo el nombre de Construc adoptó la modalidad de sociedad anónima, domiciliándose en la propia dirección de la calle Provenza, de Barcelona, donde está en la actualidad. El capital de la sociedad lo suscribieron por terceras partes el señor Llorens, su hija Montserrat y Antonio Montañá, a razón de diez mil pesetas cada uno; aunque en realidad nadie sacó ni un céntimo de su bolsillo. En el periodo franquista las cosas ocurrían de esa manera.
El recuerdo que al ?caudillo? Franco le quedó del periodo de guerra, le hizo recapacitar lo mal distribuida que estaba la industria por el territorio de la nación. De forma, que en la España que él con sus fuerzas ocupó al principio de la contienda, apenas había un mal taller que pudiera suministrarle armas y repuestos para combatir. Mientras la zona denominada ?roja? acaparaba la gran industria siderúrgica en regiones como Cataluña, Valencia y Vascongadas. Ello le movió, acabada la guerra, a que su gobierno dictase una serie de disposiciones creando los denominados polígonos industriales, a los que se dotó de subvenciones y prebendas siempre que se emplazaran en regiones interiores, fuera de Cataluña, Valencia y Vascongadas. No obstante, en Cataluña, sobre todo en la vecindad de las ciudades de Barcelona y de Tarragona, prescindiendo de parte de esos incentivos, se abrieron grandes zonas para la industria. Y fue ahí, donde la empresa Construc, S. A., especializándose en la edificación de naves industriales y en el montaje de maquinaria, adquirió fama que le valió el ser requeridos en todo el territorio nacional, incluso en Portugal, para el montaje de fábricas. Pasando a ser de las primeras firmas españolas en esta especialidad.
Marcelo Montañá y Montserrat Llorens, a pesar de los deseos por tener descendencia, que les llevó a visitar a casi todos los médicos de la especialidad, no alcanzaron la paternidad hasta el año mil novecientos sesenta y cinco, en que a ella solo le faltaban unos cinco años para entrar en la menopausia.
El nacimiento del hijo, al que lo bautizaron con los nombres de Olegario Marcelo ?el primer nombre en recuerdo del padre de los Montañá, que murió en un campo de concentración ?nazi?, y Marcelo por su progenitor --, fue un acontecimiento festejado con gran algazara por toda la familia. En especial por el señor Llorens, ya que hasta ese momento le tenía en ascuas la idea de que se iba a morir sin descendencia. Cosa, la de morir, que no tardó mucho tiempo en pasar, pues al año siguiente dejaba de existir por causa de una embolia cerebral. Y también colmó de alegría a su tío Antonio, ya que soltero y sin deseos de perder su libertad, al quedar exterminada su familia de Francia en un campo de concentración hitleriano, vio en Olegario la posibilidad de que su apellido, aunque castellanizado, perdurase en el tiempo.
A los cincuenta y cinco años, a Marcelo Montañá, después de un viaje de recreo con la mujer y su hijo a la isla Reunión, se le declaró una enfermedad con desenlace fatal. El síndrome resultó ser irreconocible para los médicos que le asistieron. Alguien llegó a insinuar de que algún isleño que pretendía la independencia del país, que no les fue concedida por los franceses hasta diez años después, en mil novecientos ochenta y dos, le aplicó brujería vudú.
La influencia del padre en vida poco sirvió para enderezar la pereza de Olegario, y poco pudo hacer su madre Montserrat para enmendarlo con su escasa cultura. Las pocas satisfacciones que Olegario dio a su familia, provenían en todo caso de su gentileza, simpatía y belleza, que resultaban en él proverbiales. Pero en cuestión de estudios era un vago empedernido. Empezó varias carreras, alguna de ellas, como la de Ingeniero tuvo que trasladarse a Gijón en razón de los numerus clausus que le impedía entrar en la escuela de Barcelona. Suspendió todas las asignaturas, y entonces su madre le dijo que tenía que buscar una carrera que pudiera cursar desde casa. Optó por la de derecho, pero el resultado tampoco fu satisfactorio. Visto el fracaso, tanto su madre como su tío Antonio, que desde la muerte de su hermano actuaba como padre putativo, le aconsejaron que estudiase la carrera de aparejador o perito mecánico, para poder entrar en Construc, S. A.. Pero en ninguna de las dos disciplinas, logró aprobar más de una asignatura.
En vista del fracaso absoluto en los estudios, la madre de Olegario, que por la muerte de su padre el señor Llorens había pasado a ser socio mayoritario de Construc. S.A. con dos tercios del capital, pidió a su cuñado Antonio lo colocase en cualquier ocupación para la que pudiera servir. Antonio Montañá, para dar satisfacción a su cuñada y hasta por el cariño que sentía por Olegario, su hijo putativo, analizó todos los puestos de la sociedad en los que las aptitudes de Olegario pudieran tener su acomodo, llegando a la conclusión de que lo mejor sería adquirir un automóvil con marca de prestigio para que pudiera ilusionarle, y que sirviera de chofer a los altos cargos de la empresa.
Ese era el motivo de que la jerarquía de Construc, S. A. tratara a Olegario de igual a igual y no como subordinado, y la mayor parte le concedieran el privilegio de la amistad. Su carácter divertido y simpático influía de una forma notable a su favor. También a su favor cooperaba la belleza física, que era sorprendente, ejerciendo una manifiesta fascinación en los demás. Olegario poseía un rostro de facciones perfectas, del que destacaba unos ojos almendrados, inmensos, de color azul, con largas pestañas. Medía metro noventa y dos de altura, y estaba dotado de constitución atlética, fruto del ejercicio que practicaba en el gimnasio, al que acudía regularmente. Sus anchos hombros, pecho amplio, estrechas caderas y largas y rectas piernas revelaban su fuerza y elasticidad y además le conferían gran distinción. Todo lo cual le concedía singular ascendiente sobre las mujeres, que no se recataban en dirigirle miradas tan elocuentes que no precisaban de mayores explicaciones para expresarle la atracción física que sobre ellas ejercía.
En el restaurante Rada, Olegario, como siempre que se hallaba presente, acaparó la conversación. Valga decir, que tal vez la única persona que le inspiraba respeto, al punto que la trataba de usted y le llamaba señor Corlando, era a Lorenzo. Cosa nada rara, habida cuenta del talante siempre frío y distante de éste que no patrocinaba grandes confianzas. Pero ello no significaba ningún freno para Olegario, siempre que encontrara algún otro contertulio dispuesto a reírle las gracias, como ocurría en este caso con Pedro. Para los tres transcurrió la comida en un soplo, ya que en esta ocasión, en virtud de la terapia que Lorenzo se había auto-recetado para olvidar a Helena, participó de la alegría general, celebrando los chascarrillos y ocurrencias de Olegario con francas risotadas, que no dejaron de dejar favorablemente sorprendidos a los otros dos comensales.
(Continmuará)
Datos del Cuento
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1879
  • Fecha: 31-03-2003
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6.56
  • Votos: 39
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6862
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